Pep Carrió ilustra el último libro de Menchu Gutiérrez, «Pez de agua», para leer y ver
Pep Carrió ilustra el último libro de Menchu Gutiérrez, «Pez de agua», para leer y ver
LIBROS

La poesía que forma parte de nosotros

Los cambios generacionales siempre tienen detrás una historia, una larga lista de nombres que llegaron antes y abrieron camino. Repasamos las novevades editoriales de los poetas que se escapan a las modas. La poesía que nunca muere

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La poesía parece buscar su sitio en el mercado literario español. Es, tal vez, el fenómeno de moda. Ventas, espacio en los medios, reclamo de nuevos lectores y nuevos y viejos debates. Para algunos se trata del «boom» editorial de la poesía juvenil aupada por las redes sociales, para otros la aparición de un fenómeno que necesita de reflexión pausada.

Sea como fuere, algunos libros de poesía publicados en estos últimos meses están más allá de etiquetas, de oportunismos y estrategias de mercado. Simplemente siguen apostando por la calidad, por la singularidad y por la pluralidad. Son nombres surgidos del rigor y de la preocupación de que la poesía siga nombrando el mundo con palabras nuevas. En este panorama, una poeta que concita toda la atención es Elvira Sastre (1992) que ahora nos entrega «La soledad del cuerpo acostumbrado a la herida» (Visor, 2016).

Alto voltaje sentimental, dureza, desarraigo y ternura hacen de su poesía algo que muchos lectores buscan: la sencillez de la emoción, las palabras que nombran esos momentos intensos de la vida.

Sereno y trágico

Nombrar intensamente el mundo, oír la música del mundo es lo que hace Pablo Guerrero (1946) en un libro magnífico, sereno y trágico a la vez: «El porteador de sonidos» (Maia Editores, 2017). Hay que llamar la atención sobre la labor poética que Guerrero viene haciendo en estos años de forma callada y casi secreta. «Amo aquello que miro», nos dice, y en efecto, esta poesía de la mirada sobre la tierra, sobre los sonidos de la vida es un canto que se dirige hacia la celebración, hacia la ternura, hacia aquello que todavía no ha sido devastado.

En este sentido, hay que llamar la atención sobre el papel verdaderamente singular que la poesía de Amalia Iglesias (1962) representa en el panorama poético español. Poeta de la indagación, la enorme fuerza de su palabra queda de manifiesto en sus dos libros recientes, «La sed del río» (El Reino de Cordelia, 2016. Premio Ciudad de Salamanca) y «Tótem espantapájaros» (Abada, 2016). La memoria y los paisajes de la memoria, el tiempo como fundamento de nuestro ser y de nuestro estar aquí, los territorios que retienen nuestras huellas y dibujan el rostro de lo que fuimos y de lo que somos, son algunos de los motivos sobre los que ahonda «La sed del río».

Algunos de los libros de poesía publicados recientemente están más allá de etiquetas

En él la imaginación es la forma más verdadera de nombrar las cosas, la forma de buscar las raíces personales. Soñar, ser, recordar a eso nos invita Iglesias en este libro que se abre como un baúl lleno de recuerdos, que dibuja los contornos del paraíso, esos momentos de la duración (Peter Handke) donde se fue feliz. Un libro tan emocionante como extraordinario. Eso sin olvidar «Tótem espantapájaros», el libro caligramático en el que Amalia Iglesias reflexiona sobre el cuerpo y que, a partir de sus vinculaciones religiosas, simbólicas o artísticas, nos propone una nueva escritura y una nueva humanización. Libro tan original como misterioso, tan diferente como excelente, los poemas en forma de cruz, de cuerpo abierto para recibir el sentido son un verdadero ritual de la palabra que perturba y que piensa.

Identidad y máscaras

Miguel Veyrat (1938) reflexiona en «El hacha de plata» (La Isla de Siltolá, 2016) sobre los límites y el final de la existencia, sobre la identidad y sus máscaras. Desde el territorio de la aurora, construye una metafísica que interroga toda metafísica. Sus poemas no son solo un diálogo existencial, sino un diálogo cultural. Desde lo mistérico a las referencias mitológicas o metaliterarias, Veyrat hace de la poesía la última y única explicación del mundo. No es extraño por eso que tense las palabras y que experimente con ellas, que busque siempre un decir esencial. Libro mayor, es el campo donde conviven diferentes estilos complementarios, diferentes voces, es decir, ritmos y formas de respiración que hablan sobre el amor y el tiempo. Pero si queremos acercarnos a un pensamiento que resuelve la inmensa interrogación de lo real mediante la paradoja de lo simbólico, «Papel de agua» (in pectore, 2016) de Menchu Gutiérrez es un libro que aspira a leer y ver de forma diferente, a ser visto y leído también de forma distinta. En diálogo con el diario gráfico de Pep Carrió, el pájaro, el pez, la flor, el agua, el papel y la tinta son símbolos de transcendencia y de inmersión, de ese tatuaje que el misterio de la realidad va dejando en nosotros. Como sucedía en «Lo extraño, la raíz», Menchu Gutiérrez opera mediante tentativas, entre lo que aparece nombrado y lo que se oculta. Lo extraño aquí es aquello que nos conduce a otra forma de aparición de la realidad, a nuevas formas de visión.

