«Carretera de Cespedosa, 1987»
«Carretera de Cespedosa, 1987» - JUAN MANUEL CASTRO PRIETO
LIBROS

¿Es posible volver al campo?

La nostalgia de la naturaleza agita el mercado editorial, con revisitación a clásicos como Thoreau y Emerson y la publicación de nuevos títulos. Al mismo tiempo, ese territorio mítico se vuelve un mapa vacío

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Campesino. Así se define con orgullo Joaquín Araújo desde su aislamiento en un valle escondido de Las Villuercas, en Extremadura, para simplificar su carácter poliédrico. «Mi vecino más cercano vive a 15 kilómetros y puedo pasarme un mes sin ver a nadie. El buen hombre de campo es un emboscado; el buen hombre de naturaleza es un casado». Araújo (Madrid, 1947), colaborador del legendario Félix Rodríguez de la Fuente como recuerdan los niños del baby boom, naturalista, divulgador, fundador de bosques (ha plantado 25.000 árboles), autor de más de un centenar de libros y 2.495 artículos, guionista y/o director de 340 programas de televisión, bloguero, premio Global 500 de la ONU en 1991, matrimonió con la naturaleza hace cuatro décadas, un John Muir del monte mediterráneo, y allí en su terruño cacereño cultiva árboles frutales, olivos, cereal, todo lo que soporta las heladas, un desiderátum de la agricultura clásica, cría cabras, produce queso y posee un alto grado de autosuficiencia, «porque cuanto más autosuficientes seamos, más suficiente será el planeta para todos».

Y contempla para luego escribir. Está enfrascado en sus libros 105º, 106º y 107º, dos de ellos de poesía. Caligrafiados. Y así se publican. Uno contendrá 999 aproximaciones a la naturaleza: definiciones de la vida, recetas para no devorar el mundo, reflexiones éticas y aleteos (aforismos dedicados a las aves). «El retorno a la naturaleza de forma real, no desde el deseo romántico, la literatura o la escapada de fin de semana, todavía es tibio», reconoce Araújo, que se sabe rareza. «El ecologismo denuncia la inviabilidad de nuestra economía. Una vida más sencilla, austera y barata es posible. La incapacidad de acceso al empleo podría potenciar esta salida entre los jóvenes, aunque creo que serán los jubilados los que protagonicen la vuelta al campo».

Joaquín Araújo
Joaquín Araújo

Los motivos pueden ser de carácter prosaico o elevado, desde las cosas del comer hasta la búsqueda de nuestro lugar en el mapa. Hay crisis existenciales que nos empujan hacia lo atávico, a buscar consuelo en la naturaleza, donde la tierra, los ríos, la fauna salvaje, el bosque, lo totémico... son fuentes de certeza. Ese retorno al hábitat primigenio está de moda y los libros que lo tratan surgen como setas. «Las ciudades cada vez nos exigen más y nos aportan menos. El contacto con la naturaleza nivela el estrés», comenta Rubén Hernández, editor de Errata Naturae, que predicó con el ejemplo y se marchó a vivir a las faldas del Almanzor, en la divisoria entre Cáceres y Ávila. Su editorial ha apostado por la recuperación de títulos clásicos (Walden, de Henry David Thoreau; Las riquezas verdaderas, de Jean Giono, y Un año en los bosques, de Sue Hubbell) y la publicación de obras de escritores contemporáneos ( Mis años grizzly, de Doug Peacock; Los búfalos de Broken Heart, de Dan O’Brien; Leñador, de Mike Wilson, o Lobo negro, de Nick Jans, cuyo lanzamiento será en abril). En julio se cumplen 200 años del nacimiento de Thoreau, escritor, poeta y filósofo estadounidense, para algunos genio seminal de estas y de tantas cuestiones. Se anuncia para mayo una edición especial de Walden y de Todo lo bueno es libre y salvaje, además de la biografía canónica firmada por el historiador Robert Richardson. Entretanto se puede disfrutar de las andanzas del naturalista y explorador alemán Alexander von Humboldt con la lectura de La invención de la naturaleza (Taurus), de Andrea Wulf.

De hombres y abejas

Los abusos de la llamada «civilización» con sus bárbaros palacios y la frustración que crea la sobreabundancia están presentes en las obras de Giono y Hubbell, que preconizan el regreso a la vida sencilla de los espacios rurales. Aunque hay posturas más radicales. Montarse una aventura al estilo Chris McCandless en Alaska, narrada en Hacia rutas salvajes (Zeta Bolsillo), de John Krakauer, novela llevada con tino al cine por Sean Penn, es tentador, si bien con impedimenta y conocimientos para sobrevivir. El filósofo y la abeja (Espasa), de los hermanos Pierre-Henri y François Tavoillot, filósofo aficionado a la miel el uno, apicultor aficionado a la filosofía el otro, propone un viaje por la cultura occidental siguiendo el vuelo simbólico de una abeja. «La contemplación de su organización y la degustación de sus productos llevan inevitablemente a una especie de ensoñación metafísica, como si la abeja nos condujese a la filosofía... Como si la abeja fuese filósofa», escriben los Tavoillot. Un animalito especial unido al devenir del ser humano.

Y está la naturaleza como coartada para la experimentación lingüística. «Escribí Leñador en un momento en que buscaba respuestas a preocupaciones personales que tenían que ver con el sentido de las cosas y también con el agotamiento de mi propia narrativa», explica Mike Wilson (San Luis, Misuri, 1974). «Quería escaparme de ciertos paradigmas, de las parodias, y usar el lenguaje para dejar atrás el lenguaje. Había vuelto a los textos de Wittgenstein [filósofo, matemático, lingüista y lógico austríaco] en esos años y me inspiraron para escribir la novela».

