«Mujer en cuclillas», obra de Rodin
«Mujer en cuclillas», obra de Rodin
ARTE

Rodin o los cuerpos en movimiento

La gran exposición que nos recuerda y trae de nuevo a Auguste Rodin en el año del centenario de su muerte es de una altura especial. El Grand Palais, en París, lo confronta en ella con otros escultores contemporáneos

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

De verdad: impresionante. La gran exposición que nos recuerda y trae de nuevo a Auguste Rodin (1840-1917) en el año del centenario de su muerte es de una altura especial. Organizada en tres secciones, articuladas todas a partir de su nombre -«I. Rodin expresionista», «II. Rodin experimentador» y «III. Rodin, la onda / ola de choque»-, en ella se presentan 332 obras, más de 200 de Rodin y, el resto, de otros artistas, desde la época del escultor francés hasta la actual, en las que se sitúan ecos y resonancias de ese inmenso creador de formas en movimiento. Es oportuno indicar que los textos de presentación de las tres secciones, en las paredes de las salas, están tanto en francés como en inglés y en español.

Dos objeciones sobre la muestra, que no cuestionan su importancia y calidad, pero que es preciso tener en cuenta. En primer lugar, considero que el número de obras de otros artistas es excesivo y, en algunos momentos, produce un cierto desenfoque en la reconstrucción de la trayectoria de Rodin, así como en la propia recepción de su obra en el curso del tiempo. Además, en ciertos casos, las asociaciones son discutibles. En segundo lugar, presentar las marcas e inscripciones del escultor sobre fotografías de sus obras en pie de igualdad con dibujos o esculturas no tiene sentido, ya que se trata de un registro interior, íntimo, pero en ningún caso obras.

Su fuerza interior

Deslumbra la intensidad, la fuerza interior del trabajo de Rodin. Ya antes, pero sobre todo a partir de ese proyecto seminal, La Puerta del Infierno, en el que trabajó desde 1880 hasta 1890, y en el que se inscriben algunas de sus esculturas más conocidas en su posterior presentación autónoma, como El pensador, El beso o Ugolino. La Puerta del Infierno fue concebida para atender el primer encargo público del Estado francés a Rodin, con destino a un museo de artes decorativas que nunca se llevó a término. Quedan, eso sí, diversas versiones de piezas en escayola, como la que se presenta en la muestra, en este caso, una impresión moderna en la que faltan algunas figuras. El primer fundido en bronce se hizo después de la muerte del artista, entre 1926 y 1929, y está en Filadelfia, en el Museo Rodin de esa ciudad.

La mirada de Rodin y su representación plástica despliegan en la fase inicial de las vanguardias artísticas una actitud que va más allá de las posiciones de la tradición como réplica de la realidad exterior, de la Naturaleza. Rodin pretende «ir al fondo», no quedarse en la superficie, como indicará explícitamente en un texto de 1911: «Yo veo toda la verdad y no sólo la de la superficie. Yo acentúo las líneas que expresan mejor el estado espiritual que interpreto». Y ese planteamiento es el que impulsa su búsqueda expresiva y experimental: los procedimientos de repetición, fragmentación, reinserción, así como sus ensamblajes y collages tridimensionales. La escultura libre, la escultura atenta a la vida cambiante de la modernidad, se abre plenamente, de un modo definitivo, con él.

Los diversos soportes escultóricos, y, de modo especial, las piezas en escayola, nos permiten apreciar en la muestra las obras más relevantes de Rodin desde sus inicios: primera versión de El hombre con la nariz rota (1864-1865), hasta su última fase creativa: Nijinski (1912). Y, entre ellas, piezas de tanto alcance como El beso (1881-1882); Fugit Amor (antes de 1887); El malabarista o El acróbata (¿hacia 1892-1895?); La Ilusión, hermana de Ícaro (1894-1896); el tercer estado de La caída de un ángel (hacia 1895); Iris, mensajera de los dioses (1895), el modelo grande de El pensador; la versión ampliada de El hombre que camina (1907); o la escultura con las manos enlazadas que lleva por título La catedral (1908).

Los «dibujos negros»

Como sucede siempre con los grandes escultores, son también de un grandísimo interés los dibujos de Rodin, con sus diversas técnicas y soportes. En paralelo al trabajo en La Puerta del Infierno, se sitúa el periodo de sus «dibujos negros», un término acuñado por el también escultor Antoine Bourdelle en 1908.

Junto a ellos hay una excelente selección de dibujos posteriores de una gran fuerza plástica, y que nos permiten apreciar el nexo que une esculturas y dibujos en Rodin, para mí, la representación dinámica, en movimiento, de los cuerpos.

El propio Rodin afirmó: «El cuerpo es un molde donde se imprimen las pasiones». Y Rainer Maria Rilke, quien fue durante un breve periodo su secretario, caracterizó así a Rodin en 1907: «Aquel a quien no le interesaba conocer el cuerpo en general, el rostro, la mano -todo eso no existe-; sino todos los cuerpos, todos los rostros, todas las manos. ¡Qué tarea inmensa es la que aquí se impone!». Y, ciertamente, lo fue: la de dar a la escultura el movimiento, la fluidez de formas, que exigían los nuevos tiempos de la Modernidad.

La manera de alcanzar esa cima expresiva fue situar como base el cuerpo en su pluralidad de registros. Todas las obras de Rodin son representaciones de cuerpos: humanos, de figuras míticas o de ángeles. En definitiva, cuerpos humanos. Que se elevan y caen, que van y vienen, que marchan y se detienen, que se deslizan y se aquietan. Cuerpos siempre en movimiento.

Ver los comentarios