Imagen de un concierto del grupo Spectrum en 2011
Imagen de un concierto del grupo Spectrum en 2011
ALTA INFIDELIDAD

Psicodelia bien entendida

Metido de nuevo en la piel de Sonic Boom, Peter Kember regresa a Madrid para cerrar el festival 100% Psych y presentar una relectura de las obras maestras de Spectrum y Spacemen 3

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Dice Peter Kember que más pronto que tarde habrá un nuevo disco de Sonic Boom, y también un álbum de Experimental Audio Research, en el que lleva trabajando varios años. No tiene prisa el fundador de Spacemen 3 por continuar una obra, dispersa e intermitente, que abarca ya más de tres décadas y que en los últimos años ha estado marcada por las colaboraciones, las remezclas y una gira que este 23 de abril lo trae a El Sol de Madrid como cierre del ciclo 100% Psych. «Procuro mantener el interés en lo que hago, estirar el tiempo todo lo posible para que la música no deje de satisfacerme», comenta el autor de Forever Alien.

Obsesionado con la pureza y la distorsión del sonido, prendido de la ondulación de una sola nota, recluido en un laboratorio en el que no deja de analizar el recorrido y la sostenibilidad del eco, Kember sale a escena para sacrificar la asepsia del estudio y ensayar una lectura en sucio de su viejo catálogo.

«La precisión no es la mayor virtud de los conciertos, donde no queda otro remedio que trabajar en los límites que dicta el presupuesto, pero la música resulta siempre divertida. En función de su arquitectura, las salas determinan el sonido, pero en cualquier sitio se le puede sacar partido a un repertorio. Ya dejó dicho Jim Dickinson que la mejor música no puede ser grabada».

Señales visuales

Viene Kember a Madrid con un montón de sonidos manipulados, pero también con una secuencia de señales visuales con las que trastornar al espectador. «Todo eso forma parte del camuflaje, pero también es consecuencia de mi empeño por lograr el máximo ancho de banda, musical y visual, en cada concierto, donde trato de que la luz y el sonido interactúen de forma correcta. Si pudiera añadir otros estímulos sensoriales de una manera “dulce”, lo haría. Voluntaria y opcionalmente, por supuesto, aunque en la mayoría de los países no me lo permitiría la ley».

Asistida o no por los estupefacientes a los que refiere con «dulzura» Peter Kember, la psicodelia no solo es el argumento del ciclo del conciertos que trae a Madrid al compositor británico, sino la trama que arma una producción musical en la que, como Spacemen 3, sobresale el álbum Taking Drugs To Make Music To Take Drugs To. Entre la exploración del subconsciente, la experimentación artística y los fines puramente recreativos, más prosaicos y extendidos, la droga reaparece con naturalidad en la conversación. «No espero que todo el mundo se drogue, porque sería muy aburrido, pero reconozco que en mi caso funcionó».

«La psicodelia -añade el autor de Ecstasy In Slow Motion- es un arte con entidad propia que, por su juventud, aún no hemos terminado de comprender, ni siquiera el motivo de su existencia. Sabemos que hay seres psicodélicamente sensibles desde hace miles de millones de años y que animales como las ascidias, una de las primeras especies oceánicas de la cadena evolutiva, tienen esa capacidad. Si ahora resulta que el futuro de la humanidad va a ser el microprocesador, estamos obligados a rebelarnos y dar más credibilidad al papel que las experiencias psicodélicas juegan en nuestras vidas. La psicodelia favorece la abstracción y tiene un lenguaje propio que aún no hemos descifrado, plasmado en frases que solo tienen significado en ese estado de consciencia. Todo está conectado en algún nivel, pero para entenderlo hay que saber primero lo que estamos contemplando».

El sonido y su eco

Hace ahora diez años, y en una anterior entrevista en ABC Cultural, Kember confesaba su entusiasmo por una red de internet que, entonces a medio gas, estaba permitiendo la universalización del conocimiento musical y la formación de comunidades que hasta entonces habían tenido muy complicado el acceso generalizado al underground musical. Tras la expectación, la frustración. «Es un milagro que mi web siga funcionando», comenta el músico de Rugby, al que tampoco le importan mucho las redes sociales. «Con apenas unos años de vida, internet es todavía un bebé que llora y tiene hambre, con un potencial ilimitado, pero también un problema. Tengo algunas dudas sobre el futuro de nuestra raza, y sobre el papel que tendrá la red para malograrlo todo. No sé si existe una palabra capaz de definir lo que siento, que no es otra cosa que decepción por una raza humana que está siendo privada de sus derechos... Me siento indefenso e impotente, como el que ve un coche a punto de estrellarse».

El apocalipsis que prevé Peter Kember no le impide seguir adelante con una misión exploratoria centrada en el sonido, su eco y todo lo que vino en llamarse drone, una etiqueta que en su día fue negativa y que el autor de Transparent Radiation cree que surgió «hace miles de años». «Estoy convencido -señala- de que el ser humano descubrió hace mucho tiempo lo estimulantes que eran determinados cambios de tono, un drone que resuena en el interior de su cabeza cuando se produce de manera idónea. Sigo trabajando en la sonoridad que puede extraerse de una sola nota, a veces dos, y reflexionando sobre el motivo por el que la música me lleva a menudo al mismo sitio. Quedan todavía, sin embargo, lugares desconocidos, algunos increíblemente hermosos, y los sigo buscando».

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