Uno de los veteranos de guerra retratados por Santiago Sierra para su último proyecto
Uno de los veteranos de guerra retratados por Santiago Sierra para su último proyecto
ARTE

Santiago Sierra, de cara a la pared

El último proyecto de Santiago Sierra en la galería Helga de Alvear, en Madrid, vuelve a hacer hincapié en la paradójica dependencia de la democracia y la extensión de la guerra

Madrid Actualizado: Guardar
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Santiago Sierra parece tener claro que sus límites como artista son los que ha generado el propio sistema capitalista. A su poética inicial, desarrollada bajo la influencia del minimalismo, pronto sumará una indagación acerca de las relaciones de poder sobre las que se asienta nuestra realidad económica. Desde entonces ha llevado a cabo su proyecto de «estética remunerada» a través de acciones realizadas por colectivos subalternos y basadas en la venta de tiempo a cambio de una exigua remuneración que emula los desajustes del mercado laboral. El artista no aporta, sin embargo, soluciones, ni mensajes esperanzadores. Santiago Sierra intenta desenterrar la mecánica del capitalismo para el control de las voluntades.

Más allá de preguntarse por la alteridad y por las construcciones del «otro», Sierra aborda un concepto de Estado que monopoliza el poder y las relaciones políticas entre los individuos.

Paradigmática fue la instalación ideada para el Pabellón Español de la Bienal de Venecia en 2003, cuyo eje central lo constituyó la negativa de acceso a todos los que no tuviesen pasaporte español. Esta lúcida reflexión acerca de los símbolos de comunidad y las retóricas de exclusión se inscribía dentro de un marco de investigación sobre las «paradojas democráticas» que se mantiene con mayor intensidad en sus últimos proyectos.

Archivo de víctimas

La nueva entrega del ciclo « Veteranos», en Helga de Alvear, evidencia con densidad argumental la relación de jerarquía que establece la industria bélica con el escalón más elemental de su fuerza de trabajo. Muchas de las cuestiones vedadas en tiempos de paz son permitidas y alentadas en una guerra, fundamentalmente aquellas vinculadas al acto de matar a otro sin sanción. La posibilidad de esta vivencia extrema forma parte de la identidad de los veinticinco veteranos de diversas guerras que, convocados a través de los procedimientos de «estética remunerada» y fotografiados de cara a la pared, configuran la primera parte de la exposición.

En otra sala aparecen proyectados y relatados, con el rigor de una sencilla enumeración, los nombres de las más de 2.000 personas, en su amplia mayoría civiles, que murieron entre julio y agosto de 2014 durante el asalto del ejército israelí sobre Gaza. Como en aquel « Contador de muerte» (2009) que el artista instaló en la fachada de una aseguradora londinense, la secuencia no apela a un seguimiento continuo por parte del espectador. Se trata, más bien, de un incómodo y opresivo artefacto audiovisual que sirve para deshilvanar las justificaciones de las estrategias de la globalización militarizada.

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