La Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich, fotografiada en un hotel de Madrid poco antes de la entrevista
La Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich, fotografiada en un hotel de Madrid poco antes de la entrevista - IGNACIO GIL

Svetlana Alexiévich: «Desde que me dieron el Nobel, el poder es más cauteloso conmigo»

La autora bielorrusa, primera periodista que recibe el galardón literario de la Academia Sueca, habla con ABC sobre su obra, el presente y futuro de Rusia y los riesgos de los lazos entre la política y la cultura

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Svetlana Alexiévich (Stanislav, Ucrania soviética, 1948) confiesa que, estos días, está leyendo a Chesterton. La autora bielorrusa, premio Nobel de Literatura 2015, necesita aferrarse a los sólidos cimientos de la obra del viejo zorro británico para no caer en esa «agresividad nacionalista» que ahora parece envolverlo todo. Lo confiesa con una mezcla de timidez y reserva, como si temiera equivocarse, u ofender. Pero no es eso. Es pudor. El pudor de quien ha sufrido el desgarro del exilio, de quien ha soportado, en su vida y en su obra, la losa del comunismo soviético. Y modestia. La modestia de quien ha elevado el género periodístico hasta el altar de la Academia Sueca, y responde sin requiebros (y en zapatillas) en un lujoso hotel de Madrid.

- Es la primera periodista que logra el Nobel de Literatura. ¿Lo considera un reconocimiento a la profesión? ¿Cómo lo valora?

- Yo hago literatura, pero es una nueva forma de hacer literatura, porque me parecía que la modernidad lo pedía. La vida cambia, nuestra conciencia también, y todas las artes buscan nuevas formas de expresión. Todo se sucede de forma muy rápida y no tenemos tiempo, como Tolstói, de escribir sobre acontecimientos que terminaron hace 50 años. Nosotros tenemos que hacer algo ahora, de forma inmediata. Siempre me interesó el hombre pequeño, insignificante. Lo que hago se parece a la tradición rusa, ese intento de componer una obra de un mosaico de testimonios. Esa novela de voces es, de hecho, una conversación con testigos. Me acerco a gente a la que nadie le ha preguntado nunca nada porque se les ha considerado la arena de la historia; les utilizaron para realizar grandes ideas, pero nadie les preguntó qué pensaban de esas ideas.

- Y, cuando se acerca a esas voces a las que nadie ha dado voz, ¿lo hace como periodista o como escritora?

- Yo les busco. Las novelas de Tolstoi nacieron de lo que leía en la prensa. Lo que tiene mi obra de periodismo es la búsqueda de la gente. La conversación en sí no es una entrevista, sino una conversación sobre la vida. Me interesa conseguir el detalle, la materia del acontecimiento.

- Claro, pero cómo determinar dónde comienza la ficción y acaba la realidad…

- Existe el deseo de captar la realidad, pero no existe un documento verdadero, tenemos que ver con las versiones de la realidad y con las pasiones humanas. Alguien que me cuenta cosas depende de las pasiones de su tiempo, de los prejuicios que tiene, de sus miedos, de aquello que ha leído, de su felicidad o infelicidad; mientras lo cuenta, está creando una obra.

- ¿Cree que esa nueva forma de literatura que usted hace es la mejor herramienta para denunciar la realidad?

- Es lo que intento, pero la realidad es inalcanzable, no se puede tocar. Cuando leemos a Plutarco, por ejemplo, vemos sus creencias, sus visiones de la realidad, pero no la realidad misma. Con esta cercanía a la realidad, con esta multiplicidad de testimonios, al cruzar esas narraciones, puedo crear una cierta imagen del tiempo que se acerca, en principio, a la realidad.

- De hecho, la Academia Sueca habló de «escritura polifónica».

- Sí, es la verdad que surge en el cruce de muchos testimonios.

- La cito: «Lo fundamental en las catástrofes es la voz de quienes las sufrieron».

- Así es. El testigo es el único que posee el misterio de la verdad porque los políticos, los historiadores, los escritores, usarán ese testimonio para su interpretación de la realidad. Yo trato de captar ese testimonio tal como surge, directamente del testigo.

