El escritor británico John le Carré
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John le Carré: el escritor que surgió del túnel

«Volar en círculos», la esperada autobiografía del legendario autor británico, nos acerca a David John Moore Cornwell, su verdadero nombre

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En el prefacio de «Volar en círculos» (Planeta), la autobiografía de John le Carré, el legendario autor inglés cuenta que prácticamente todos sus libros tuvieron como título provisional «El túnel de las palomas».

Su origen es una imagen tan poderosa que produce escalofríos: Cuando Le Carré era adolescente, su padre le llevó en una de sus «frecuentes escapadas de jugador» a Montecarlo. El joven David (el auténtico nombre del autor) correteaba por los alrededores mientras el padre se dejaba salud y hacienda en las mesas de bacarrá.

Así, el niño dio con una extensión de césped bajo la que discurrían pequeños túneles que iban en fila hasta la orilla del mar. Por un extremo de cada túnel, los empleados del club de tiro aledaño al casino introducían las palomas que vivían bajo el alero del tejado del casino.

En el otro, aguardaban los tiradores, escopeta en ristre.

Aquellas palomas que se salvaban de los disparos regresaban al único lugar que llamaban hogar, el alero del tejado… en el que volvían a ser capturadas y encaminadas de nuevo al túnel y a la muerte.

Autobiografía

Esa incapacidad de un animal aparentemente libre, con todo el futuro a un golpe de aleteo, de escapar a un destino cruel e inexorable, es tan atrayente que no es de extrañar que el autor se lo asignara como título provisional a todas sus obras. Y por ende, a su autobiografía, quizás lo último que salga de la pluma del mayor escritor de novelas de espionaje de todos los tiempos.

Aunque la traducción del título no sea la adecuada, sí que lo es el resto de esta obra imprescindible que repasa la vida de Le Carré y, tangencialmente, la historia de la segunda mitad del siglo XX, de algunos de cuyos momentos más oscuros fue el autor testigo de primera mano.

«No abunda en la modestia pero tampoco cae en la autocomplacencia »

Le Carré es muy consciente de sí mismo y de su propia importancia a lo largo de las 460 páginas de la obra, y no abunda en la modestia –una autobiografía modesta sería un oxímoron-, pero tampoco cae en la autocomplacencia y casi nunca en el ajuste de cuentas.

«El recuerdo puro sigue siendo tan difícil de aprehender como una pastilla de jabón mojada. O al menos lo es para mí, después de toda una vida de combinar las experiencias con la imaginación», dice, poniendo la venda después de las heridas.

Su infancia

Porque a pesar de que rehúye y finta todo lo posible alrededor del factor más definitorio de su vida, la figura de su padre, no consigue hurtar del todo el cuerpo a las estocadas que le devuelve el combate con la memoria.

«Un estafador con la cabeza llena de pájaros que entraba y salía de la cárcel, y que más adelante me llamaría por teléfono desde prisiones en el extranjero para suplicarme que le diese dinero». Así describe a Ronnie –el nombre de pila, nunca padre o, por descontado, ningún apelativo cariñoso-, un hombre que pegaba frecuentemente a su madre, ante cuya puerta el minúsculo David montaba guardia por las noches con un palo de golf para intentar evitar las palizas que le propinaba cuando regresaba a altas horas de madrugada.

Las guardias surtían escaso efecto, claro. «Ciertamente Ronnie también me pegaba, pero solo unas pocas veces, y con poca convicción. Era el proceso de preparación lo que realmente asustaba: el descenso y recolocación de los hombros, la mandíbula que se adelantaba».

Con ese panorama y una madre poco agradecida que le abandona a los cinco años, no es de extrañar que la infancia y primera adultez del joven David fuese un páramo emocional y afectivo. «Mi hermano era el único padre que conocí», añade el autor.

Quizás es esa ausencia de amor la que le arroja en brazos de la patria. A los 17 años, cuatro después del final de la guerra, se describe a sí mismo como el mayor patriota británico del mundo occidental. «Desenmascarábamos espías alemanes en nuestras filas y hacíamos Corps –entrenamiento militar en uniforme—dos veces por semana».

