Sergio del Molino: «El dolor te convierte en peor persona»

El escritor publica «La mirada de los peces», en la que saca de su memoria al profesor Antonio Aramayona para reflexionar sobre la juventud y el presente

Sergio del Molino, durante su entrevista con ABC IGNACIO GIL
Alejandro Díaz-Agero

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Para explicar, que no para excusar, su adolescencia entregada al canuto y la litrona, Sergio del Molino (Madrid, 1979) recurre a la prosaica figura de las pipas y el banco. Es por culpa de ellas -con sal- por lo que se envenenó el aburimiento de su juventud y devino en una vorágine de consumo de psicotrópicos de la que a ratos lograba excusarse gracias a su profesor de filosofía, Antonio Aramayona . Tal era el poder que el maestro ejercía sobre el alumno que ahora le sirve como pretexto para publicar «La mirada de los peces» (Literatura Random House), otra novela que en realidad no lo es, pero en la que se puede vivir como si lo fuera .

Repite Del Molino la fórmula con la que elaboró «La hora violeta» (Literatura Random House) en 2013. Él es el protagonista y narrador de sus vivencias hechas trama narrativa, a través de lo cual se entronca su aspiración: lograr que el lector solape al Sergio escritor con el Sergio personaje. Aunque no le gusta enmarcarse en la no ficción. «La propia evocación del recuerdo ya es una ficción. Desde el momento en que narras algo ya estás ficcionándolo . El Antonio y el Sergio de este libro son construcciones mías, son miradas que otros no reconocerán». Va un paso más a allá y admite que si tiene un proyecto literario es uno en el que guarda «una conciencia exacerbada» de esta premisa. «Esa es la forma literaria más inteligente no de leer, porque no existe, pero sí de acercarse a un texto», defiende.

De lo que tira para poder escribir esta nueva obra es de su relación con Aramayona, un profesor de instituto entregado a la defensa del laicismo, la educación pública y el derecho a una muerte digna, la misma que quiso tener cuando se suicidó en 2016 tras años esclavizado por una silla de ruedas, y que aprovechó para dar una última lección en forma de documental grabado por Jon Sistiaga . Es Aramayona el que azuza la vocación de Del Molino cuando éste aún no había sabido desligarse de la corriente que soplaba en su barrio de entonces, el zaragozano San José: «Yo no tengo ninguna referencia de lo que es el mundo literario y nadie en mi barrio concibe que alguien de allí pueda dedicarse a algo así, pero él me da la confianza y la posibilidad de hacerlo».

«La propia evocación del recuerdo ya es una ficción»

«Pero no es incompatible con esa vida de chico malo. Tenemos la visión de que los chicos buenos se portan bien, triunfan, etcétera, y no. Las drogas siempre han sido muy abundantes, y todos abusábamos de ellas. Podías ser perfectamente el chico que mejor nota sacaba en la selectividad y el mayor porrero del barrio. Hay un discurso muy teleológico de que las drogas te echan a perder », expone el ganador del Premio Cálamo en 2016 por «La España vacía» (Turner).

Coherencia

El escritor admite que, en cierto modo, este libro le sirve como redención «por no haber estado a la altura de lo que se le pedía». Considera la oportunidad que la vida le brindó con Aramayona un asidero al que no se agarró con suficiente fuerza –«me tocó la lotería»–. Él fue uno de los pocos a los que el profesor adelantó la noticia de su suicidio. ¿Y no intentó convencerlo de que no lo hiciera? «No, porque él no quería seguir. Lo tenía muy claro, y lo entiendo perfectamente porque a mí me sucede lo mismo. Me parece que la pulsión por vivir hasta el final es muy loable y muy digna, pero también hay que respetar a quien no quiere pasar sus últimos años postrado en una cama con una sonda. Yo quiero que me recuerden feliz».

Es cierto que la visión que Del Molino tiene de la muerte quedó moldeada tras el fallecimiento de su hijo –el suceso que enhebra «La hora violeta»–. Y por eso sabe que la zozobra ante una decisión como la que había tomado Aramayona es algo inherente a la condición humana. «Nadie es tan coherente», dice el escritor, no sin un punto de decepción por esa «performance» de Aramayona en la que termina anhelando erigirse como una suerte de santo laico. « A mí me interesa mucho más la grandeza de esa incoherencia , de esa contradicción, de ese sufrimiento, que el personaje que quiere devenir un mártir y ser ejemplo para los demás», resume.

Perder a su hijo movió más cosas: cambió su manera de escribir, asumido como tiene que su estilo debe hacer funambulismo entre lo amargo y la ternura, pero también cambió él. Ahora, admite, es peor persona. «Tu propio dolor te hace medir el de los demás a través de tu propio rasero, y cuando has tenido uno tan devastador, tan al límite, tan brutal, todos los dolores te parecen chorradas, y eso te convierte en peor amigo y peor persona», justifica.

Todo esto lo empaca Del Molino en «La mirada de los peces», que describe como el tercer eslabón de la cadena que lo ata a «La hora violeta» y la muerte. En la obsesión de Aramayona por morir ve el madrileño reflejado su libro, su dolor e incluso a él mismo, lo que le hace creer que estamos ante un ejercicio no metaliterario, sino «metayo» . «Es algo circular que tiene que ver con dolores que van pasando de un ojo a otro. Está más o menos intuido, pero es uno de los rumores de fondo de este libro», concluye.

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