Martin Amis, ayer en Barcelona
Martin Amis, ayer en Barcelona - INÉS BAUCELLS

Martin Amis: «Los grandes tiranos han temido la risa mucho más que el dolor»

El escritor británico vuelve a burlar todas las convenciones con «La Zona de Interés», escalofriante sátira del nazismo y los campos de concentración

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Cuando tenía 10 años, Martin Amis, por aquel entonces poco más que palmo y medio de hijo del ilustre Kingsley Amis, sorprendió a su madre con una pregunta que aún hoy no ha conseguido responderse: ¿qué diablos era aquello de Hitler y los trenes de lo que tanto hablaba todo el mundo? «Oh, no te preocupes por Hitler; eres rubio y tienes los ojos azules, le habrías encantado», le respondió irónica su madre, implantando en ese mismo momento la semilla de lo que años más tarde sería una de las señas de identidad del Amis novelista y figura indiscutible de las letras británicas: la atracción por los personajes extremos y monstruosos.

«Si hay alguien que no aparece en mis novelas es la clase media, ni de la sociedad ni del comportamiento humano», confirma el autor de «Campos de Londres», quien retorna ahora a la zona cero de sus obsesiones para firmar «La Zona de Interés» (Anagrama) y acercarse al Holocausto desde una premisa, cuando menos, arriesgada

. «Me pregunté si podría existir el amor en un situación de locura totalitaria, pero es demasiado pedirle al amor que pueda prosperar rodeado de odio y muerte», explica Amis, quien arroja a la empalizada del Kat Zet, trasunto de Auschwitz, un grotesco romance entre un joven oficial desafecto al régimen, la mujer del histriónico y disparatado comandante del campo y un sonderkommando, uno de esos prisioneros judíos obligados a trabajar en las cámaras de gas y los crematorios.

Un planteamiento incómodo y regado en humor negro que situó a Amis en el centro de la polémica cuando sus editores habituales en alemán y francés rechazaron publicar la novela. «Todos los editores nos equivocamos alguna vez. En este caso se equivocaron ellos», relativizaba ayer el editor de Anagrama, Jorge Herralde. «No tiene sentido para mí decir que no se puede hacer ficción con el Holocausto. La ficción es libertad, y la libertad es infinita o sencillamente no es», defiende Amis, a quien la crítica, prácticamente unánime en sus alabanzas a «La Zona de Interés», ha acabado por dar la razón. Será que, como señala el propio autor, a veces la risa, por torcida que sea, puede ser el mejor de los ataques. «Los grandes tiranos de la historia han temido más la risa que el dolor», asegura.

-¿La única manera de explicar el sinsentido del Holocausto es hacerlo utilizando la sátira y el humor negro?

-No es la única, pero para mí es la más natural. Además, había cientos de cosas grotescas y ridículas en la Alemania nazi, por lo que la sátira parecía lo más adecuado. La risa no siempre tiene que ser felicidad, puede ser desdén.

-Se habla de ficción, pero uno de los personajes nace a partir de la autobiografía de Rudolf Hess, «Yo, comandante de Auschwitz». ¿Es imposible para un novelista imaginar desde cero un escenario tan atroz?

-Efectivamente, necesitas un marco, y está todo en las memorias de Hess, pero los novelistas lo que hacemos es intensificar las cosas cuando surge la oportunidad. Se necesitaría un genio loco para inventar todo este experimento nazi. Genios locos y malvados como los propios nazis, que marcaron un hito dentro de la maldad.

-En la novela hablan tanto víctimas como verdugos, pero la voz de las víctimas nos llega a través del sonderkommando Szmul, uno de los prisioneros judíos reclutados para trabajar en las cámaras de gas y los crematorios. ¿Por qué escogió precisamente este personaje?

-Porque me pareció el más patético y extraño. En realidad solo vivías un par de semanas más. ¿Cuánto amas la vida para pasar dos semanas más afeitando cabezas y buscando joyas en el recto de las víctimas?

Es imposible no preguntarse cómo se entra en una novela como «La Zona de Interés» y, sobre todo, cómo se sale de ahí después de 300 páginas rodeado de cadáveres, atrocidad y personajes enajenados, pero Amis, que ya había tanteado el Holocausto en «La flecha del tiempo», aclara que el proceso no ha sido especialmente traumático. «Me gustaría decir que me sentía deprimido al escribir este libro, pero no ha sido así. La parte difícil -explica- fue sentir que estaba preparado y que tenía derecho a hacerlo, pero no tuve que hacer un esfuerzo moral ingente, porque ya lo había hecho con “La flecha del tiempo”». Quizá por eso cambian las formas, mucho más explícitas, pero se mantienen los mismos interrogantes. «Realmente no puedes tener un porqué coherente a partir de mentes locas», sentencia.

-¿Cómo puede cambiar la visión del Holocausto ahora que se han cumplido setenta años de la liberación de Auschwitz?

-Estamos en el momento más importante desde el Holocausto, ya que los supervivientes eran la prueba real de que sucedió. Todas las víctimas tenían la misma fantasía y la misma pesadilla: has sobrevivido, vuelves a casa, cuentas la historia real y no te creen. Lo que sí que cambiará es que los jóvenes neonazis dirán que los supervivientes estaban a sueldo de los judíos y que se lo inventaron todo. Cuando estuve en Auschwitz hace veinte años, mi guía me dijo que se pasaba la mitad del tiempo explicando que aquello ocurrió de verdad.

-¿Cree que la polémica con los editores franceses y alemanes ha acabado beneficiando a la novela?

-Quizá, pero la publicidad negativa es publicidad negativa. Esa idea de que lo que importa es el tamaño de la columna no es cierta. Lo peor es que tengo que seguir respondiendo preguntas al respecto, y la verdad es que no se por qué lo hicieron. El editor francés, Gallimard, se siente muy incómodo. Creo que tiene que ver con algo más que con el libro, algo distinto.

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