Bestiario de seres fantásticos: Del basilisco y el unicornio al Kraken o el Yeti

Carlos J. Taranilla de la Varga recopila en los «Grandes mitos y leyendas de la historia» las criaturas imaginarias más famosas y su origen

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  1. Siglos de vida imaginaria

    Dragones, hidras, grifos, centauros, cíclopes, arpías, basiliscos o unicornios llevan siglos viviendo en los sueños y pesadillas de los hombres. Algunos ya fueron descritos por Esopo en sus Fábulas en el siglo VI a.C. o por Plinio el Viejo su «Historia Natural» y hoy conviven en la imaginación con otros seres míticos como el monstruo del lago Ness, el Kraken o el Yeti, cuya existencia nunca ha podido ser comprobada.

    «La fantasía siempre ayuda en la convivencia diaria» porque «es una de las facetas de la condición humana», asegura Carlos Javier Taranilla de la Varga. En su libro « Grandes mitos y leyendas de la Historia» (Almuzara, 2016), este profesor y escritor leonés ha clasificado más de 40 criaturas imaginarias, amén de tierras legendarias y continentes y civilizaciones desaparecidas. Es una recopilación que el escritor José María Merino describe en el prólogo como «enciclopédica».

    «En el inconsciente humano existe un deseo de intentar superar las limitaciones, vencer a la vejez, a la enfermedad... El mito es un deseo», a juicio de Taranilla de la Varga. Los mitos y leyendas «forman parte del sustrato cultural de un pueblo» y tanto su origen como su difusión a lo largo de los siglos ofrecen una «valiosa información de cómo funcionaba la sociedad en el pasado».

    He aquí algunos de los seres fantásticos que más han fascinado a los hombres de todos los tiempos:

  2. Drácula y los vampiros humanos

    «La idea de la existencia de los vampiros chupadores de sangre procede de la cultura greco latina, donde se habla de los "strix", una especie de lechuzas que se alimentan de la sangre de los animales», explica Taranilla de la Varga.

    El autor cuenta la historia del famoso príncipe Vlad Tepes Dracul (1431-1477) «El Empalador», de Transilvania, en la que se inspiró Bram Stoker para su «Conde Drácula» (1897), pero también otros aspectos menos conocidos como que «en Rumanía existía la costumbre de desenterrar a los muertos tras unos años de enterramiento, en función de su edad, y comprobar si la descomposición del cuerpo era total; en este caso, se quedaban tranquilos. Pero si no era así, creían que su alma vagaba en forma de vampiro buscando la sangre de las víctimas».

    También en China se decidió dejar cadáveres a la intemperie para que descompusieran antes de enterrarlos para asegurarse de que no recobrarían la vida vampirizados «e, incluso, cuando se abría una tumba, se tomaba la precaución de clavar rápidamente una lanza en el corazón del difunto para impedir que volviera al mundo, con la precaución de no hacerlo dos veces porque en ese caso se corría el riesgo de que resucitara».

    Taranilla de la Varga reseña que en Inglaterra «hasta bien entrado el siglo XIX a los suicidas se les enterraba atravesados con una lanza para evitar que se convirtieran en vampiros» puesto que se pensaba que, junto a los excomulgados o ahorcados, eran los principales candidatos a convertirse en vampiros.

    Hubo vampiros célebres, como el de Hannover que asesinó a unas 50 mujeres entre 1918 y 1924, el vampiro de Londres que se bebió la sangre de nueve víctimas, o la Condesa Sangrienta, Isabel Báthory, que se bañaba en la sangre de jóvenes vírgenes antes de beberla para perpetuar su juventud.

    El escritor clasifica a los vampiros humanos entre los Maléficos y de apariencia humana, como los hombres-lobo, el demonio o las brujas.

