Salman Rushdie: «Toda Europa padece los efectos de la obsesión por la identidad»

El escritor británico de origen indio regresa a la novela con «La decadencia de Nerón Golden», una lúcida sátira sobre la política y el poder que llega a las librerías españolas el 7 de noviembre

El escritor Salman Rushdie BEOWULF SHEENAN
Inés Martín Rodrigo

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A Salman Rushdie (Bombay, 1947) le hubiera gustado que este año ganara el premio Nobel de Literatura Don DeLillo . Tampoco hubiera estado mal que se lo dieran a Milan Kundera . O que la Academia sueca se hubiese acordado de Margaret Atwood . Pero los deseos pocas veces se cumplen, bien lo sabe el escritor británico, y el más alto galardón literario se lo terminó llevando Kazuo Ishiguro , autor con el que comparte nacionalidad (y poco más). De haberlo ganado él, pronóstico poco probable pese a que estaba en las siempre divertidas apuestas previas, Rushdie nos hubiera emplazado a hablar al día siguiente, en el mismo sitio: el cuartel general de su agente, Andrew Wylie , en Nueva York . En esa ciudad, su «casa» desde hace casi veinte años (él es «más de ciudades que de países»), transcurre parte de su última y extraordinaria novela, «La decadencia de Nerón Golden» (Seix Barral), que llega a España el próximo 7 de noviembre.

Empezó a escribir antes de que supiéramos que Trump se iba a presentar a las elecciones. Me pregunto cómo vislumbró semejante cataclismo, porque nadie lo vio venir...

Hacía ocho o diez años que tenía en mente el personaje de el Jóker (sátira de Trump en la novela). Estaba intentando escribir una novela que fuese muy contemporánea y cuando la campaña de Trump empezó, tenía que encontrar una manera de incorporarlo. Lo hice de forma cómica, como una broma. Pero el material de Trump es el telón de fondo de la novela, no es la historia ni la intención.

Lleva 20 años viviendo en Nueva York, así que alguna vez se lo habrá tenido que cruzar...

He estado con él tres veces, pero no recientemente. Fue mucho antes de que tuviera aspiraciones políticas. Una vez estuve con él en un concierto.

¿De quién era el concierto?

De Crosby, Stills & Nash, en el Madison Square Garden

¿Trump es fan de Crosby, Stills & Nash?

No es improbable. Estaba con sus hijos, pero dudo que los niños quisieran ver a Crosby, Stills & Nash. Me sorprendió que durante gran parte del concierto estuvo de pie y parecía saber la letra de las canciones.

¿Y cantaba?

Estaba cantando, sí. Esa fue la primera vez. Luego le vi muy brevemente en el Metropolitan Opera House. Nos cruzamos en el pasillo, me señaló y dijo: «Usted es el hombre».

¿Qué hombre?

No sé qué quería decir con eso, pero dijo que yo era el hombre. Le vi una tercera vez en el US Open. Me ofreció muy amablemente que usase su palco porque estaba orgulloso y decía que era el mejor. No acepté.

¿Cree que le conocía por haber leído sus novelas?

Por supuesto que no. Sólo le interesa su fama. Si alguien es lo suficientemente famoso para que él sepa que es famoso, entonces está interesado. Sólo me conocía porque soy conocido.

La idea de escribir sobre el panorama político y social actual me trae a la memoria a la gran cronista de Nueva York: Edith Wharton.

Sí. Me alegra que piense eso. Stendhal dijo: «Una novela es como un espejo que va andando por un camino». Y siempre me ha gustado esa idea. Para prepararme para este libro volví a leer «Rojo y negro», de Stendhal, «Otro país», de James Baldwin, «Washington Square», de Henry James, y «La edad de la inocencia», de Edith Wharton. Todas esas novelas intentaron capturar un momento de la sociedad y de la historia. Y pensé que podía aprender de eso. Otro autor muy útil fue Charles Dickens. Una de las cosas que me gustan de Dickens es que el entorno social de sus novelas es increíblemente realista. La razón por la que nos gustan personajes como David Copperfield es porque, aunque son casi operísticos, están tan enraizados en el mundo real que parecen creíbles.

Eso que dice de operísticos… René, el narrador de su novela, se inventa un término para sus películas: «realismo operístico».

Sí, así es.

¿Es lo que ha intentado hacer, «realismo operístico»?

Sí, por eso elegí ese concepto, así funciona el libro.

Nunca ha sido fácil, pero en este momento se antoja más difícil que nunca hablar del sueño americano.

Es muy difícil. Ahora mismo parece lo contrario, EE.UU. es un país increíblemente dividido. Por eso quería que en la novela hubiese alguien como René, un joven idealista que ama este país. Quería tener la voz de una generación más joven, nacida y criada en Nueva York, que observa la calamidad de EE.UU.

Uno de los personajes dice que «la sociedad actual se parece a una novela gráfica morbosa». No le falta razón: la realidad ha superado a la ficción.

