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Ejemplar del «Quijote» impreso en Londres en 1738 - EFE

Por qué hay que leer hoy a Cervantes

El autor es la sorpresa de la ruptura de los límites entre la realidad y la ficción y el origen de la novela contemporánea

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Miguel de Cervantes fue construyéndose como personaje a lo largo de todas sus obras, desde los primeros versos que envía al cardenal Espinosa para llorar la muerte de la Reina Isabel de Valois en 1568 («¿A quién irá mi doloroso canto…?») hasta la tan manoseada y recordada epístola dedicatoria al Conde de Lemos, que se publicará en la edición póstuma de su novela bizantina «Los trabajos de Persiles y Sigismunda» en 1617 («Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo esta»).

¿Qué mejor homenaje le podemos tributar a Miguel de Cervantes a los 400 años de su muerte que leer o releer sus obras? Cervantes vive en sus obras y sus obras están realmente vivas si hay algún lector que las hace suyas.

Miguel de Cervantes es hijo de los Siglos de Oro, de ese momento crucial en la Historia de España en que por las calles de Madrid se dio cita lo más granado de la literatura, la pintura, la escultura, la música… del momento. La Monarquía Hispánica era el centro del mundo, y el centro de este imperio estaba en Madrid. Y en su centro vivió Miguel de Cervantes, en el conocido como Barrio de las Letras.

Pero Miguel de Cervantes, la literatura de Miguel de Cervantes, vivió en los márgenes de aquellos centros. Y de ahí que sus obras, aquellas más experimentales, sigan siendo tan modernas, tan actuales. Una lectura contemporánea.

A Cervantes no hay que leerlo porque sea un capítulo obligatorio en la enseñanza. No hay que leerlo con la devoción de quien se está acercando a un monumento del pasado que admira por el tiempo transcurrido. No hay que leerlo en la distancia, de rodillas, desde la adoración. Cervantes sigue siendo moderno y nuestro contemporáneo. Siguen algunas de sus obras ofreciéndonos claves de nuestra vida y nos regalan entretenimiento para poder sobrellevarla de la mejor manera. Miguel de Cervantes nos sigue sorprendiendo con la calidad de su prosa, pero también con la acidez de sus comentarios, la mirada nada benévola sobre su mundo que, al margen del tiempo, sigue siendo el nuestro.

Los últimos años de su vida los va a dedicar Miguel de Cervantes a dar a conocer su proyecto literario, ese proyecto que le quiere reivindicar como novelista («Novelas ejemplares»), como poeta narrativo («Viaje del Parnaso»), como poeta dramático («Comedias») y como escritor culto («Persiles»). Y en los márgenes de su propio proyecto literario, de su propia reivindicación, hemos de colocar las dos partes del «Quijote»: la primera, la de 1605, escrita impulsada por el contrato de edición del librero Francisco de Robles; y la segunda, la de 1615, terminada por el impulso de la publicación del «Quijote apócrifo» de Alonso Fernández de Avellaneda en 1614.

Una literatura en los márgenes que llega a los límites los géneros de su tiempo, las expectativas de los lectores, y que se ha convertido en el centro de la novela contemporánea.

Leer a Cervantes es leer el origen de la literatura contemporánea. Leer a Cervantes es diversión y entretenimiento, esa risa, esa ironía tan necesaria en la vida. Leer a Cervantes es la sorpresa de la ruptura de los límites entre la realidad y la ficción. Leer a Cervantes es adentrarse en un pensamiento, donde el diálogo, la comprensión del otro, de quien es diferente, y el canto a la voluntad (una forma de libertad personal), son las piedras fundacionales de una nueva vida.

¿Qué mejor homenaje le podemos a hacer a Cervantes que intentar ser un poco más cervantinos leyendo sus obras a los cuatrocientos años de su muerte?

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