Eduardo Mendoza, fotografiado en Londres,
Eduardo Mendoza, fotografiado en Londres, - EFE

Premio Cervantes 2016El viaje literario de Eduardo Mendoza

Su tono burlón y humorístico, su versión de la picaresca, lo hacen muy cervantino

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No hay historia de la literatura que no sitúe la novela «La verdad sobre el caso Savolta» (1975) como origen de la nueva narrativa española, también llamada novela de la Transición. Favorece mucho que su publicación coincida con el año de la muerte de Franco, pero ese detalle es únicamente una feliz coincidencia. Lo importante es lo que literariamente supuso: nada menos que la recuperación del gusto de narrar; esto es, la vuelta de la vocación de la alianza casi perdida en años anteriores, en que un desaforado experimentalismo a la vera del llamado nouveau roman había expulsado los dos elementos consustanciales a la novela: una historia ocurrida a unos personajes.

Pero hay otro ingrediente que continuó en dos novelas siguientes, «El misterio de la cripta embrujada» (1979) y «El laberinto de las aceitunas» (1982): la recuperación del género de investigación con una trama criminal, en la que un misterio tiene que ser resuelto.

El ingrediente que faltaba para tener a Mendoza completo es el picaresco. Quizá no haya escritor español que tanto deba a la tradición picaresca como Eduardo Mendoza.

Ese ingrediente que estaba ya en su primera novela se desarrolló especialmente en la que para muchos (y para el que esto escribe) es su obra maestra: «La ciudad de los prodigios» (1986), que cuenta la historia de Barcelona en el periodo entre las dos exposiciones universales de 1888 y 1929. Es casi una novela coral, puesto que al hilo de la especulación urbanística y la modernización del trazado de la ciudad se dibuja un cuadro en el que están las dos clases sociales, ya que la novela tiene sus ejes tanto en la burguesía como en el anarquismo obrero naciente.

Unido a Barcelona

A Eduardo Mendoza le ocurre como a Juan Marsé, otro escritor catalán que le ha precedido en el Cervantes, que su literatura está unida la ciudad de Barcelona, que abandonó un poco únicamente para ir al Madrid de la preguerra civil en «Riña de gatos. Madrid, 1936» (2010), novela que le valió el Planeta y que recreaba episodios de la vida de falangistas en torno a la figura de José Antonio Primo de Rivera en el año de comienzo de la guerra civil.

Eduardo Mendoza pasará a la historia de la literatura por ser de los pocos que han rescatado el ingrediente humorístico y burlón, esa versión de la picaresca que lo hace muy cervantino, puesto que Cervantes también cultivó el género en «Rinconete y Cortadillo» o «El coloquio de los perros». En «La aventura del tocador de señoras» (2001) volvía a dar vida a un personaje al que no da nombre, que ya fue protagonista en «El misterio de la cripta embrujada» y reaparece en novelas como «El enredo de la bolsa y la vida» (2012) y «El secreto de la modelo extraviada» (2015), su última novela.

Se trata de un detective guasón y estrafalario que se mete en líos sin cuento, y que le sirve a Eduardo Mendoza para volver a esa dimensión de los géneros narrativos populares que mezclan sátira, disparate y una dimensión evidentemente paródica. Este es el último gran ingrediente de su originalidad. En esta dimensión de novelista paródico quizá sea su obra maestra «Sin noticias de Gurb» (1990), pero ha dado otras singulares como «El asombroso viaje de Pomponio Flato» (2008). Sátira social, risa, capacidad narrativa, humor. Cervantismo del bueno.

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