CINE

Las «recetas del arte» del último Almodóvar

Fue Rothko el que habló de siete «ingredientes» como receta para componer sus obras. El autor de este artículo los encuentra en «Julieta», el último filme de Pedro Almodóvar

MADRID Actualizado: Guardar
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Rothko dio una única conferencia durante toda su carrera. Tuvo lugar en el año 1958 en el Pratt Institute y se conserva su transcripción. Cuando la leí, pensé en lo paradójico que era que un artista que había defendido el silencio como la postura estética más precisa, titulara su conferencia «La receta del arte». Pero Rothko era complejo y ese silencio también. En su charla mencionó que él utilizaba siete ingredientes para crear. Su «fórmula» incluía la preocupación por el fin, la sensualidad, la tensión, la ironía, el juego, lo efímero y, finalmente, un 10 por ciento de un último ingrediente: la esperanza.

En esa receta destacaba la ironía, y no con esa acepción que a veces asociamos al sarcasmo.

Para Rothko, la ironía era la clave para incorporar al espectador en la obra, y ahí Rothko –que recordemos quiso ser actor– recuperaba un aspecto clásico, el de la mayeútica y la obra como interpelación. No en vano, defendió la ironía como un mecanismo por el que el artista se auto-borra, para llevar la obra a otro lugar, uno donde el protagonista es el espectador. Porque Rothko se oponía al arte como mera «self expression» del artista; según él, esto terminaba habitualmente en la «proyección de valores inhumanos», y asentaba su arte en claves de comunicación abierta para la creación de una ficción que fuera finalmente un mito. Y es que Rothko también definió al artista como un «mythmaker» y, el arte, como una anécdota del espíritu.

Trucos empáticos

Me he acordado de estas cuestiones al ver la última película de Pedro Almodovar: «Julieta». Utilicé otra cinta de este director de cine, paralela en muchos sentidos a «Julieta», «Todo sobre mi madr»” durante unas clases en la Universidad de California. En aquella Universidad artistas como David Antin también hablaban de coordenadas de creación en las que también aparecía la ironía como truco empático para incorporar al espectador. Para ilustrar una de las clases incorporé en mi sillabus «Todo sobre mi madre» de Almodóvar que acabada de ganar el Oscar. El manchego realizaba allí un retrato de una madre, pero finalmente la película nos desvelaba que la protagonista se convierte en madre de todos ante un hijo que ha desaparecido, y termina hablándonos a todos sobre nuestras madres.

Julieta sobrecoge de nuevo a través de la introspección de una madre, y nos mete en un narración de ironía interpelativa como drama. Todos los ingredientes de aquella «receta» de Rothko están presentes en esta película: el retrato narrativo de la preocupación por la muerte; la sensibilidad a la hora de filmar y componer con fotografía, música y actuación; la tensión es constante en «Julieta» como un elemento esencial para no caer en esteticismos; el juego y lo efímero están presentes en la película porque la ficción no llega a confundirse con un dogma. Y ahí aparece la esperanza, el séptimo ingrediente y el factor que permite que el espectador se evada, vaya –él también– a otro lugar, y se consiga lo que Rothko defendía: la obra de arte como «milagro», como «revelación inesperada y sin precedentes, resolución de una necesidad eternamente familiar».

Karen Blixen publicó algunos de sus cuentos en un libro con título «Anécdotas del destino», y allí incluyó «El festín de Babette», que más tarde fue película y ganó también un Oscar. El cuento y el filme nos hablan de otra artista y una receta de arte, aparentemente literal en este caso, pero dejando algo más a través de una ironía velada. Babette, la cocinera que gasta toda su fortuna para un banquete ante la sorpresa de los invitados, termina diciendo que un artista nunca es pobre: porque el artista es capaz de crear una nueva realidad. «Julieta» es una nueva realidad, es decir, arte.

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