También el misterio es lo que experimentamos en estos viajes, tránsitos y fábulas que nos ofrece Jordi Doce (1967) en su último y espléndido libro «No estábamos allí» (Pre-Textos, 2016). Escrito a lo largo de los últimos ocho años proyecta una indagación sobre la realidad y sus fronteras. Dividido en tres partes, son sin embargo los poemas que ofrecen una narración fragmentada y fantasmal los que dan el tono verdaderamente singular a este libro. Doce indaga aquí no solo sobre los límites de lo real, sino, como quería Ramos Rosa, sobre los límites de la expresión poética de lo real. Cruzado por personajes sumidos en el azar, la voz que habla intenta retener un instante luminoso antes del caos final pero es igualmente una voz tomada por la melancolía y el sinsentido. Todo ello para marcar la geografía de un exilio, de una fuga y de una desaparición.

Nuevo concepto

En el territorio de la indagación se adentra también «Voces en off» (Amargord, 2016) de Alejandro Céspedes (1958), un texto sorprendente tanto en su rigor como en su construcción y que persigue no solo un nuevo concepto de poesía sino una escritura totalizadora. Deudor de Mallarmé y de las experimentaciones formales de los años 60, Céspedes radicaliza la dramatización del texto poético y construye un nuevo espacio de representación y un nuevo acto de pensamiento. Y, sobre todo, una reflexión sobre la identidad del hombre de hoy, sobre sus catástrofes y sus metamorfosis.

También experimental y esencial es el juego que despliega Juan Carlos Marset (1963) en «Días que serán» (Tusquets, 2016): por una parte el tiempo y sus espirales, por otra una escritura proyectada hacia un diálogo con la tradición. Las paradojas, los contrastes de sentido, las aliteraciones son formas en que esta escritura muestra su plenitud y su madurez.

La poesía más joven no deja de sorprendernos, y en ese sentido Brenda Ascot (1974) y su «Llorona» (La Isla de Siltolá, 2016) nos ofrece esos paisajes de la vida llenos de perplejidad, interrogaciones y crisis personales. Narrativa, y hondamente lírica, esta poesía construye un libro pasional, trágico y esperanzado, como si al fondo de todo dolor alumbrara un signo de belleza y de verdad. Poemas como «Apuntes de psiquiatría» o «Una flor» son indicativos del nivel de esta escritura, y demuestran hasta qué punto esa belleza empieza en lo terrible de muchas experiencias.

El Premio Gil de Biedma ha ido a parar a «Vértices» (Visor, 2016) de Francisco Onieva (1976) y «El silencio de los peces» (Visor, 2016) de Jacobo Llano (1971). Onieva escribe sobre cómo el amor a un hijo es capaz de dar sentido a lo que somos y a nuestra manera de habitar el mundo, mientras Jacobo Llano bucea en la memoria familiar mediante poemas más narrativos, en una línea de poesía de influencia anglosajona.

Y para terminar tres libros absolutamente imprescindibles:«Los nuestros» (Pre-Textos, 2016) de Juan Carlos Reche (1976) y su dimensión social, su reflexión sobre lo común como la más importante dimensión de la poesía de hoy. «Nostalgia de la razón» (Saltadera, 2016) de Ana Gorría (1979), donde asistimos a esa escucha de la carne motivada por el universo fílmico de Maya Deren, y «Fruta para el pajarillo de la superstición» (Pre-Textos, 2017) de J. A. García Román (1979), con esa imaginación poliédrica capaz de meditar sobre nuestra existencia, sobre las fracturas del mundo.

Si el éxito de un poema se mide por haber pasado a formar parte de la memoria de los lectores, muchos de estos libros fueron escritos sin duda con esa aspiración. Por eso están aquí, por eso forman parte de nosotros.

Ver los comentarios