El escritor argentino Pedro Mairal
El escritor argentino Pedro Mairal - XAVIER MARTÍN
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Pedro Mairal: «Trato de escribir con los cinco sentidos»

El escritor argentino regresa a la novela con «La uruguaya», la historia de un desencanto amoroso y personal

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Lucas Pereyra es un escritor argentino y cuarentón que no termina de triunfar y cuyo matrimonio, con un hijo, se agota. Solo le ilusiona la perspectiva de viajar a Uruguay, adonde irá para cobrar sin pagar impuestos los adelantos por unos libros. Allí le espera Guerra, una joven de «sonrisa atorrante, torcida y cómplice» con quien tiene una aventura. Guerra es «La uruguaya» (Libros del Asteroide), el nuevo libro de Pedro Mairal, que regresa a la novela siete años después de «Salvatierra». Pero nada ocurrirá como Pereyra desea. La novela es la historia de un desencanto, amoroso y personal, narrada por la ágil pluma de Mairal, también argentino y cuarentón, que despliega todos los recursos que empezó a mostrar con 28 años, cuando ganó el premio Clarín.

¿Cómo vivió aquello?

Fue muy fuerte porque tenía 28 años y estaba crudo en cuanto a mi madurez literaria. Fue una exposición enorme, era el premio del diario de mayor circulación. Mi cara salió en la portada del suplemento cultural, se hizo una película, en el jurado del premio estaban Bioy Casares, Cabrera Infante y Roa Bastos... Me superó. Lo bueno es que salió en todos los lados y entré en el universo de las editoriales, pero después necesité recuperar un poco de silencio. No pude seguir en esa ola de lo que se esperaba de mí. Con 28 no estaba listo para seguir publicando en una gran editorial como Anagrama. Necesité replegarme un poco para crecer a mi propia velocidad. El proceso para mi siguiente novela, «El año de desierto», fue lento. Tuve que recuperar la confianza en mi narrativa. Por suerte me muevo en distintos géneros —poesía, cuentos y novela—, y cuando me siento atrapado me voy hacia otro. Yo me refugié en los cuentos y la poesía.

Lo hizo en internet y con pseudónimos. ¿Por qué?

A partir de 2005 se descubrió la escritura «online». Percibí que en los blogs la escritura se relajaba, se volvía menos pretenciosa. La gente contaba las cosas con más naturalidad, en un lenguaje más cercano al habla. Y eso le daba mucha vitalidad a la escritura. Durante diez años ejercité un tono en mi blog, «El señor de abajo», donde usaba pseudónimos. A veces escribía como una mujer a la que llamé Adriana Battu. Nadie sabía que era yo, parecía una coautora de mi blog. El truco era que no se notara que era yo. Era interesante hacer un ejercicio de probar voces, distintas escrituras y, sobre todo, acercarla más al habla. Creo que eso está en el tono de «La uruguaya».

¿Usó pseudóninos por esa intención de experimentar o para replegarse?

Las dos cosas. Necesitaba ganar libertad, deshacerme del bagaje del ser uno con su nombre, tu edad y tu cara: no tener las consecuencias que trae escribir con el propio nombre. Con la firma de Ramón Paz escribí unos sonetos porno, que los llamé «pornosonetos». Ese pseudónimo me funcionó, y también el de Adriana Battu, pero después la gente se entera y dejan de tener esa función liberadora.

¿Qué toma de la poesía a la hora de escribir relatos y novelas?

La poesía es la fuerza más esencial de la escritura. Es una herramienta que a veces uso en la narrativa. En «La uruguaya» hay dos momentos líricos. Uno, cuando el protagonista está con muchos celos porque cree que la mujer lo engaña con un médico y hace una diatriba en contra de los médicos. El lenguaje explota. Hay un uso poético de la palabra, una escritura recursiva obsesiva. Después hay otro momento donde él baja a un sótano, drogado y borracho, y siente una especie de remolino universal en su cabeza. Hay también un uso lírico del lenguaje. La presencia de la poesía en la narrativa me interesa cuando está justificada: cuando se distorsiona lo racional y el lenguaje empieza a cobrar una textura más densa. La narrativa ya no es tan informativa, sino que se vuelve más plástica.

¿Y de la escritura periodística que ha aprendido?

