Andrés Barba gana el premio Herralde de Novela

El escritor ha sido premiado por «República luminosa», una obra basada en la infancia. El argentino Diego Vecchio ha sido el finalista

El novelista Andrés Barba, ayer en Barcelona EFE
David Morán

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Finalista en 2001 con «La hermana de Katia», novela que le abrió las puertas de Anagrama y sumó su nombre a la cantera de jóvenes promesas de la narrativa española, Andrés Barba (Madrid, 1975) ha subido por fin el escalón que le quedaba pendiente y, dieciséis años después de quedarse a las puertas de un galardón que le birló Alejandro Gándara, se llevó ayer el premio Herralde de Novela (amén de los 18.000 euros de dotación que lo acompañan) con «República luminosa», obra en la que vuelve a explorar el siempre accidentado territorio de la infancia. El argentino Diego Vecchio, por su parte, resultó finalista con «La extinción de las especies», una historia de los museos en clave de farsa con la que Vecchio quiere reflexionar sobre la manipulación del pasado.

Confiesa Barba, novelista con pulso de traductor y vocación de ensayista, que siempre le han intrigado las tierras de nadie; esos lugares de transición repletos de ambigüedad que acaban propiciando decisiones determinantes. Espacios movedizos como esa prepubescencia por la que desfilan, amenazantes y violentos, los protagonistas de «República luminosa», esos 32 críos que irrumpen de pronto en San Cristóbal, una pequeña ciudad tropical cercada por la selva y un imponente río. Nadie sabe de dónde han salido, pero su presencia obligará a los lugareños a repensar todo lo que creían saber sobre el orden, la violencia, la civilización y, sobre todo, la infancia.

Un tema recurrente en toda la obra de Barba que el autor ha querido desfigurar aún más aplicándole un severo correctivo cortesía de Joseph Conrad. «La música de Conrad y esa frontera difusa que desdibuja entre civilización y barbarie están en el origen del libro», explica Barba, quien empezó a dar forma a su «República luminosa» después de traducir junto a su mujer los relatos completos del autor de «El corazón de las tinieblas».

Al influjo conradiano, apunta Barba, hay que añadir el impacto que le causó el visionado de «Los niños de Leningradsky», un documental polaco que relata la historia de un grupo de menores que malvive en una estación de metro rusa de espaldas a cualquier convención social. «Era una república infantil, una comunidad totalmente al margen de la civilización», destaca.

Tampoco es que el autor de «Agosto, Octubre» necesite demasiados incentivos para acercarse a la cara menos amable de la infancia -ahí está, sin ir más lejos, «Las manos pequeñas»-, pero «República luminosa» le permite seguir lanzando incómodos y desconcertantes interrogantes. A saber: «¿hasta dónde hay que proteger la infancia? ¿queremos que crezcan rápido para que dejen de inquietarnos?» Preguntas sin (aparente) respuesta que Barba transforma aquí en una suerte de crónica periodística que intenta reconstruir, veinte años después y picoteando de grabaciones y artículos periodísticos, los efectos de aquella incompresible aparición. «Mi intención no es tanto poner una careta diabólica en los niños como mostrar lo fascinante que puede ser la naturaleza cuando prueba a crear distintas formas de civilización», explica.

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