El jabeque de Barceló
El jabeque de Barceló - ABC

«El corsario español Antonio Barceló machacó el nido de piratas de Argel sin tener apenas bajas»

Agustín R. Rodríguez González, flamante ganador del XIV Premio Algaba por su obra «Antonio Barceló» (Edaf, 2016) narra la historia de un hispano que pasó de navegar en un barco correo, a servir en la Armada Española

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Un español valeroso que inició su carrera naval como corsario al servicio de la corona y que, gracias a sus méritos, acabó siendo Teniente General de la Real Armada. Este es el argumento en el que se centra el libro ganador del XIV Premio Algaba: « Antonio Barceló. Mucho más que un gran corsario» (Edaf, 2016).

Una obra que lleva por título el nombre de uno de los marinos más valerosos y olvidados de la historia de España y que ha sido alumbrada por Agustín R. Rodríguez González (Doctor en Historia y colaborador del diario ABC). Con todo, la semblanza de este héroe del Mediterráneo deja un sabor agridulce, pues Barceló fue denostado en el siglo XVII por muchos oficiales «de carrera» debido a sus orígenes humildes.

«Lo que más le cuesta a un español desde siempre es reconocer el mérito ajeno», explica el autor a este diario.

Antonio Barceló y Pont de la Terra vino al mundo en Palma de Mallorca el día de Noche Vieja de 1716. Y, como buen bebé de su tiempo que era, fue bautizado en la jornada siguiente a toda prisa por el temor de sus padres a que la mortalidad infantil se lo llevase al otro mundo sin haber sido iniciado en la fe. Como explica Rodríguez, tuvo la suerte de nacer en el seno de una familia media que había logrado hacerse un hueco entre clase de bien de la región. Una fama que fue acuñada por su padre Onofre en julio de 1717 cuando se ofreció a participar en la expedición española enviada para tomar por las bravas la isla de Cerdeña.

Agustín R. Rodríguez González
Agustín R. Rodríguez González - Edaf

Como señala el autor en su obra, la fuerza estaba compuesta por 4 navíos de línea, 4 fragatas, 4 balandras, 2 galeotas, 10 jabeques, 2 bergantines y 4 brulotes. Además, en este caso el ejército español contaba con un arma secreta: unos pequeños buques llamados « lanchas cañoneras» que habían sido inventadas por el propio Barceló. «Eran botes botes de remos con capacidad para 30 hombres que iban armados con el cañón de mayor calibre que hubiera», determina Rodríguez.

En palabras del autor, al ser tan pequeñas era casi imposible acertarlas desde la lejanía de la ciudad y se podían mover rápidamente para «cazar» al enemigo por sorpresa. A la batalla irían una sesentena de estas maravillas. En julio salió la expedición. Sin embargo, en este caso a los mandos estaba Barceló, quien ordenó llevar a cabo una táctica diferente: en lugar de desembarcar, bombardearín la ciudad hasta la saciedad.

El 1 de agosto comenzó el ataque, y desde entonces se lanzaron más de 7.500 proyectiles contra el lugar. «Fue un coste terrible para Argel, que tuvo que construir defensas y destinar hombres a ellas», determina el historiador. El plan fue todo un éxito, pues la región pidió la paz a España tras un duro castigo, cientos de bajas y edificios destruidos, y tan solo 30 muertos del bando hispano debido a la explosión repentina del cañón de una lancha. «Barceló machacó el nido de piratas de Argel sin tener apenas bajas. Casi gratis», completa Rodríguez. Barceló regresó como un héroe a España, donde murió en 1797.

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