Peter Handke, autor de «Ensayo sobre el Lugar Silencioso»
Peter Handke, autor de «Ensayo sobre el Lugar Silencioso»
LIBROS

Sobre retretes, aulas y tumbas

Al igual que un personaje de «Las estrellas miran hacia abajo»,de Cronin, se refugiaba en los cuartos de baño, Peter Handke los recorre en busca de meditación. Váteres, aulas vacías y otros lugares de calma nutren «Ensayo sobre el Lugar Silencioso»

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En el exquisito libro de Junichiro Tanizaki « El elogio de la sombra» hay unas cuantas líneas, inadvertidas en todo el conjunto, dedicadas a los retretes tanto de los pabellones de té como de los templos japoneses. Peter Handke, a regañadientes, hace una breve mención del libro del escritor nipón, homenajeándole pero sin reconocer que su texto parte de esa reflexión, lo cual no quita ni añade un ápice al volumen magnífico que es «Ensayo sobre el Lugar Silencioso».

Nacido en 1942, un novelista excepcional con una carga emotiva y nostálgica extraordinaria, ya había demostrado hace décadas su preparación para la especulación creativa con« Ensayo sobre el cansancio» o «Ensayo sobre el jukebox». En un mundo repleto de ruido solo queda un lugar silencioso, porque la vergüenza lo aleja de la multitud, el váter o retrete.

Handke emprende un viaje a través de muchos de ellos, a la vez que pone en marcha su memoria para recordar sus vínculos más remotos con este espacio laico-sagrado inevitable del ser humano.

Al sur de Carintia

Así, se refiere al retrete rural del hogar de su abuelo, una casa de campesinos, al sur de la Carintia austriaca, de una de cuyas paredes colgaban de un clavo los fajos, más o menos gruesos, de periódicos, cortados convenientemente con la mano, agujereados y sujetos por una cuerda. Esas hojas impresas pertenecían siempre al semanario esloveno «Vestnik» («El mensajero»). Este recuerdo lo lleva a reflexionar sobre los váteres de después de la Segunda Guerra Mundial, en Berlín Este y otras ciudades de la Alemania dividida.

Handke vivió varios años en un internado y el váter significó para él un lugar de asilo: fuera del mundo, del poder, del tiempo; de la misma manera que el confesionario era una forma de aligerar la conciencia. El escritor austríaco hace una relación entre ambos espacios, pero afirma que no se pueden comparar estos dos lugares, el lugar silencioso y la cabina de los pecados. El silencio como reflexión y el ruido de la palabra como liberación. Retretes, confesionarios y enfermerías, lugares semejantes pero distintos. El váter por excelencia, y el resto sucedáneos para momentos de crisis.

Peter Handke es un maestro en todos los géneros y también en el pensamiento

Retretes de los Balcanes, de Europa, con especial dedicación a los de las estaciones de trenes, viendo pasar las comitivas, las gentes por los andenes y las vías entremezclándose. Estación de Spittal del Drau, por ejemplo. Retretes no solo para su fin principal, sino también refugios para dormir, leer, lavarse el pelo o mantener la mirada en los espejos estallados y ver la multiplicación de uno mismo. En ese retrete de la estación de Spittal del Drau leyó Handke «Los Buddenbrook», de Thomas Mann. Váteres de las estaciones de trenes a pie de tierra, pero también de los aviones.

Handke es un maestro en todos los géneros y también en el pensamiento. Sabe muy bien mezclar el ambiente exterior del espacio con el interior de la meditación. Una meditación sobre cómo lo más vulgar del ser humano puede adquirir una especial dignidad. Cómo el individuo está huérfano en el mundo y busca estos espacios uterinos para envolverse en sí mismo y regresar a la materia más ínfima.

El ángel de cada uno

Váteres de la universidad desplazados por otros espacios muertos, abandonados, silenciosos, donde refugiarse. El autor se hace, a veces, acompañar de personajes propios como Filip Kobal («La repetición») o ajenos, provenientes de otras obras como «Las estrellas miran hacia abajo», de Archibald Joseph Cronin, o «El ángel que nos mira», de Thomas Wolfe. El tema del ángel que él mismo utilizó en la película « El cielo sobre Berlín», de Wim Wenders, con guión suyo. El ángel de cada uno de nosotros, siempre presente, pronunciando palabras de socorro que pocas veces llegamos a percibir.