  3. El basilisco que mata con la mirada

    Plinio el Viejo dio todo tipo de detalles sobre este ser fantástico en su famosa «Historia Natural» escrita en el siglo I. Señaló que su nombre procedía del griego "basilikós" ("reyezuelo"), por lo que era considerado el rey de los ofidios. Plinio decía que era oriundo de Cirene (actual Libia) y que tenía tanto veneno que iba dejando un reguero tras de sí. Únicamente era vulnerable al olor de la comadreja y al canto del gallo.

    Cargado de veneno, además de marchitar la vegetación y resquebrajar piedras con su fétido aliento, el basilisco podía matar con la mirada. Carlos J. Taranilla de la Varga cita a varios autores de la antigüedad que describían cómo los viajeros llevaban consigo un gallo para mantenerse a salvo del horrible basilisco y cómo éste fue representado en la Edad Media con figura de gallo y cola de serpiente ya que se decía que había nacido de un huevo sin yema puesto por un gallo e incubado por una serpiente.

    Otros, como Pierre de Beauvais en su «Bestiario» de 1206, dedían que había sido empollado por un sapo y por eso en vez de plumas.

    «Durante el siglo XVI se acepta la existencia del basilisco a pesar del auge que empiezan a cobrar los planteamientos científicos», relata el escritor, que cuenta cómo en la «Monstrorum Historia» (1642) de Ulisse Aldrovandi «se llegó a incluir el grabado de un supuesto basilisco disecado, que no dejó de ser una falsificación bastante habitual en la época».

    Representó junto al león y el dragón, el pecado y la lujuria y se le hizo responsable de todo tipo de desgracias, pero «su peor característica era la de matar con la mirada», explica Taranilla. De ahí la leyenda del valiente caballero «de los Espejos» que vestido con una armadura recubierta de ellos se decía que había acabado con todos los basiliscos que salieron a su encuentro. «Tuvo que ser el padre Feijóo, ya en el siglo XVIII, quien se opusiera a la existencia de un animal que matase con la mirada, pero en las creencias populares el mito persistió durante mucho tiempo todavía», finaliza el autor de «Grandes mitos y leyendas de la Historia».

  4. El unicornio de poderes curativos

    Si de los dragones se cree que el descubrimiento de algún fósil de dinosaurio pudo dar pie al mito, del unicornio se sospecha que también tuvo un origen real. La primera referencia en la Antigüedad es la referencia del médico griego Ctesias de Nido (h. 400 a.C.) a un animal de cuerno único capaz de curar numerosas enfermedades. «Lo más propable es que recogiera relatos traídos por viajeros que habían observado a los rinocerontes», explica Taranilla.

    La Biblia, Plinio el Viejo o Marco Polo en su «Libro de las maravillas del mundo» hablan también del unicornio que fue perseguido por su hermosura, pero sobre todo por las propiedades mágicas de su único cuerno.

    «Por sus poderes curativos, tan celebrados, durante siglos se comerciaron cuernos entre la gente afirmando que eran de unicornio, y además actuaba como un potente afrodisíaco», recuerda el autor que señala cómo «hubo países en los que llegó a tal punto la celebridad del unicornio que incluso se adoptó como símbolo nacional y aún figura en el escudo patrio» como «en el caso de Gran Bretaña, que lo tiene junto al león».

  5. Las malvadas arpías

    Aunque el significado del Diccionario de la RAE que acompaña con más frecuencia al término arpía sea el de «persona codiciosa que con arte o maña consigue cuanto puede» o el de «mujer aviesa», estos derivan de esos «seres maléficos de la mitología griega con cuerpo de ave de rapiña y cabeza de mujer, que llevaban consigo tempestades, pestes e infortunio».

    Inicialmente fueron dos, Aelo y Ocípete, aunque los romanos añadieron a Celeno ("la oscura"), la más malvada de todas. «Fueron encargadas por Zeus de robar la comida de las manos de Fineo, augur invidente de Tracia, confinado en una isla sin poder probar bocado en castigo por haber tenido la osadía de desvelar secretos de los dioses del Olimpo», reseña Taranilla de la Varga. Con la llegada de Jasón y los Argonautas, fueron perseguidas pero siguieron con vida por los ruegos de Iris.

