«Sin título» (2017), óleo sobre «dibond» en la galería Álvaro Alcázar
«Sin título» (2017), óleo sobre «dibond» en la galería Álvaro Alcázar
EXPOSICIONES

La pintura, espejo de la vida para Canogar

Dos muestras en Madrid dedicadas a Rafael Canogar constatan que este referente de la pintura sigue vivo

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En Tratado de la pintura, escribe Leonardo que el pintor debe asemejarse al espejo, «que se transforma en tantos colores como las cosas que se le ponen delante; y haciendo así parecerá que son una segunda naturaleza». Estas palabras volvían una y otra vez a mi mente recorriendo las obras -hermosísimas, plenas de intensidad y maestría expresiva- de uno de nuestros más grandes pintores: Rafael Canogar (Toledo, 1935).

De Canogar coinciden ahora dos muestras. En el CEART se presenta Ayer hoy, una reconstrucción de su trayectoria desde sus inicios en 1949 hasta ahora. Son 62 obras en seis capítulos, con un montaje excelente, limpio y abierto, que permite apreciar la continuidad de su impulso creativo y su raíz en la pintura a lo largo del tiempo y a través de soportes y técnicas diferentes. El espacio de la pintura, en la galería Álvaro Alcázar, incide en esa línea y es un magnífico complemento, con 14 piezas pictóricas realizadas entre 2016 y 2017. En definitiva, Canogar está de nuevo aquí.

Gana su fuerza

Deslumbra su fuerza. Desde sus inicios, modulados a partir de la figura referente de Vázquez Díaz, como se puede apreciar en Jardín de Vázquez Díaz (1949), de cuando tenía tan sólo 14 años. Después, en menos de una década, Canogar se situaba ya en el primer plano de nuestra escena artística al formar parte en 1957 delgrupo El Paso. Poco a poco, y con voluntad de «tener los pies en la tierra», como escribió en Papeles de Son Armadans (1959), se abre hacia el contacto con las formas orgánicas, con lo humano, con las dimensiones de la vida, lo social y lo político. Los soportes se diversifican. El registro dominante sigue siendo la pintura, pero en diálogo con fotos, tejidos, objetos: lo figurativo y lo no figurativo dialogan entre sí.

Acabando el siglo, en 1998, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes, indicaba que sus obras serían expresión de las «dos fuerzas elementales y primarias que siempre han acompañado al hombre: las constructivas y las destructivas». Una contraposición que brota de la utilización de tablas y planchas, con una fuerte impronta matérica, en busca de una realidad inédita, más allá del registro objetual de las percepciones cotidianas.

El proceso seguido hasta hoy implica una nueva inmersión en la pintura, más allá de los registros cerrados y de las limitaciones academicistas. Es lo que resuena en lo que él mismo escribe en El espacio de la pintura: «Hemos vivido un fascinante viaje, lleno de sorpresas, de hallazgos, de intensas vivencias y nuevos lenguajes, a veces de pureza, y otras, no menos intensas, de buscadas impurezas».

Concepto, lucidez y riesgo asumido. Esos son los «compases» que estructuran la música de este gran pintor. Buceando en la experiencia y la memoria, Canogar transmite en sus obras la fragmentación del sentido. El tránsito humano a través del dolor y el placer, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte. Es lo que vemos y oímos en la vibración y en la expansión incontenible del color que irradian sus pinturas. Porque esa es la cuestión, como decía Leonardo: Hacer de la pintura un espejo que lleve a una segunda naturaleza. Desde «aquí», desde donde estamos y lo que somos, a espacios abiertos y no conocidos, hasta lo que podríamos llegar a ser. Canogar: la pintura, espejo abierto que transciende la vida.

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