Los lugares silenciosos, estos lugares, no le han servido al autor únicamente de refugio, de asilo, de escondite, de protección, de cueva de eremita. Son algo más. Son lugares de su sacralidad menor. A los ya conocidos lugares silenciosos, Handke añade otros, las iglesias vacías, las aulas vacías de la facultad y los cementerios. En realidad, en el lugar silencioso se produce, por lo general, un abandono del cuerpo. El cuerpo pesa y necesita un lugar para reposar, para expulsarse a sí mismo en el líquido amniótico del que procede, en la semioscuridad del otro cuerpo donde se engendra o donde se deshace.

Libro poético-filosófico sobre los rincones donde uno se siente conforme consigo mismo

Mientras Tanizaki realzaba los retretes orientales, los japoneses, por esa estrecha relación con la naturaleza, criticaba el sentimiento de culpa occidental por situar a los mismos en un espacio vergonzoso, sucio y ni siquiera mencionable en público. Peter Handke cuenta su visita al templo de Nara, la antigua residencia del emperador de Japón, o al jardín del templo de Ryoanji. Emotivo es el encuentro, en el cementerio de Kamakura, de la estela funeraria del director de cine Yasujiro Ozu. Sobre su lápida el signo «mu», algo así como «nada». Los lugares silenciosos son, en realidad, una posada del espíritu, una posada para la levedad del espíritu, un regreso a ese espíritu silencioso que se parte, se divide, se destruye con los ruidos del mundo exterior.

Libre de ataduras

«Ensayo sobre el Lugar Silencioso» no es una obra escatológica sino, por el contrario, un libro poético-filosófico sobre esos «petit coin», esos pequeños rincones donde uno se siente conforme consigo mismo, libre de cualquier atadura. Pequeños rincones, búnkeres de nuestro espíritu, lugares de la calma desprendidos de la gran bola terráquea. Lugares donde todos somos iguales y unos pocos se dan cuenta de la grandeza del existir en las pequeñas cosas. Retretes de Europa, de Hispanoamérica (las pasarelas de madera de Panamá adentrándose en el océano, mientras los turistas se bañan sin saber que están en medio de unas cloacas), de África (las dunas viajeras), de Australia, de Estados Unidos (en el último piso de un rascacielos neoyorquino), en Alaska… o aquellos lugares silenciosos que están pensados como servicios de lujo, donde una mujer se equivoca y entra en el lugar de los hombres y viceversa.

A veces los lugares silenciosos enmudecen cuando, por ejemplo, suceden cosas. «En la primavera de 1999, durante la guerra en la que Europa Occidental bombardeó Yugoslavia, al atardecer, casi de noche, una niña fue al servicio de la casa de alquiler en la que vivía, en la ciudad de Batajnica, al noroeste de Belgrado, y allí -cuando, por lo menos la noche en cuestión, todos los habitantes de la ciudad y de la casa salieron ilesos de aquello- murió por la esquirla de una bomba que atravesó la pared del váter». El lugar silencioso, el lugar también donde mueren los inocentes de todas las guerras.

Bajo cero

Cada uno de los lectores podríamos añadir nuestra particular geografía de los retretes. Yo, por ejemplo, no puedo olvidarme del gigantesco retrete colectivo del campo de concentración de Birkenau. Cientos de seres humanos compartiendo su desgracia, sus detritus, a temperaturas extremas bajo cero. Saito Ryokuu (otro japonés, novelista del siglo XIX) escribió que el refinamiento era frío. El refinamiento de los retretes japoneses. ¿Cómo serían también los de sus campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial?

¡Acabemos bien! Volvamos a JunichiroTanizaki con permiso de Peter Handke: «Estos lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna; es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía. Los antiguos poetas de haiku han debido de encontrar en ello innumerables temas». Así lo consiguió Handke.

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