Donna Leon recibe el premio Carvalho de manos de la alcaldesa, Ada Colau- EFENovela negra blanca
La autora de «Muerte en la Fenice» prefiere seguir transitando por esa novela negra que funde a blanco entre palazzos, canales sobrepoblados y tramas más o menos amables como la de «Las aguas de la eterna juventud», en la que Brunetti debe resolver el caso de una joven que vive atrapada en una adolescencia perpetua tras ser arrojada a las aguas venecianas.
Un nuevo caso para perfilar los contornos de un Brunetti que, igual que Leon, quien se trasladó a vivir a Venecia en 1981, tiene algo de cuerpo extraño navegando a la deriva en ese entorno aristocrático que descubrió de la mano de su mujer, Paola. «En realidad es un poco extranjero en ese mundo. Es un poco como Obama: por mucho que suba, la gente siempre dirá que es medio negro. Nunca dirán que es medio blanco, que también lo es. Siempre habrá algo que se puede decir en contra de Brunetti y nunca acaba de estar del todo cómodo», añade.
«Venecia ha cambiado mucho, sí, pero a peor. Lo único que ha crecido es el número de turistas»
Tampoco ella está especialmente cómoda en la Venecia actual, razón por la que pasa cada vez más tiempo en Suiza. «Antes era un ciudad silenciosa y tranquila, los niños se bañaban en los canales. Ha cambiado mucho, sí, pero a peor. Lo único que ha crecido es el número de turistas: cada año 30 millones de turistas. Y, mientras tanto, solo quedan 58.000 habitantes. Piensa en lo que sería Barcelona con esa proporción. Es insoportable», explica.
Enamorada de Ruth Rendell y Ross MacDonald, Donna Leon sigue combinando la escritura con su pasión por la ópera y la música aunque, puestos a escoger, no duda a la hora de señalar lo que realmente le importa. «¿Crees que alguien leerá mis libros dentro de 300 años? No, claro que no. Si piensas en Mozart, Bach, Hendel… Esa es nuestra cultura musical. Son ballenas, y nosotros somos pececitos nadando», sostiene. Aún así, la autora no tiene intención alguna de jubilar a Brunetti. Al menos no por el momento. «Pararé cuando ya no me divierta, porque no me parecería honesto para el lector seguir haciéndolo», asegura.