Eduardo Mendoza, en el Instituto Cervantes de Londres
Eduardo Mendoza, en el Instituto Cervantes de Londres - EFE

Eduardo Mendoza: bajo la capa del pícaro

Nuestro premio Cervantes saca a la luz la basura política y da puñetazos con el guante de seda del humor

BARCELONA Actualizado: Guardar
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«Soy un gamberro que viste traje y corbata», proclamó Mendoza en la presentación de su última novela «El secreto de la modelo extraviada». Y achinando los ojos insistió, sonriente: «Todo lo que digo y cuento soy yo. Todo es fondo de armario».

Nuestro Cervantes es que dice verdades como puños, pero da los puñetazos con el guante de seda del humor. Mendoza saca a la luz la basura del poder político -sea estatal, autonómico o municipal-, pero lo hace disfrazado de detective de las pepsicolas con quien mantiene una relación similar a la del doctor Jekyll y Mr. Hyde. En la Barcelona posolímpica de «La aventura del tocador de señoras» (2001) un alcalde aspirante a reelección larga ante unas cámaras que cree desconectadas: «Soy el alcalde de Barcelona y estoy haciendo campaña electoral.

Ya saben: reírme como un cretino con las verduleras, inaugurar un derribo y hacer ver que me como una paella asquerosa. Hoy me toca esta mierda de barrio. ¿Estamos en directo? Ah, vaya. Habérmelo dicho»

En «Mauricio o las elecciones primarias» (2006), una de las novelas que más valora, Mendoza advertía que la burbuja de corrupciones iba a estallarnos en la cara: «Pensamos que con la democracia se pondría freno a la especulación y la ilegalidad, pero las cosas no sólo continuaron como antes, sino que empeoraron a ojos vistas. Los ayuntamientos están a sueldo de los constructores y a los promotores les importa un bledo la ecología y el paisaje, porque saben que todo se vende. Los extranjeros compran cualquier basura: nada más les interesa el sol y comprar barato con dinero negro. Para ellos esto es un chollo».

Aunque sea, junto a Marsé y Ruiz Zafón, el novelista más carismático de Barcelona, se despacha a gusto con una ciudad a la que no reconoce, «capital mundial del baratillo y la idiocia». En nuestro último encuentro, comentaba que había salido huyendo del Proceso –«en lugar de reírnos de nosotros mismos los catalanes nos estamos tomando demasiado en serio»- para acabar en el Londres del Brexit. Al nacionalismo catalán no le ve solución -«es un agravio que no caduca»-, acompasado por el cinismo de una burguesía «que pone el disco que hemos de escuchar en cada época». El mérito de Mendoza ha sido escuchar ese disco desde 1975 y tararearlo con el estribillo de la picaresca: su verdadera tradición literaria.

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