François Jullien: ««Las culturas no se reducen a una definición. Soy incapaz de definir la cultura francesa: solo puede hacerse a través de clichés, de estereotipos»

El filósofo francés presenta en España «La identidad cultural no existe» (Taurus), un ensayo que pretende redefinir lo que entendemos por cultura y diálogo cultural en un tiempo de nacionalismos, ruptura del viejo continente y choque de identidades

El filósofo francés François Jullien CHANG CHUN-YI

B.Pardo

François Jullien (Embrun, 1951) habla desde la altura de los conceptos, aunque insiste en que las palabras, las ideas, pertenecen a la realidad y modifican el mundo. Se escapa de la actualidad, pues su pretensión se extiende más allá de los límites del hoy. Sin embargo, el tema de su última obra es ahora más pertinente que nunca. El filósofo francés, catedrático de la Universidad de París-Diderot, presenta en España « La identidad cultural no existe » (Taurus), un ensayo que pretende redefinir lo que entendemos por cultura y diálogo cultural en un tiempo de nacionalismos, ruptura del viejo continente y choque de identidades.

Para Jullien, en efecto, no existe eso que conocemos como «identidad cultural». ¿Por qué? Porque la identidad es estática, unitaria, al contrario que la cultura, «que es colectiva y está en constante mutación», según explica el autor a ABC. « Las culturas no se reducen a una definición . Yo soy incapaz de definir la cultura francesa: solo puede hacerse a través de clichés, de estereotipos. Pero eso no es una definición», continúa. Para muestra, un ejemplo. «Cuando quisimos redactar un preámbulo para la Constitución europea pensamos en definir lo que era Europa, ponernos de acuerdo sobre su identidad. Pero la definición de una identidad europea era imposible, un callejón sin salida. ¿Europa es cristiana, como la definieron algunos? ¿O, en cambio, es laica (si pensamos en la potente creación de las “Luces” y el fomento del racionalismo)? Como no fue posible definir una identidad europea, el preámbulo nunca se redactó», explica en el libro. «Lo que constituye Europa es ser, a la vez, cristiana y laica (entre otras cosas)», añade más tarde.

Así pues, Jullien rechaza el término, reniega de la posibilidad de definir lo que es ser europeo o español o italiano. En cambio, propone una nueva forma de acercarnos a las realidades culturales: el «écart», es decir, la distancia, el espacio que existe entre las culturas, entre sus elementos, un lugar fértil donde alumbran sus características. Así pues, no podríamos entender lo que es la cultura francesa sin la tensión que hay entre Rimbaud y La Fontaine , pero es en ese diálogo donde se fragua lo que significa Francia, al igual que Europa es todo eso que hay entre el cristianismo y la Ilustración. Es ese lugar intermedio, que es y no es a la vez, el que el autor reivindica como iluminador y fértil. Para precisar, no duda en acudir al arte: « Braque decía que entre la taza y el plato también había algo que pintar ». En esa zona, afirma, está la clave para reinterpretar la identidad cultural.

En un mundo cada vez más global, Jullien no duda al señalar que se está produciendo una reivindicación del « narcisismo de las pequeñas diferencias », una reacción frente a la uniformización a la que estamos siendo sometidos. Sin embargo, se niega a descender este fenómeno hasta el nacionalismo catalán, sobre el que no tiene «un juicio personal» y del que solo puede decir que ofrece una oportunidad para repensar la noción de «nación-estado». «Yo creo que hay que definir un nuevo modelo de ciudadanía que no sea nacional, sino europea. Es evidente que Europa tiene que promover una ciudadanía propia porque si no se llega a esto la consecuencia es el retorno al narcisismo de las pequeñas diferencias», concluye.

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