«Hermafrodito dormido», de Bonuccelli (Museo del Prado)
«Hermafrodito dormido», de Bonuccelli (Museo del Prado)
ARTE

El Prado y el Thyssen muestran sus colecciones con orgullo

Con «La mirada del otro» (Museo del Prado) y «Amor diverso» (Museo Thyssen), dos de las grandes pinacotecas estatales proponen estos días un recorrido por sus grandes conjuntos artísticos desde una perspectiva de género

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Empecemos por las tres grandes objeciones que se puede hacer a las apuestas que desde el Museo del Prado y el Thyseen se llevan a cabo en estas fechas, promoviendo una relectura interna de nuestras grandes colecciones bajo la perspectiva del género. La primera es que llegan un poco tarde, pues hace mucho que el sector cuenta con inquietudes al respecto, especialistas autorizados y materia crítica suficiente como para haberlas intentado antes. Segundo, lo hacen en un contexto un tanto oportunista, al hilo de la elección de Madrid este año como sede de la World Pride, lo que supone una auténtica avalancha de público potencial en la capital para ambas sedes durante un puñado de días, así como estar bajo el foco mediático mundial al amparo de la reivindicación por los derechos y la igualdad de los colectivos LGTB. Por último -lo más importante- la entrada de los discursos y teorías de género se cuela en estas grandes casas del arte por la puerta pequeña, dando la impresión de que la apuesta se asoma más que mostrarse, disimulada en un formato como para cubrir el expediente.

Que nadie diga que la cosa no está hecha, pero es obvio que lo que ahora sólo se apunta en alguna otra ocasión habrá de encontrar las dimensiones verdaderamente adecuadas, la contundencia y el aparato investigador que corresponde a estos espacios de referencia.

Se trata en ambos casos de no tocar nada, de que el museo siga exactamente igual

Se trata en ambos casos de no tocar nada, de que el museo siga exactamente igual, mientras una muy discreta línea hilvana para el visitante un grupo de obras dentro de la colección, las cuales abordan cuestiones relacionadas con formas identitarias, eróticas y sexuales divergentes con respecto a los estándares heteronormativos. Hombres que se sienten atraídos entre sí y mujeres a las que les pasa lo mismo, aunque para alcanzar el objeto del deseo en ambos casos se tengan que travestir, metamorfosear o copular como, literalmente, animales… Sodomitas que no se cortaban un pelo con la pluma; chicas que sí lo hacían, pero a lo «garçon», mientras se enfundaban en pantalones de caballero para escándalo de sus contemporáneos… Mujeres barbudas, maricas, hermafroditas; cambios de sexo, feminizaciones… Artistas fuera de norma y personajes fuera del canon… Protagonistas todos de una constelación de historias que se han desarrollado en paralelo a la Historia oficial del arte, entretejiéndose allí discretamente.

Moda, joyas, sexos

El Thyssen ha desarrollado para ello uno de sus «itinerarios temáticos», ese formato desde el que anteriormente ya se han propuesto distintos recorridos por su colección -organizada bajo estrictos criterios cronológicos-, de asuntos tan dispares como la moda en el arte o las joyas en la pintura… No digo más. El modelo de pegarse a una audio-guía que vaya contando anécdotas mientras atravesamos transversalmente las salas puede gustar más o menos, y desde luego es asequible a los públicos más variados. Lo que ya es más cuestionable es que el criterio de las elecciones mezcle sin pudor serias e incluso sesudas cuestiones mitológicas, iconográficas, teóricas o filosóficas, con otras que descienden hasta el chismorreo en algunos casos. Les pongo algún ejemplo: asegurar en los comentarios que Bronzino «mantuvo una relación sentimental», dando a entender que fue amante de su maestro Pontormo, enmascarada tras una suerte de adopción paterno-filial, y que la situación se repitió con su discípulo Alessandro Allori, supone arriesgarse a confirmar algo que no está documentado y que se sostiene sobre rumores de hace cinco siglos… Igual que especular sobre si Sargent «lo era» o no «lo era», cuando alrededor de su figura hay un vacío completo en todo lo que respecta a su sexualidad, es coger las cosas por los pelos, cultivar el morbo más superficial, y, sobre todo, desaprovechar la oportunidad para acercarse con seriedad a estas cuestiones.

El Prado, con el mismo modelo de exposición «hilvanada» en el tejido de su permanente, ofrece algo mucho menos decepcionante. El apabullante fondo del museo le permite no tener que forzar los hechos o las lecturas, ni que recurrir a lo anecdótico para poder seleccionar y señalar piezas donde los asuntos que nos ocupan se vean reflejados de manera clara, contrastada y profunda.

La clara ventaja

El hecho de presentar las obras donde suelen aparecer dentro del recorrido de ambas instituciones tiene una clara ventaja: las lecturas reprimidas que ahora se pretende poner de relieve están avaladas por un contexto histórico que da lugar a una comprensión contextual de cada parada. En el Thyssen, es la Historia la que apoya y sirve de fondo a sus ejemplos; en El Prado se imponen las secciones temáticas. El afloramiento, en cualquier caso, encuentra un marco de referencia estimulante que permite al espectador cruzar lógicas y modelos en un plano complejo. Si las piezas se hubieran reunido en otras condiciones, aisladas del tejido artístico en el que aparecieron, la idea de disimulo, ocultación y lectura entrevelada que es propia a tantas de ellas habría quedado inevitablemente desdibujada.

El Prado, por su parte, ha publicado una pequeña y económica edición, más volcada al ensayo que a la catalogación al uso, con distintas firmas; mientras que su «web» pone al alcance de todos una serie de entrevistas, donde algunos creadores contemporáneos, como Guillermo Pérez Villalta, el equipo formado por Cabello y Carceller, o Alexander Apóstol, así como historiadores u otros agentes culturales, como Estrella de Diego o Manuel Olveira, abordan diversos aspectos de la representación y la memoria personal en relación a la diversidad de opciones existentes en torno al género, el amor o la sexualidad desde el arte o la literatura.

Parece, pues, que también en el gran templo del arte clásico, en esas salas saturadas de desnudos y tensiones eróticas, de cruces de miradas, de gestos hacia los rostros tanto como hacia los genitales, ha llegado el momento de que las imágenes empiecen a celebrar lo que hasta hoy habían mantenido casi en secreto, oculto o disimulado.

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