Eduardo Fernández tiene un gran interés por la música contemporánea: tiene previsto grabar un disco con piezas de Ramón Paús y prepara un estreno de José María Sánchez-Verdú
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MÚSICA

«Scriabin es un músico circular»

El pianista Eduardo Fernández, reciente ganador del Premio «El Ojo Crítico» de Radio Nacional de España, acaba de grabar la integral de los preludios del compositor ruso Alexander Scriabin

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Se encontraba en plena mudanza Eduardo Fernández (Madrid, 1981) cuando le comunicaron que se le había concedido el premio «El Ojo Crítico», que todo los años Radio Nacional de España otorga a jóvenes talentos artísticos. «Fue una auténtica sorpresa», comenta el pianista. «A punto estuve de enterarme por los medios de comunicación, porque llevaba todo el día sin contestar al móvil». El galardón de RNE viene a reconocer una trayectoria breve, pero ya cargada de suculentos frutos. Es el caso de sus elogiadas grabaciones de la Iberia de Albéniz y de las piezas tardías de Brahms, a las que se suma ahora un nuevo reto discográfico: la integral de los preludios de Scriabin, que acaba de publicar el sello Orpheus.

Muchos ven todavía en Scriabin a un excéntrico: el compositor que concebía espectáculos de luces y sonidos, el músico que asociaba tonalidades y colores.

Creo que el mensaje de Scriabin se ha banalizado debido en parte a las herramientas que el propio compositor ideó para difundirlo, como el siempre citado clavier à lumières, un teclado en el que a cada nota correspondía un color. El verdadero objetivo de Scriabin era que el espectador fuera capaz de percibir un estado de ánimo, y estos estados de ánimo vienen dados mediante elementos muy concretos de la escritura musical. Personalmente, no veo necesario añadir imágenes o colores; en la partitura está todo lo necesario para descifrar su mensaje.

Aun así, en la Fundación Juan March interpretó los preludios acompañados por proyecciones de colores.

Fue un experimento muy positivo y muy divertido. Mientras yo tocaba la música, se proyectaban los colores de acuerdo a las relaciones establecidas por Scriabin. No obstante, en las piezas que ya no son tonales, estas correspondencias entre tono musical y color resultan de aplicación problemática. Deberíamos quizá asociar los colores a modos en vez de a tonalidades, el resultado visual sería una mezcla de gradaciones cromáticas. Lo esencial es entender lo que el compositor intentaba reflejar, es decir: la contraposición de lo místico y lo terrenal. El color, en Scriabin, es más una entidad espiritual que física.

Los noventa preludios que Scriabin escribió a lo largo de su vida proporcionan una imagen clara de su evolución.

Los primeros siguen la estela de Chopin. Pero, desde muy pronto se perciben polirritmias. Scriabin estaba buscando una inestabilidad rítmica muy particular. Llega un momento en que el compositor abandona la rejilla rítmica y el ritmo lo impone la propia música. Conforme van avanzando, los preludios se vuelven técnicamente más complejos, en parte también por el bagaje conceptual que está detrás de la música. Cuando en la partitura hay un salto ascendente muy rápido, por ejemplo, comprendes que este salto busca transmitir algo que va más allá del sonido.

A partir de un determinado momento, Scriabin entiende su música como un modo para divulgar la teosofía que había conocido tras su encuentro con Madame Blavatsky.

Sí. Scriabin transformó su lenguaje musical con el objeto de transmitir los principios de la teosofía. En sus piezas de la última época, utiliza los sistemas octatónicos para transportar el material a unos intervalos en los que éste sigue encajando hasta que vuelve al sistema inicial. Toda la escritura se va condensando, van apareciendo más y más elementos, hasta que colapsa y vuelve otra vez a regenerarse. Se trata de una escritura circular, una música que no tiene principio ni final. Esta es la idea de la teosofía.

Scriabin imaginaba escenarios inusitados donde hacer sonar su música. ¿Hay algún lugar mágico en el que le gustaría tocar a Scriabin?

El Palacio de Carlos V, en Granada.

Entre sus próximos proyectos está el de grabar todas las sonatas de Scriabin.

Los preludios de Scriabin son el laboratorio de pruebas para sus sonatas, así que veo como un paso natural centrarme a continuación en ellas. Aunque quizá grabe antes un disco dedicado a Rachmaninov, un músico casi contemporáneo de Scriabin, tan diferente de él y sin embargo ligado por un hilo invisible.

¿Qué cree que le caracteriza como intérprete?

Adentrarme en una idea y seguirla hasta las últimas consecuencias, como he hecho en mi último disco.

¿Y de cara al público?

Creo que el intérprete debe ser como un chef. Tiene que ser capaz no sólo de elaborar buenos platos, sino también de confeccionar buenos menús. Me gusta ofrecer al público programas tengan una coherencia, un mensaje, una historia, donde las piezas establezcan un diálogo entre ellas.

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