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Mario Benedetti: cuando literatura y fútbol sí pueden ir de la mano

Se cumplen ocho años de la muerte de uno de los autores cuya obra está más influenciada por el balompié

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Decía el ensayista Joan Huizinga en su libro «Homo ludens» (1938) que el juego es una actividad inherente al ser humano que debía concebirse como parte intrínseca de la cultura del mismo y nunca como un mero añadido eventual. Esto es, que jugar implica a todos por la simple condición de nacer personas, y que podrá desarrollarse de una u otra manera, pero lo importante es que acabará haciéndolo.

Mario Benedetti, uno de los escritores con mayor influencia del fútbol en su literatura, asumía esa necesidad vital y entendía el balompié como un juego mediante el que cubrirla. No lo eligió al azar: veía el fútbol como un juego cuyo calado trascendía la práctica totalidad de capas sociales, con la mercadotecnia y la violencia como derivaciones ignominiosas de un fenómeno que amó sin ataduras. Hoy que se cumplen ocho años de su muerte y, con el olor a fútbol impregnando cada esquina cuando apenas restan unos días para el desenlace final de todas las competiciones en marcha, las reflexiones de Benedetti ayudan a purificar una imagen denostada por todo lo que envuelve a su esencia, al juego como se concebía en su origen.

«La clásica noción de juego sigue existiendo, pero sólo como condición subsidiaria. Ahora, la prioridad es desembozadamente mercantil. El jugador ha pasado a ser una pieza de consumo y de especulación. Sin embargo, adjudicar la responsabilidad de esta situación a las eventuales exigencias económicas del jugador es cerrar los ojos frente al problema. Lo abyecto es el régimen». El pensamiento fue publicado el 19 de julio del 2000 en El País. En él introduce el que en su opinión es uno de los grandes males del fútbol en la actualidad: la globalización.

«Insisto en que lo abyecto es el sistema, pero no sólo el de la superestructura futbolística. Por encima de ella rigen las infundadas, abusivas y vejatorias normas de la economía de mercado, que nos afectan a todos. El recién inaugurado siglo ha heredado del anterior una palabra aparentemente fútil, pero en el fondo abyecta: globalización. Curiosamente, sólo se habla de la globalización política o de la globalización económica. No se menciona, en cambio, la globalización de la hipocresía», continúa el dramaturgo uruguayo.

Un nexo con sus raíces

Su afiliación a la izquierda política le convirtió en una figura perseguida. Tras el golpe de Estado de 1973 en Uruguay se vio obligado a exiliarse y, tras un periplo por Argentina, Perú y Cuba, terminó instalándose en Madrid. Lejos de su país, donde tuvo que quedarse su mujer, encontró en el fútbol un fino hilo al que agarrarse para mantener latiendo su arraigo uruguayo. Fanático del Nacional de Montevideo, verse alejado del equipo por el que suspiraba —y del que había escrito crónicas para algunos periódicos de la capital— le llevó a conducir sus filias balompédicas por otros derroteros. «Ya que nadie te informa de cómo van Peñarol o Nacional o Wanderers o Rampla Juniors, te vas convirtiendo paulatinamente en forofo del Zaragoza o del Albacete o del Tenerife, o de cualquier equipo en el que juegue un uruguayo o por lo menos algún argentino o mexicano o chileno o brasileño», cuenta Benedetti en su novela «Andamios».

En esta identificación del aficionado con el club de su ciudad que Benedetti eleva más allá de lo futbolístico toma forma uno de los aspectos a los que mayor valor da el de Montevideo. La asociación, con el club de fútbol como pretexto, del individuo con un colectivo que da sentido a su existencia, como quien lo busca en la religión. «La única religión que no tiene ateos», como al fútbol se refería el también uruguayo Eduardo Galeano, autor de «Fútbol a sol y sombra», uno de los libros relacionados con el balón más reconocidos de todos los tiempos. Benedetti también recurre a la religión para encumbrar su gusto por la pelota: «Aquel gol que le hizo Maradona a los ingleses con la ayuda de la mano divina es, por ahora, la única prueba fiable de la existencia de Dios».

Si bien el autor de Uruguay no llegó a publicar obras de la repercusión que tuvo la escrita por Galeano, sí cuenta en su bibliografía con varios relatos cuyo valor debe ponderarse. En «Puntero Izquierdo» (1954), el poeta ofrece la visión de un futbolista atormentado por su situación laboral. Se trata de un hombre joven que juega en un club menor y que, ante el inminente partido contra un equipo de renombre, recibe una oferta pestilente para la buena salud de su nombre en la profesión pero tentadora para la solución de sus intrigas financieras. La acepta y termina no cumpliendo con su cometido por puro azar del juego, y quienes le presentaron la propuesta le propinan una paliza que lo deja incapacitado para seguir jugando. El relato brilla tanto por cómo Benedetti consigue mezclar las pulsiones del ser humano (ambición, codicia, individualismo) con el fútbol como por el fidedigno retrato del lenguaje habitual en los campos de su país. Ambos factores evidencian un conocimiento profundo de la atmósfera futbolística por parte del escritor.

Transcurrieron 36 años hasta que «El césped», otro cuento de temática futbolera, vio la luz. Al igual que «Puntero izquierdo», transcurre en Montevideo, pero este último tiene un desenlace mucho más fatal: del soborno fallido al suicidio. Ambas tienen como desencadenante trágico un mismo elemento, el gol, que si en el primer escrito germina en la paliza al protagonista, en el segundo propicia que el portero que lo recibe se quite la vida por pura vergüenza. De nuevo, Benedetti adereza la narración con píldoras que atestiguan un exhaustivo conocimiento no solo de lo que rodea «las canchas» sudamericanas, sino del calado social que tiene el fútbol en las conversaciones, las calles, los bares. «El fútbol ha interesado a todas las capas sociales, y es quizás el único nivel de nuestra vida ciudadana en que el acaudalado vicepresidente de directorio no tiene a mal hermanarse en el alarido con el paria social», decía.

Todo ello constata el gusto de Mario Benedetti por el acercamiento a la literatura desde un escalón filosófico, abordando cuestiones que eluden a la compleja condición humana con el marco del fútbol. Esto último, al igual que sucede con autores como Juan Villoro, Gunter Grass o Roberto Fontanarrosa, lo diferencia de la corriente generalizada que imperaba entre quienes fueron sus contemporáneos, que se afanaban en promulgar que literatura y fútbol —o cualquier actividad lúdico-deportiva— no pueden ir de la mano.

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