«Quizás es esa ausencia de amor la que le arroja en brazos de la »

Esos juegos infantiles narrados con distancia irónica le preparan, no obstante, para el momento en el que «una maternal funcionaria de treinta y tantos años llamada Wendy» recluta al niño perdido en Berna, adónde había huido unos años atrás. El Intelligence Corps en Austria será su nuevo hogar, y el interrogatorio de desertores del Telón de Acero su nueva ocupación.

Escritor y espía

Así comienza un viaje que le convertirá en un escritor que antes fue espía. Muchas personas quieren ver a Le Carré como un espía que se convirtió en escritor, entre ellos el propio Denis Healey, exsecretario de Defensa británico, quien le acusó en una fiesta de ser espía comunista, o muchos compañeros del MI6, que le acusarán del mucho menos exclusivo pecado de ser «un tremendo cabrón», queriendo referirse a que hubiese retratado fielmente a los espías británicos y refiriéndose realmente a haber retratado fielmente a los espías británicos con éxito.

Pocas cosas hay que un espía odie más que a un traidor, lo cual es deliciosamente adorable, ya que un espía dedica una buena parte de su tiempo a conseguir que otros traicionen a los suyos. Por eso el joven David fue percibido por los propios como un elemento peligroso cuando sus novelas se convirtieron en éxitos internacionales, a pesar de que él había seguido escrupulosamente las normas del MI6, publicando con seudónimo y omitiendo cualquier hecho relevante o secreto que obrase en su poder.

Por supuesto, la ficción puede que no contenga ni un solo hecho cierto y tener más verdad que todas las páginas de un periódico repleto de ellos. Quizás por ese motivo David acaba renunciando al MI6. Otro posible motivo fue que «El Espía» que surgió del frío le hizo inmensamente rico, y fichar cada día en un puesto de funcionario cuando uno se ha construido un chalé de lujo a pie de pista en los Alpes suizos se hace un poco cuesta arriba.

Llegada a Hollywood

Y el dinero comenzó a entrar en oleadas cuando Hollywood descubrió su obra. Desde la primera adaptación de «El espía…» en 1965, hasta las recientes «Un traidor entre nosotros» y «The Night Manager», ambas de este mismo año, llevamos más de medio siglo viendo versiones de sus novelas en la gran pantalla, casi siempre de gran calidad.

Aunque la meca del cine nunca ha sido un destino agradable para Le Carré, que lamenta más las películas que grandes directores prometieron y dejaron de hacerle que las que realmente le hicieron: «Hollywood es experta en silencio».

Como les decía antes, el autor de esta imprescindible «Volar en círculos» es un escritor que fue espía accidentalmente. Le Carré afirma que llevaba el espionaje en la sangre, lo que le llevó a entrar primero en el MI5 y finalmente en el famoso MI6.

«La meca del cine nunca ha sido un destino agradable para Le Carré»

Puede que en esos lugares tan novelescos y fascinantes, y en los hechos de su vida que tan profusamente relata en la obra, Le Carré afirme encontrarse a sí mismo. Pero no es verdad. Quizás ese del que habla sea David Moore Cornwell, pero el hombre que escribe esas líneas, Le Carré, es un escritor de nacimiento, y uno de los grandes, cuya mirada da forma al hecho, y no al revés.

Vean, si no, este párrafo: «Cuando acurrucado en un refugio subterráneo junto al río Mekong oí golpear las balas contra el fango de la orilla por primera vez en mi vida, no fue mi mano la que consignó mi indignación en un cuaderno sucio, sino la de mi valiente héroe de ficción, el corresponsal de guerra Jerry Westerby, para quien ser tiroteado formaba parte de la rutina diaria».

Así no habla un espía, por más que el joven David dirigiese interrogatorios, pinchase líneas de teléfono, allanase casas y ayudase a otros espías. Quizás David Moore Cornwell fuese la paloma que entrase en el túnel, capturada del alero. Pero la paloma que sale al otro extremo, la que esquiva las postas de los cazadores y vuela, libre de la carga de su apellido, en dirección al mar, la libertad y la inmortalidad, es John Le Carré.

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