    Con el tiempo las arpías empezaron a ser vistas también como difusoras de enfermedades y como seres crueles que raptaban a la gente y la torturaban camino del Inframundo.

    Habituales en los bestiarios, fueron muy representadas en los capiteles de las iglesias románicas y también hoy figuran en algunos escudos de armas, como los de Reitburg y Liechtenstein.

    Las arpías forman parte del capítulo de seres fantásticos de apariencia híbrida junto a las sirenas, los tritones, las nereidas, el minotauro, los centauros, los cíclopes, los sátiros y silenos, la esfinge o la terrible mantícora de afición desmesurada por la carne humana. «Aún hoy, hay campesinos en Irán que, aterrorizados, afirman haber visto» a esas criaturas con «tres filas de dientes, cara y orejas de hombre, ojos azules, cuerpo rojizo de león y cola que termina en un aguijón, como los alacranes», según la descripción de Plinio el Viejo.

  6. El judío errante

    La leyenda de este personaje maldito que no conoce el reposo cuenta con dos versiones, según recoge el libro «Grandes mitos y leyendas de la Historia». En una se dice que es el portero del palacio de Poncio Pilato, llamado Cortafilo, quien se burló de Cristo cuando salía camino del Calvario con la cruz a cuestas y Jesús le replicó: «El Hijo del Hombre se va, pero tú esperarás a que vuelva».

    Otra versión dice que fue un tal Asavero o Asuero, un judío de profesión zapatero, quien no le dejó a Cristo descansar ante su taller y golpeándole con una herramienta le gritó: «¡Anda!». Por ello, peregrina por toda la Tierra hasta el día del Juicio Final.

    «El mito se hizo célebre y comenzaron a aparecer por toda Europa numerosos impostores que lucían una cruz o una llama impresa grabada en la frente, asegurando ser "El judío errante"», relata Taranilla de la Varga, que recuerda a Antonio Rodríguez de Medina del Campo, procesado por la Inquisición en 1546 por hacerse pasar por él, o el caso del conde de Saint-Germain en el siglo XVIII.

    Similar a este personaje maldito, que también vaga sin rumbo y sin descanso en su barco fantasma, es el holandés errante que muchos han creído avistar a lo largo de los siglos. «Estuvo a punto de embestirnos. Pero entonces sonaron tres campanadas en las entrañas del barco, escoró a estribor y se alejó», dijeron los pescadores del ballenero Orkney Belle en 1911.

  7. Los (hasta hace bien poco desconocidos) gnomos

    Entre los seres feéricos o espíritus de la naturaleza y junto a los duendes, hadas, genios o elfos, Taranilla de la Varga explica cómo los gnomos eran unos perfectos desconocidos en España hasta el siglo XX, cuando estos seres de la mitología nórdica y centroeuropea alcanzaron gran popularidad con la serie televisiva de dibujos animados «David el gnomo».

    El autor subraya que hasta la edición de 1992 el Diccionario de la Real Academia no recogió el término «gnomo», que «procede del sánscrito "jna" de donde derivó la raís griega "gnosis" (conocimiento) y el término "gnomar" (ser inteligente), siéndoles aplicado por primera vez por el médico y alquimista ocultista Paracelso».

  8. Las eróticas valquirias

    Ninfas, Xanas, apsaras y huríes comparten capítulo erótico con las famosas Valquirias de la mitología germánica, esas deidades femeninas del dios Odín, que cabalgaban sobre los campos de batalla seleccionando entre los guerreros más heroicos aquellos que debían caer en el combate. La mitad de ellos eran trasladados al palacio de Odín en el Valhalla, donde vivirían felices ejercitándose en el manejo de las armas y bebiendo hidromiel en los banquetes que servían estas rubias guerreras mientras esperaban el gran combate final de todos los tiempos, el Ragnarök.

    «El término deriva del nórdico antiguo "valkyrja" y significa "la que elige a los caídos en la batalla"», explica Taranilla de la Varga. Según el escritor, se cree que en un principio «eran las sacerdotisas de Odín que oficiaban los sacrificios rituales en los cuales los prisioneros eran ejecutados ("llevados a Odín")».