- En «Voces de Chernóbil» asegura que «han pasado veinte años de la catástrofe, pero hasta hoy me persigue la misma pregunta: ¿de qué dar testimonio, del pasado o del futuro?».

- La primera versión de este libro se publicó en Japón hace diez años. Estuve en la isla de Hokkaidō, donde se encuentra una de las centrales nucleares más grandes de Japón, y los trabajadores me decían que aquello sólo podía pasar en Rusia, porque es un país desordenado, y los japoneses lo tienen todo controlado.

- Y, años después, tuvo lugar el desastre de Fukushima.

- Exacto: diez años después hemos visto la civilización convertida en un montón de escombros, un barco encaramado en las rocas... Sólo un milagro les salvó de una explosión más fuerte. Ese es el futuro.

- En el discurso de aceptación del Nobel dijo que el momento actual que vive Rusia es «un tiempo de segunda mano».

- En los años noventa, soñábamos con la libertad y con la democracia. Veinte años después, hemos sufrido una derrota: Putin, y el propio pueblo, quieren otra cosa. Todo vuelve: otra vez tenemos al Partido Único, el mismo himno, las mismas ideas comunistas, hasta ha vuelto Stalin, y se le abren museos...

- ¿Y cómo puede haberse convertido el «homo sovieticus» en ese «homo putinista»?

- El pueblo se siente engañado, robado. No se ha podido construir una sociedad justa. Lo que pasa ahora recuerda mucho a la sociedad capitalista del Chicago de los años 30. En los años noventa, éramos muy inocentes, creíamos que la gente, al ser liberada de esa gran cárcel en la que vivíamos todos, sería libre, pero ha resultado imposible. La Perestroika fue obra de Gorbachov, no del pueblo. De pronto, el pueblo despertó en un país completamente distinto. El pueblo quería un socialismo con rostro humano.

- Pero, ¿cómo se consigue un socialismo con rostro humano? ¿Usted lo ve posible?

- No lo sé. Viví en Suecia cuando me exilié y allí vi algo parecido, pero luego los suecos votaron algo distinto y todo se acabó. Al mismo tiempo, veo elementos del socialismo en muchos países europeos como Alemania o Francia. La idea del socialismo es muy bella, pero exige cierto desarrollo, no se puede conseguir con un camino tan sangriento como el que recorrió Rusia.

- Volviendo a «Voces de Chernóbil», es un libro que está prohibido en Bielorrusia, donde usted reside, pese a estar traducido a más de veinte idiomas. ¿Cómo se puede escribir en ausencia de libertad?

- Estoy muy acostumbrada al conflicto con el poder. Otra cosa es el conflicto con tu propio pueblo, eso sí que es complicado. Ver cómo el 90% de rusos apoya a Putin y el 80% de bielorrusos a Lukashenko, dos gobernantes totalitarios…

- ¿Qué sucede para que la población apoye a regímenes totalitarios?

- Es lo que le decía antes: es imposible salir de la cárcel y ser libre inmediatamente. La libertad es un camino muy largo. La gente está muy acostumbrada a una determinada visión del mundo y tiene que recorrer cierto camino hasta que llegue a comprender lo que es la libertad.

- ¿Y usted se considera libre?

- [Sonríe tímidamente] No lo sé, pero creo que en cierta medida sí. Pasé doce años en Europa y siempre he tratado de comprender por qué nuestra gente no se convierte a la libertad. Pero, ¿puedo preguntarle si usted se considera libre?

- Lo intento, al menos.

- Eso es, eso es. Porque, en el sentido filosófico de la palabra, es muy difícil decir si eres libre. No dependemos sólo de los aspectos sociales de nuestra vida, también de nuestros familiares, de nuestros miedos, nuestros complejos… de muchas cosas.

- Hablando de miedos, recuerdo que cuando le comunicaron que había ganado el Nobel declaró que esperaba que los poderosos de Rusia y Bielorrusia ya no pudieran rechazarla con un gesto despectivo de la mano. ¿Cómo ha cambiado su vida desde entonces?

- Ahora es más compleja. La publicidad te hace la vida muy difícil: hablas con un amigo y al día siguiente lo es en un periódico, compras un piso y al día siguiente todo el país lo comenta…

- Está más expuesta.