Portada de «Leñador»
Portada de «Leñador»

Leñador tiene la engañosa apariencia de un libro de aventuras y recuerda a Moby Dick en su aparataje descriptivo. Si la novela de Melville incluye un tratado de cetología, la de Wilson es un manual de consulta sobre la vida en los bosques del Yukón (Canadá) utilizando un tono didáctico. Aunque Wilson, profesor de literatura en la Universidad Católica, en Santiago de Chile, reconoce que no le importaba la información en sí, sino el efecto que produce la acumulación de esa clase de texto. Tampoco tiene una fijación con la vida salvaje. «La novela no busca hacer un fetiche de la naturaleza ni glorificarla. Fue más que nada un espacio útil para mis propósitos escriturales porque contrasta con el mundo del que proviene el narrador. Me importaba crear un relieve que desfamiliarizara el mundo, que permitiera verlo de nuevo, sin intermediación. En este caso, el bosque cumple esa función, pero no lo considero un ambiente más especial que otro. La certeza para el protagonista emerge de esa disposición lúcida ante un mundo que siempre ha estado ahí. Logra escaparse del ruido y de los espejismos de los signos».

-Usted escribe: «Al permanecer en lugares así [un bosque de secuoyas] los espejismos del lenguaje se disuelven y la realidad se hace palpable». ¿Vivimos en un mundo tan atropellado y tecnificado, tan alejado de nuestro propio ser, que convertimos el lenguaje en una herramienta de impostura, artificiosa, que sirve para hacernos preguntas erróneas o mal formuladas?

-En la novela la naturaleza es el pretexto para hablar de esas cosas y para poder describir un mundo potencialmente inagotable. Estemos donde estemos, el lenguaje siempre tiene la capacidad de estafarnos, de vendernos una maqueta del mundo. Quería llevar el lenguaje al límite, dejar que el significado de lo descrito empiece, poco a poco, a dar lo mismo, lograr huir del lenguaje vía el lenguaje, que su efecto sea otro, que el dato pase a ser literatura y que la literatura pase a ser obsoleta, y que se deje de lado la reflexión. Es ahí, en ese estado, que el narrador deja de dudar.

El paisaje es escuela

Una nube llena el espacio del cañón de Ordesa, en el Pirineo aragonés. La nube parece una criatura con voluntad propia, implacable en su misión de ocupar toda la rasgadura, de hurtarla a nuestra vista. Ramón Zabalza (Barcelona, 1938) disparó varias veces para captar no el momento, sino los momentos. «El paisaje es una escuela», dice, «una forma de ver el territorio». La serie forma parte de un volumen magnífico, Dónde. Visualización, paisaje y morfología del territorio (Ediciones Asimétricas, 2016), producto de veinte años de trabajo y 15.000 imágenes con la naturaleza como protagonista de las que pasaron el corte definitivo 110. En blanco y negro, «procedimiento fundacional de la fotografía», sentencia el autor. Acompañadas por textos donde Zabalza expone sus tesis. En su doble función de fotógrafo y antropólogo, cree que para el primero «la fotografía es un fin en sí mismo», mientras que el segundo la considera «un medio para observar y registrar la realidad de forma más precisa y completa». Pero «asociar verdad y fotografía genera confusión porque esta tiene mucho que ver con la precisión y poco con la verdad. La fotografía no proporciona verdad, que es una emoción, sino datos más o menos precisos de la realidad en función de la tecnología usada».

La España despoblada

La preocupación libresca también recoge la paradoja. La nostalgia de la naturaleza nos conduce, necesariamente, a la melancolía si atendemos a libros como Los últimos. Voces de la Laponia española (editorial Pepitas de Calabaza), de Paco Cerdà. Describe un vastísimo territorio incrustado en la periferia de cinco comunidades españolas que se extiende por diez provincias y agrupa a 1.355 municipios, «donde el silencio cabalga montañas y las voces infantiles quedaron afónicas el siglo pasado». Un ejemplo ibérico de demotanasia. El mayor desierto demográfico de Europa -tras la zona ártica de Escandinavia- posee una densidad media de 7,34 habitantes por kilómetro cuadrado. Igual que la gélida y boreal Laponia. «Imagine todo Mónaco: con dicha densidad allí vivirían dieciséis ciudadanos. Imagine la Ciudad del Vaticano: allí habitarían cuatro», apunta Cerdà.

El pastor Matías López en la pedanía de Motos (Guadalajara), donde vive solo todo el año. La foto es del libro «Los últimos. Voces de la Laponia española», de Paco Cerdà
El pastor Matías López en la pedanía de Motos (Guadalajara), donde vive solo todo el año. La foto es del libro «Los últimos. Voces de la Laponia española», de Paco Cerdà

«El mundo rural se viene abajo. No hay recambio, los viejos se mueren y los jóvenes no quieren vivir ahí. Esa crisis de la España interior no se percibe en las grandes ciudades», señala Fernando Rodríguez de la Flor, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Salamanca y autor de Hurdes. El texto del mundo (Fundación Ortega Muñoz). Un libro sobre el mito de Las Batuecas, donde quedó embolsada una población que es el envés radical de lo urbano.

«Nos deleitamos con Emerson y Thoreau, cuya visión es, sin duda, desmedida, pero le damos la espalda al mundo que describen», añade Rodríguez de la Flor. La fábula no salvará de la extinción, tras mil años de historia, a Aldealseñor, pueblo del páramo soriano cuya decadencia se cuenta en El cielo gira (2004), película de Mercedes Álvarez. «Para los neo-rurales como yo, la vida en el campo es solo un observatorio. En el fondo, no soportamos la soledad. Y estar enganchados a la red no funciona».

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