    «Su atractivo erótico, al contrario de la delicadeza y dulzura de las divinidades femeninas de otras mitologías, se halla en ese aspecto de naturaleza salvaje», por el que fueron representadas calbalgando sobre caballos alados, armadas con yelmos y lanzas, o sobre lobos.

  9. El temible Kraken

    El temor a ser atacados por un kraken en alta mar ha atemorizado desde antiguo a los marineros nórdicos, ingleses y escandinavos aunque el primero en describir a este monstruo marino fue el obispo de Bergen Erik Pontoppidan en su «Historia Natural de Noruega» (1752), según recoge Taranilla de la Varga. Pontoppidan dijo que medía «dos kilómetros y medio de anchura» y que sus «descargas enturbiaban el agua». El mismo obispo dijo haber presenciado un combate entre dos kraken «y fue tanta la tinta que derramaron entrambos que la tonalidad oscura de las aguas noruegas se dice que procede de entonces», añade el autor de «Grandes mitos y leyendas...»

    Hans Egede, un famoso misionero noruego en Groenlandia, afirmó que «el monstruo era de unas dimensiones tan descomunales que, al salir del agua su cabeza llegaba a la cima del mástil; su cuerpo era tan voluminoso como el barco y tres o cuatro veces más largo».

    Se dijo que este mítico animal marino tenía sus guaridas en cavernas a miles de metros de profundidad, aunque otros decían que había sido confundido con una isla.

    El kraken fue protagonista de abundante literatura, recuerda Taranilla, que cita a Julio Verne o la novela de ciencia ficción «Kraken acecha» (1953), de John Wyndham.

    Exageraciones aparte, se cree que en realidad se trata de un calamar gigante, el «Architeutis dux», el invertebrado más grande del mundo, que puede medir más de veinte metros de longitud, con tentáculos de más de cinco metros. «No cabe duda que este ha sido el origen del mito del kraken», estima Taranilla de la Varga.

  10. El abominable hombre de las nieves

    Eric Shipton fotografió en 1951 una huella del supuesto yeti, el «abominable hombre de las nieves» que se escondería en la cordillera del Himalaya. Dos años después, Edmund Hillary contó que uno de los sherpas que le acompañaron en su ascenso al Everest «aseguró haber visto al yeti» y que al año siguiente encontró un mechón de pelo negro a 5.800 metros de altitud y sus sherpas «aseguraron que era un vello del yeti y lo tiraron atemorizados».

    Aquello despertó el interés por el yeti, comenzaron las expediciones en su busca y se multiplicaron los testimonios de quienes aseguraban haberse topado con esta criatura que, según Craig Calonica, «caminaba como un humano y medía aproximadamente 1,80 metros de altura» aunque tanto ésta como otra más pequeña que este escalador norteamericano dijo haber visto en 1998 «no eran humanos (...) Sus brazos eran muy largos y sus manos muy grandes».

    Peter Byrne había salido en su busca en 1958 y se hizo con un dedo de una supuesta mano de yeti que guardaban en el monasterio de Pangboche. El estudio llevado a cabo en unos laboratorios de Edimburgo concluyeron en 2012 que se trataba de un dedo humano.

    También los análisis de las muestras de pelos realizados por el profesor de genética Bryan Sykes, de la Universidad de Oxford, determinaron que eran de osos. El español José Ramón Bacelar fue en 2006 el primer occidental en fotografiar supuestas huellas del yeti, «aunque no quedó claro si correspondían a osos», según Taranilla.

    «Ni el dedo ni los cabellos han dado hasta ahora pruebas de que el llamado "hombre de las nieves" exista, pero hay estudiosos que sobre el terreno están convencidos de la existencia del Yeti», añade el autor de esta guía de mitos y leyendas, aventurando que «los partidarios de este mito no dejarán de correr en pos del mismo hasta que cualquier día nos den una sorpresa».

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