- El poder quizás es más cauteloso conmigo, aunque no han comenzado a publicar mis libros, más bien hacen como si no existiera [ríe].

- Hablando del poder y de sus relaciones con la cultura, hace unos días Valery Gergiev dio un concierto en Palmira que fue interpretado como una maniobra política de Putin. ¿Usted cómo lo valora?

- Es una catástrofe. La élite cultural rusa ha seguido el juego del intercambio de poder entre Putin y Medvédev. Entre la gente de confianza del poder están personas tan respetadas como el propio Gergiev. Hay muy poca gente honrada entre la élite cultural que se haya opuesto. Cuando pregunto a mis amigos por qué lo hacen me dicen que porque son partidarios de la gran Rusia. Pero no demonizaría a Putin. A fin de cuentas, se trata de un Putin colectivo. Lo que ha hecho Putin es explotar muy bien los sentimientos de la gente humillada y robada, distraerles de las fechorías cometidas por el poder para crear nuevos enemigos en Europa o América. Como decía Dostoievski, en Rusia siempre abundarán niños de taberna soñando con una nueva revolución. Hay muchos jóvenes nacionalistas que consideran que Putin es demasiado débil, que ha cedido Ucrania y se muestra débil frente a Estados Unidos. Esto te hace pensar que podemos ir a peor, que nadie sabe qué se cuece en esta caldera rusa.

- ¿Usted cree que irá a peor?

- Sí, todo puede pasar. ¿Sabe cuál es mi lectura preferida ahora?

- ¿Cuál?

- Los libros que hablan de la llegada al poder de Hitler en Alemania y de las vísperas de la Revolución Rusa.

- Precisamente, quería preguntarle qué suele leer.

- No sé por qué, pero ahora estoy leyendo a Chesterton, algo a lo que aferrarse para no caer en esta agresividad nacionalista que lo envuelve todo.

- Ha escrito sobre Chernóbil, sobre la Guerra de Afganistán, sobre la Segunda Guerra Mundial… Me pregunto sobre qué le gustaría dar testimonio ahora. ¿El drama de los refugiados en Europa, quizás?

- No, ahora tengo dos temas distintos: el amor…

- ¿El amor?

- Sí, el amor. Y la vejez y la muerte. Cuando terminé esta enciclopedia de la vida rusa, decidí escribir sobre alguien ajeno a eso, alguien cuya vida se desarrolla alrededor del amor y de la muerte. Es la continuación de la pregunta que llevo años haciéndome: ¿qué es el ser humano? Pero ahora quiero abordarlo de una forma más privada, más humana.

- ¿Y no cree que, de alguna manera, vivimos en un exceso de realidad?

- No creo que conozcamos la realidad. La información no es la realidad. ¿En qué se diferencia el periodismo de la literatura? En que el periodismo tiene que ver con la información, mientras que la literatura descubre el misterio de la vida humana. Todo lo que algún día llegamos a imaginar ha quedado reducido a la nada comparado con la realidad. Nunca pudimos imaginar que llegaría el momento en que el hombre tuviera miedo de la tierra, del agua. El problema es que el futuro es tan impredecible, tan inimaginable, que le tenemos mucho miedo. Nunca el mundo ha vivido tanto en el presente como ahora, no queremos que ese presente cambie, porque no tenemos fe en un futuro brillante.

- Nació en Ucrania y vive en Bielorrusia, pero ha estado exiliada en Suecia, Alemania, Francia e Italia. ¿Cuál es su patria?

- [Desliza una amplia sonrisa] Minsk, sin duda, Bielorrusia. Allí crecí y pasé mi infancia, por eso he tenido que volver, porque necesito ese ambiente, la gente sobre la que escribo, el paisaje, su geografía.

- Vuelvo a citarla: «A veces me pregunto porqué continúo descendiendo a los infiernos. Creo que lo hago para encontrarme con el ser humano». ¿Cómo se define Svetlana Alexiévich?

- [Piensa un largo rato] No me gusto mucho, me gustaría ser más perfecta, mejor persona. Estoy en ello… [reímos ambas].

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