Un retrato de Lola Montes fumando, una pose muy subversiva para una mujer de la época
Un retrato de Lola Montes fumando, una pose muy subversiva para una mujer de la época - ABC

Lola Montes, la primera «femme fatale» de la historia

En su último libro, Cristina Morató reconstruye la intensa vida de esta falsa española, nacida en Irlanda y criada en la India, que enamoró a Franz Liszt y Alejandro Dumas, e hizo que el rey Luis I de Baviera abdicara

Enviada especial a Múnich Actualizado: Guardar
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Se llamaba Eliza Gilbert, pero pasó a la historia como Lola Montes. Nació en Grange (County Sligo, Irlanda), el 17 de febrero de 1821, aunque se crió en La India, y murió en Brooklyn (Nueva York, Estados Unidos), el 17 de enero de 1861. Entre medias, tuvo tiempo de llevar una vida intensa y apasionante, que la llevó a recorrer los escenarios de medio mundo, haciéndose pasar por bailarina española (andaluza, concretamente), y a enamorar a hombres tan diversos como Alejandro Dumas, Franz Liszt o el rey Luis I de Baviera. Este último, llegó a abdicar por el amor de aquella mujer, que «aterrizó» en Múnich en 1846 y revolucionó la Corte, de donde tuvo que salir huyendo apenas dos años después.

Sus huellas, sin embargo, aún palpitan en la ciudad alemana, hasta donde Cristina Morató (Barcelona, 1961) se ha desplazado, en compañía de un reducido grupo de periodistas, para presentar «Divina Lola» (Plaza & Janés), su último libro, en el que reconstruye la vida de la que fuera la primera «femme fatale» de la historia. Según la periodista y escritora, «antes que Mata Hari y La Bella Otero» estuvo Lola Montes. Lo dice en el majestuoso hotel Bayerischer Hof, donde la falsa española tenía reservada una habitación, a instancias del rey de los bávaros.

«Si todo lo que se ha dicho de mí fuera cierto, merecería ser enterrada viva», aseguró en cierta ocasión, con socarronería y cierta altivez. No le faltaba razón, como pudo comprobar Morató al seguir su rastro en su correspondencia privada (que no la de Luis I, pues los alemanes la custodian sin permitir su acceso a las misivas), en artículos de prensa de la época y buceando en archivos. Todo para construir un retrato fidedigno, y aún así literario. «No intento juzgarla, sino entenderla. Fue una superviviente. Las palabras discreción y ahorro no estaban en su vocabulario. Por eso siempre vivió por encima de sus posibilidades. Fue un ave fénix, que pasaba de la riqueza a la pobreza».

Cristina Morató, fotografiada en el Palacio de Nymphenburg
Cristina Morató, fotografiada en el Palacio de Nymphenburg - ABC

Al final de su vida, como cuenta Cristina Morató, Lola Montes «está muy arrepentida y es consciente» del daño que ha hecho a Luis I de Baviera. Casi en su lecho de muerte, dice, a modo de plegaria: «Luis, perdóname, perdóname...». El rey la conoció a través de otro de sus amantes, Heinrich, el barón de Maltzahn. Al poco tiempo, perdió la cabeza por ella y la impuso en sus teatros... y en la Corte, hasta el punto de inventar para ella un título ficticio, el de condesa de Landsfeld. «Fue la mujer que más amo Luis I. Para él, ella fue el gran amor de su vida y para ella, él fue una oportunidad. ¿Se imagina la tristeza del pobre rey el día que alguien le dijo que no era española?», reflexiona la autora de «Divina Lola». Y eso que, según consta, sólo estuvieron «juntos» dos veces. Entretanto, y más allá de los asuntos de cama, Lola leía al monarca el Quijote, tocaba la guitarra en su presencia… «Se encuentra con una mujer que no lo trata como un rey, y eso a él le encanta. Era una gran conversadora, sabía mantener el interés con la palabra y en todas sus cartas subraya, siempre, la palabra dinero», explica Morató. Finalmente, durante la revolución de 1848, Luis abdicó en favor de su hijo, Maximiliano II de Baviera, y Lola Montes se refugió en Suiza, donde le esperó, en vano.

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