Fachada del Palacio de La Aduana, sede del museo
Fachada del Palacio de La Aduana, sede del museo - Francis Silva
ARTE

El renacer del Museo de Málaga en La Aduana

Antes de que acabe 2016, Andalucía contará con dos nuevos espacios artísticos: el Museo de Málaga, en La Aduana, y el Centro de Creación Contemporánea en Córdoba. La historia del primero, que viene de largo, termina (o comienza) esta misma semana

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Cuando el lunes se inaugure el Museo de Málaga, en su nueva sede del Palacio de la Aduana, se dará por concluido un periodo de 20 años en el que las colecciones de la institución han estado almacenadas en distintos edificios, mostradas sólo de manera parcial en varias exposiciones temporales que ayudaron a seguir haciéndolo mínimamente «real» y «tangible».

Dos décadas en las que la ciudad ha visto nacer numerosos museos en ausencia de este, creado en 1913 y abierto en 1916. De hecho, el Museo de Málaga tuvo que dejar su ubicación en el renacentista Palacio de Buenavista para dar paso al Picasso-Málaga, que venía a ocupar ese edificio y parte de su entorno, la judería. Curiosamente, el testimonio del primer intento por recuperar la figura de Picasso desde su ciudad natal, el Legado Sabartés, descansa en los fondos del Museo de Málaga; libros ilustrados y carpetas de grabados cuya llegada se fragua en los cincuenta.

Con la salida de su anterior sede se iniciaría, por tanto, no sólo esa suerte de travesía por el desierto, aderezada por desencuentros políticos y retrasos, sino que se puso en marcha una valiosa e inesperada reivindicación con la plataforma ciudadana La Aduana para Málaga. Esta, mediante masivas manifestaciones y recogidas de firmas, reclamó el uso museístico del infrautilizado administrativamente Palacio de la Aduana, un imponente edificio de rigor neoclásico iniciado a finales del siglo XVIII según trazas de Manuel Martín Rodríguez.

Con ambición

La rehabilitación ha corrido a cargo de los arquitectos Fernando Pardo Calvo, Bernardo García Tapias y Ángel Pérez Mora, mientras que la museografía la firma Frade Arquitectos. Se ha contado con un presupuesto de 40 millones de euros para el que ya es el mayor museo de Andalucía. La intervención sobre el histórico palacio ha sido ambiciosa, recuperándose la cubierta a dos aguas, destruida en un incendio en 1922, generando miradores y cubriéndose con paneles de aluminio. Del mismo modo, se han originado nuevos espacios monumentales-de gran impacto visual, como el zaguán en el que se ubica parte de la Colección Loringiana-, en los que dialogan la fábrica original con nuevas soluciones y muros, así como se ha propiciado una comunicación entre ámbitos y plantas a través de la permeabilidad que aportan a la nueva construcción distintos vanos y la flotación de la planta tercera, que no toca los muros originales.

Por momentos sentimos que nos encontramos en un edificio inscrito en otro. La actuación ha propiciado cerca de 3.000 m2 de espacio expositivo, repartidos en las dos plantas en las que se sitúan las secciones que componen el museo, Arqueología y Bellas Artes. A estos hay que sumar cerca de 1.500 entre la sala de exposiciones temporales y el apabullante almacén visitable de la planta cero, bajo un mar de bóvedas.

De entrada, se ha musealizado el propio edificio y el yacimiento arqueológico donde se asienta. De este modo, en la planta baja, a través de un suelo transparente, no sólo se observan los cimientos del palacio neoclásico: también parte de la muralla medieval de la ciudad. En este mismo nivel encontramos la «Dama de la Alcazaba», estatua romana aparecida en la construcción del edificio. Esta suerte de arranque expositivo, sin encontrarnos aún en los espacios destinados a ello, ilustra la intención del proyecto; de un lado, el valioso ejercicio en pos de sumar contenido, mensaje y contexto, mientras que, de otro, la riqueza de los fondos arqueológicos de la institución. No en vano, a escasos metros se hallan el teatro romano, la colina donde se alza la Alcazaba, así como las distintas murallas de la ciudad y numerosas piletas de «garum».

El Museo tuvo que dejar su ubicación en el Palacio de Buenavista para dar paso al Picasso-Málaga

El discurso museológico destaca por la densidad de registros y capas de información. Las piezas parecen concebirse como prismas con numerosas facetas, de modo que están facultadas para construir distintos relatos. Obviamente, el principal, o cuanto menos medular, es la capacidad para explicar la Historia de Málaga, no sólo de la capital, desde antes de su fundación. El ejemplo es la Prehistoria, abordada no cronológicamente sino por temas, y entre ellos se atiende al megalitismo, con fundamentales ejemplos en la provincia. El discurso que articula el conjunto va desgranándose en numerosos temas adyacentes, incluyéndose en la gravedad de lo historiográfico distintas microhistorias y curiosidades.

Esto dinamiza la visita y construye un relato poliédrico y a distintos niveles. Muchos de esos temas adyacentes suponen auténticas «cápsulas» en las que se indaga y ejemplifica sobre asuntos como la arqueología o los ritos funerarios, para lo que se apoyan en formidables piezas, como la Tumba de jinetes, o en las primeras excavaciones de núcleos fenicios en los 60 por arqueólogos alemanes.

La Edad de Plata

El inicio de ambas secciones sitúa al visitante en la Málaga que ve nacer la Aduana, una ciudad que en el XIX se conforma como una de las urbes más industrializadas y pujantes del país, con una burguesía ilustrada y liberal en la que nacen personalidades capitales para la Edad de Plata. De este modo, a partir del afán coleccionista de las grandes familias -el caso de los Loring, con su fastuoso tesoro arqueológico- y de la Academia de San Telmo, como albacea de los numerosos bienes desamortizados y por su propio patrimonio pictórico, se señala el origen de muchos de los fondos del museo. De hecho, continuamente se revisa la propia conformación de la colección para usar las obras, al margen de su propio valor artístico, como introductoras de episodios históricos y sociales.

El museo cuenta con unos destacadísimos fondos de pintura del siglo XIX, merced al desarrollo de la ciudad y al florecimiento de una vigorosa escuela pictórica. El recorrido, enmarcado en una escenografía historicista que huye del espacio neutro, se articula por géneros y conceptos que ilustran el desarrollo del arte en aquella centuria, propiciando un diálogo entre lo local y las corrientes nacionales. Autores malagueños o vinculados a Málaga como De Haes, Ferrándiz, Simonet, Denis Belgrano o Moreno Carbonero, tanto como géneros que gozaron de fortuna en la ciudad y adquirieron singularidades estilísticas, gozan de espacio y tratamiento destacados.

Rotundo Muñoz Degrain

No obstante, debemos reseñar la contundencia y diversidad del conjunto de piezas de Antonio Muñoz Degrain. Antes de esta rotunda puesta en escena, encontramos obras de arte sacro, de Ribera, Murillo, Mena o Fernando Ortiz; después, las poéticas fin de siglo, la aportación malagueña al Arte Nuevo, con Joaquín Peinado, Ponce de León y Moreno Villa (fundamental el numeroso conjunto de éste). Para cerrar, la renovación de la segunda mitad del XX, con Chicano, Brinkmann, Francisco Peinado, Barbadillo y autores más recientes como el colectivo Agustín Parejo School. Y Picasso apareciendo puntualmente con obras de sus primeros y últimos años.

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