En EE.UU. la verdad se está transformando en una ficción. No hay duda de ello. El otro día estaba cenando con Ian McEwan y me decía que si hubiésemos escrito lo que está ocurriendo en EE.UU. y se lo hubiésemos llevado a un editor, nos hubiese dicho que era ridículo, que no era convincente. Pero es lo que está sucediendo. Es lo más extraño que podíamos inventar, y si lo inventásemos nadie se lo creería. En este momento concreto, cuando hay tantas mentiras y tanta distorsión, la literatura puede reconstruir nuestro sentido de la verdad, renovando esa idea de lo real que está muy amenazada ahora.

¿Puede la obsesión por la identidad llegar a fracturar sociedades en una época políticamente tensa?

El tema de la identidad está presente en la novela desde el primer párrafo. Vivimos una época en la que se ha colocado una carga sobre la palabra identidad. Y también significa cosas diferentes en lugares distintos. En EE.UU., si ahora hablas de identidad la gente supone que estás hablando de género o de raza. En India, el tema de la identidad gira en torno a la identidad religiosa. En Inglaterra, la idea de identidad se ha convertido en nostalgia, en la obsesión por un pasado que nunca existió, que quieren volver a tener y que condujo al Brexit . En toda Europa vemos los efectos de las preocupaciones por la identidad. Tiene mucho que ver con lo que está pasando ahora en España.

En la novela también hay una profunda reflexión sobre el bien y el mal. ¿Llegó a replantearse su propio código moral tras escribirla?

Por una vez, no tiene nada que ver con mis sentimientos morales. El libro en el que tuve que enfrentarme a mí mismo más directamente fue «Joseph Anton» .

Sus memorias.

Sí, en ese libro me miro en el espejo e intento ser lo más honesto posible con lo que veo. Pero esta vez no. Es evidente que Proust y Marcel tenían cosas en común, y James Joyce y Stephen Dedalus tenían cosas en común. Pero no siempre la escritura tiene un punto de inicio autobiográfico.

Acaban de cumplirse 70 años de la independencia de la India. Ahora que su país de origen está perdiendo, en cierta manera, el pluralismo secular al que usted rindió homenaje en «Hijos de la medianoche», ¿qué piensa?

Todos los países libres sobre los que me he pasado la vida reflexionando están en crisis. Tiene razón, las consecuencias del ataque del actual Gobierno a la secularidad son muy profundas y desestabilizadoras. Modi y Trump son parecidos porque son unos demagogos populistas extremadamente habilidosos. El caso de India es muy triste. En EE.UU. hay una oposición bastante sustancial a Trump. En Inglaterra, el Brexit fue una votación más o menos al 50%, el país está dividido por igual. Pero en India, Modi es muy popular. No tengo ninguna duda de que si se celebrasen elecciones mañana, ganaría.

¿Es optimista sobre el futuro de esos tres países?

No he perdido la esperanza, porque es una especie de lujo. Pero no soy especialmente optimista porque las cosas van en la dirección opuesta a la que desearía. El estudio de la historia te enseña que la historia da unos giros inesperados, y solo porque las cosas vayan en una dirección concreta, no significa que sea inevitable que lo sigan haciendo. A principios de 1989, habría sido imposible pensar que la Unión Soviética no existiría en Navidad. El mundo cambia muy rápido y muy inesperadamente.

Hablando de cambios y velocidad, ¿qué piensa ahora de las redes sociales? Su último tuit fue justo después de las elecciones estadounidenses el año pasado...

He cambiado de opinión. Solía pensar que eran una forma nueva de comunicación y que merecía la pena explorarlas. Twitter se ha convertido en un lugar muy problemático para mí, hay una mentalidad de linchamiento, la gente persigue a otras personas, las acosan. Por eso me retiré de ese lugar. No me gusta el ambiente. Mi hijo pequeño tiene 20 años y su generación no está interesada en esos medios. Los veinteañeros piensan que Facebook es para viejos. No usan Twitter. Usan sólo Instagram y Snapchat. Quizás el poder de algunos medios como Twitter es muy efímero.

¿Es cierto que le aburre hablar de la fatwa?

Sí, me aburre. Es un tema que no afecta a mi vida diaria desde hace casi 20 años. Sólo aparece cuando hago entrevistas. Por eso escribí «Joseph Anton». En ese libro dije todo lo que tenía que decir sobre eso, fue una forma de dar carpetazo al asunto.

Volviendo a la literatura, en los últimos diez años ha publicado cinco libros. ¿No echa en falta tener tiempo libre?

(Ríe) Es cierto que en la última década ha habido una aceleración extraña en mi trabajo. Ahora mi cerebro me está diciendo que tiene que parar durante un tiempo. Estoy un poco quemado y necesito un tiempo de recuperación.

Pero no estamos hablando de retirada...

No, me aburriría mucho (ríe).

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