La célebre escena de la quema de los libros, en el «Quijote» de Rob Davis (Kraken, 2013)
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LIBROS

La rara vida de Miguel de Cervantes

Después de Ortega y Gasset y Dionisio Ridruejo, el catedrático Jordi Gracia se ha enfrentado a la vida de Miguel de Cervantes. Un encargo editorial que considera un «regalo» y que abre nuevas vías sobre el escritor y el ingenioso hidalgo

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Biografías sobre Miguel de Cervantes ha habido unas cuantas, pero ninguna ha rematado con tanta insistencia la clave que desentraña la escrita por Jordi Gracia (Barcelona, 1965) en los últimos dos años. Tal vez –como en tantas otras disputas entre el escritor y su prole ficticia–, el personaje salido del puño y letra cervantino se comió al padre y hemos confundido las partes con el todo: a Cervantes con Don Quijote, aunque uno fuera manco y el otro, no; aunque uno fuera loco y el otro, no tanto, y la locura de ambos se resuma en un exceso de ironía, palabra que remacha en letras más pequeñas, aunque no menos contundentes, el subtítulo de este libro (« Miguel de Cervantes: La conquista de la ironía

»; Taurus) y apostilla Jordi Gracia: «Cervantes es un ingenuo escarmentado por la vida pero que no cae en el desengaño y el posible rencor que siempre acompaña a esta mala experiencia. Es alguien real, normal y corriente, pero jovial y burlón. Pasmosamente inteligente. El éxito del Quijote creó una falsa imagen de él y lo ha convertido en un autor con el que verdaderamente Cervantes no se identifica. Se le reconoce solo en parte».

La voz de Jordi Gracia está marcada por un acento catalán y remarcada por quien elige muy bien –sin prisa, por seguro– los términos. Se podría considerar aquello de que habla como escribe, sobre todo si las palabras mayores se centran en Cervantes y alrededores biográficos, de la cuna a la tumba. No exagero: tiene tan metida en vena sus tesis sobre el manco de Lepanto que da una conferencia en cada respuesta. Sin aburrir. Como tampoco lo hace la biografía que ha escrito ni lo haría el propio Miguel de Cervantes, a tenor de ese perfil «burlón e inteligente».

Avatares familiares

«La identificación de la vida de Cervantes con su obra de ficción es un procedimiento tan falso que ha pasado a mejor vida hace mucho tiempo –apunta–. Pero es un disparate descartar que su obra proyecta, recrea y transmite hasta el presente su personalidad y su temperamento a través de la literatura». La biografía arranca no con el nacimiento del escritor –detalle sin mayor importancia para la narración–, sino en 1552, con la descripción de los avatares familiares, que se cifran en la ruina y el embargo de los bienes decretado por un juez. Cuatro alguaciles entran en la casa de los Cervantes para llevárselo todo, desde las sábanas al «niño Jesús metido en una caja de madera».

Bien titula Jordi Gracia este capítulo inicial como «Los primeros sustos». La trayectoria de Miguel, el tercer hijo de Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas, va de susto en susto, de vicisitud en vicisitud, de destino en destino, de encomienda en encomienda real. De la cuna a la tumba. «La letras y las armas en Cervantes son inseparables. Su pensamiento es que sin ejército no se puede imponer el bien. Él nunca se olvidará de sus compañeros en Argel. Antes de morir solicitará que no se olviden de los cristianos cautivos allá, que son 20.000», apunta Jordi Gracia. «Cervantes conocía bien de lo que hablaba –prosigue– porque pasó allí cinco años de su vida preso, con cuatro intentos de fuga espectaculares. Todos fallidos, pero no le sentenciaron a muerte». Increíble peripecia que aún nadie explica cómo pudo acabar en «final feliz». Tesis, unas cuantas, y a cual más disparatada: « Hasán Bajá, su captor, no quiso perder los 500 ducados de su rescate. E, incluso, que fuera sodomizado por el propio Bajá; pero este prefería a los niños antes que a los señores ya curtidos en años. Cervantes, por aquel entonces, tiene 30 años».

El personaje se comió al padre y hemos confundido las partes con el todo: a Cervantes con Don Quijote

«Resulta sorprendente su papel de líder subversivo –añade Gracia–. Sin embargo, pretende cumplir todo lo que le solicita la corte para acabar integrado en el sistema. De hecho, su teatro puede interpretarse como propaganda política. La vida de Cervantes y todos sus avatares resultan muy raros». No en vano, comienza la escritura del «Quijote» (la primera parte) con 50 años. Inmerso ya en el desengaño por los excesivos avatares. Hemos alcanzado la mitad de la biografía que, por tanto, no se centra en el «Quijote» sino en la vida de un Miguel de Cervantes que tiene a bien, después de mucha tralla, relajarse y disfrutar de la experiencia acumulada en forma de Literatura. A edad bien madura, toma la pluma sin otras pretensiones que las de escribir lo que le gusta y viene en gana. Sale la novela de las novelas. Sin saber si gustará o no. Si epatará o no a sus contemporáneos. «No pienso que escribiera el “Quijote” a tal edad para demostrar que los libros de caballería son dañinos –apunta–. Esta tesis me parece una tontería. Lo hizo por el placer de la escritura y el conocimiento que genera como experiencia real de la condición humana. De ahí la ironía. Huye de las lecciones. No prejuzga, no sermonea. Es la pulsión que prefigura a un hombre moderno».

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