CÓMIC

La historia del tebeo español, en el Museo ABC

La exposición «Historietas del tebeo, 1917-1977», que se inaugura este martes en el Museo ABC, da pie para hablar del cómic en nuestro país. Personajes que nos han acompañado toda nuestra vida y a los que queremos como a amigos

Cubierta de 1959 de «El Capitá Trueno»
Luis Alberto de Cuenca

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«Cualquier noche puede salir el sol» . Al menos eso cantaba Jaume Sisa en 1975, hace más de cuarenta años. La receta era muy sencilla: el cantautor catalán daba una fiesta a la que convocaba a los héroes de su infancia; al reunir a sus invitados en el salón de su casa, que esa noche se convertía en la casa de todos («si es que las casas son de alguien»), en mitad de las sombras, empezaba a brotar la luz. Muchos de los héroes de la infancia de Sisa procedían de los tebeos, pero los había también procedentes del cine, de los cuentos de hadas, de la literatura juvenil. En mi caso, si fuese yo el que diese la fiesta, la totalidad de los invitados serían personajes de los cómics. No en vano, la primera imagen mental que conservo de mí mismo es la de un niño cabezón, con gafitas de pasta blanca, el pelo alborotado en rizos y un tebeo de Pulgarcito en las manos.

El asunto empezó, como casi todo, en la cama. Imagino que a ustedes les ocurriría lo mismo: además de las horas cotidianas de sueño, que eran muchas, pasábamos de niños un mínimo de treinta a cuarenta días al año en la cama , pues el número de enfermedades obligatorias a contraer era considerable, y la familia estaba preparada para largas convalecencias de sus miembros (no como ahora, que nadie está en la cama aunque tenga cuarenta grados de fiebre). En el curso de esas largas convalecencias , mi madre me traía a la cama todo tipo de cosas para que me distrajera. Entre ellas, claro, tebeos.

Aquello sí era vida

Y entre los tebeos, dos tomos en pasta española con la colección de «Pinocho» , aquella maravillosa revista de los años veinte del siglo pasado en la que, junto a las aventuras de Pinocho dibujadas por Bartolozzi y a los desternillantes Currinche y Don Turulato , de K-Hito , se daban cita héroes americanos como Paco Morronguis , el gato travieso ( Felix the Cat , de Pat Sullivan ), Tin y Ton (The Katzenjammer Kids, de Rudolph Dirks y Harold Knerr ) o Anita Buen Corazón (Little Orphan Annie, de Harold Gray ).

Aquello sí era vida, convalecer en compañía de una revista como «Pinocho». Estoy seguro de que todos los españoles mayores de noventa años la recuerdan. ¿Cómo no recordar su famosa sección teatral, que ofrecía a lo largo de varias entregas el texto de una pieza dramática en página impar, así como unos deliciosos recortables de sus escenarios y dramatis personae en página par? Allí vio la luz, por ejemplo, una adaptación escénica de «El califa cigüeña» , de Wilhelm Hauff , quien se convertiría desde entonces en uno de mis cuentistas favoritos. Donde hubo un tebeo, reza la propaganda, habrá después un libro, pero nunca dejará de haber tebeos.

Página de «Zipi y Zape», de Escobar, del año 1950

Desde aquellas convalecencias, no han faltado tebeos en mi mesilla de noche. Recuerdo con especial devoción las series dibujadas por Manuel Gago , el creador de «El Guerrero del Antifaz» , que allá por los años cincuenta fundó su propia editorial, Maga, donde dio vida a numerosos personajes que repetían el patrón inicial hasta el infinito, para satisfacción de sus fans. Y, cómo no, las grandes series de Valenciana («El Pequeño Luchador», «Roberto Alcázar y Pedrín» , «El Espadachín Enmascarado», «Milton el Corsario», «El Hijo de la Jungla») y de Bruguera («El Cachorro» y «El Inspector Dan», entre las de acción, y «Pulgarcito», sobre todas las de risa). Y estupendas revistas como «Gente Menuda» (de ABC , fundada por mi bisabuelo, Carlos L. de Cuenca ), «TBO» , «Flechas y Pelayos», «Chicos», «Mis Chicas», «El Coyote», «Trinca», «Drácula», «El Víbora» , «Tótem» y un largo etcétera.

Publicaciones eruditas sobre el tema

Del mismo modo que los filatélicos no pueden prescindir de los catálogos de sellos, los aficionados al cómic no podemos vivir sin las cada día más numerosas publicaciones eruditas sobre el tema. A finales de los años sesenta aparecieron la revista «Bang!», dirigida por Antonio Martín (autor, en 1978, de una muy valiosa «Historia del cómic español: 1875-1939»), y las imprescindibles monografías «El apasionante mundo del tebeo», de Antonio Lara , y «Los cómics en España», de Luis Gasca . En 1982 vio la luz una monumental y colectiva «Historia de los cómics en cuatro volúmenes», dirigida por Javier Coma , con jugosos capítulos sobre historia del tebeo español. Jesús Cuadrado publicó en 1997 un formidable «Diccionario de uso de la historieta española (1873-1996)» que se reimprimiría en 2000 muy aumentado bajo los auspicios de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez y Ediciones Sins Entido . Son sólo algunos hitos significativos entre la selva bibliográfica ad hoc aparecida en el último medio siglo.

En 1993, Jaume Sisa, entonces bajo la máscara de Ricardo Solfa , grababa en un disco de vinilo deliciosamente anacrónico el cuplé «Yo quiero un tebeo» , de gigantesco éxito en la época (1917) en que nació «TBO», la revista que dio origen al genérico «tebeo» (y que se llamaba así por una canción de una célebre comedia musical arrevistada de la época). Me gustaría terminar recordando el estribillo de ese cuplé: «Yo quiero un TBO, / yo quiero un TBO, / si no me lo compras lloro y pataleo . / Yo quiero un TBO, / yo quiero un TBO, / y me estaré quieto mientras yo lo leo. / Que con sus cuentos yo me divierto / y sus hazañas risa me dan. / Yo quiero un TBO, / yo quiero un TBO, / yo quiero un TBO, papá».

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