Capote, en su juventud, retratado por Cartier Bresson
Capote, en su juventud, retratado por Cartier Bresson
LIBROS

Truman Capote, a sangre caliente

Se recuperan cuentos inéditos de un juvenil Capote, donde ya están presentes muchas de sus obsesiones

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La publicación de escritos póstumos o inconclusos o novatos suele producir la felicidad económica de descendientes, acelerar la carrera de algún académico, estimular el comprensible morbo de fans completistas y, acaso, perturbar o complacer al fantasma del autor esté donde esté.

Pero a veces la maniobra está justificada. De haber respetado manifiestas (o por omisión) últimas voluntades y sólo concentrándonos en la literatura norteamericana, nos hubiésemos quedado sin piezas fundamentales como, la más cercana, « El rey pálido» de David Foster Wallace.

Dicho lo anterior, estas piezas tempranas de Truman Capote (1924-1984) no añaden gran cosa a la leyenda pero sí la reafirman. Hay que recordar la lúcida firmeza alcohólica y drogadicta con la que el responsable de «A sangre fría» –cerca del final, en prefacios y diálogos consigo mismo– insistía con que su precocidad a la hora de publicar el debutante «Otras voces, otros ámbitos» en 1948 no había sido más que otra y ya avanzada estación en un largo viaje que había iniciado a los ocho años de edad.

De ahí que el valor de estas páginas primerizas resida en la manifestación clara de una voluntad y del convencimiento de alguien que se sentía, ya en la adolescencia, «un escritor consumado».

Aciertos y defectos

De su lectura queda claro que Capote aún no lo era; pero sí que ya sabía de dónde salía y a dónde quería llegar. Ya están presentes aquí obsesiones y paisajes que van de las sombras del gótico sureño o el pastiche más o menos gracioso («Terror en el pantano» es una suerte de Tom Sawyer como revisado por Carson McCullers) a los fulgores encandiladores de Manhattan. También, aciertos y defectos (la implacable mirada de los niños o de las mujeres como vehículo narrador así como una cierta torpeza muy de su tiempo cuando se trata de retratar con trazos casi de caricatura a los personajes «de color», así como cierta tendencia al melodrama fácil como en «Esto es para Jamie»); y momentos admirables como el criminal y doméstico «Almas gemelas» (donde dos amigas planean el asesinato de uno de sus maridos y anticipan mucho del clima de Patricia Highsmith) y «Miss Belle Rankin» o «Lucy» o «La tienda del molino», donde ya se aprecia el talento para perfilar toda una vida con las palabras justas y parece vislumbrarse el genio depurado del que acaso sería su mejor y definitivo libro: « Música para camaleones» (1980).

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