Esos textos a pedido te sacan de tu zona de confort y te llevan hacia temas que no hubieras encarado solo. Después está el ejercicio de escribir con una limitación de caracteres, que también te saca de las extensiones naturales de tus textos. Esas imposiciones externas son un gran ejercicio de escritura. Te sacan del yo, que a los escritores les viene muy bien que les saquen un poco de su ego. El periodismo te ayuda a narrar de manera visual, evitando cosas demasiado pomposas y líricas. Ese sería el tono que contrasta con mi parte lírica. El autor desaparece y despliega los hechos como si fuera una película delante de los ojos del lector, sin estar de intermediario en el lenguaje.En las notas que escribía para el diario «Perfil» hacía microensayos sobre temas de actualidad en un tono de antihéroe. En «La uruguaya» hay también un poco de eso, microensayos sobre la paternidad o el dinero.

En «La uruguaya» también hay personajes reales. ¿Cuánto hay de realidad en el libro?

Hay un montón de cosas de mi propia vida y también inventadas. Me busqué personajes, pero exageré, tergiversé y oculté cosas para hacer la historia, siempre a favor de la narración.

¿Es «La uruguaya» una novela sobre la crisis de los 40?

Creo que sí, pero involuntariamente. No pensé el libro temáticamente, sino individualmente. Y entonces profundizo en los conflictos de un hombre de 44 años, casado, en un matrimonio medio resquebrajado, con deseo de aventura, insatisfecho con su trabajo. Así es como me parece que se volvió un estudio de la crisis de los cuarenta.

También trata el tema del desamor y del deseo.

El deseo es lo que mueve el libro. Un deseo que es casi un amor inventado, casi que se lo inventa. La frustración de él y la lejanía con esa mujer lo exacerba de lo que quizá era en realidad.

Y hay escenas de sexo, un tema que muchos escritores ven tremendamente difícil de contar. ¿Está de acuerdo?

Las escenas de sexo son interesantes en la medida que muestran todo lo que se pone en juego, más allá de lo meramente físico. La descripción física exacta de dos personas en la cama está muy mostrada, lo hace la pornografía. Lo interesante es mostrar lo que está más allá: la parte emocional, la parte social de los dos personajes, el bagaje, las inseguridades, el contraste entre la expectativa y el desempeño real. La descripción meramente física no es nada en sí, y además se viene haciendo desde que el ser humano existe.

¿Tiene esto algo que ver con eso que dice en «Maniobras de evasión» de que hay que transformar las imágenes en ideas?

Trato de escribir con los cinco sentidos: que el lector sienta que está viviendo la historia a través de imágenes y sensaciones táctiles, olfativas, gustativas, auditivas... Hay como una reproducción de lo vital en mi escritura y trato de corporizar las ideas abstractas en cosas más concretas.

En «La uruguaya» usa un lenguaje muy coloquial. ¿Es por la propia estructura del texto o lo hace por convicción?

Son las dos cosas. El tono del libro permitía esa segunda persona de cercanía. De alguna manera, Lucas Pereyra le está hablando a su mujer, aunque no se sabe si lo está escribiendo o es una confesión que está pensando. Nunca hablaría a su mujer con un lenguaje solemne. Pero eso no quita que haya momentos de lirismo y otros donde el lenguaje se vuelve muy preciso. El truco del tono del libro es que parece muy coloquial, pero no lo es.

¿Por qué Uruguay como lugar central del libro y no una ciudad argentina?

Uruguay funciona en la mentalidad de la gente de Buenos Aires como una especie de universo paralelo donde las cosas son similares, pero no lo son. Eso es muy literario. Produce un extrañamiento donde uno cree reconocer algo, pero en realidad no es igual. Como cuando de chico le agarrabas la mano a tu mamá, mirabas hacia arriba y era otra mamá. Ese extrañamiento funciona con Uruguay. El protagonista podía sentir allí la ilusión de estar al otro lado del río de la Plata. El río marca una especie de portal hacia otra dimensión.

¿La historia de Pereyra es también una desmitificación de Uruguay?

Sabía que cuanto más idealizada estuviera la ciudad de Montevideo, más efectivo sería para la historia el choque con la Montevideo real. Igual que con la chica, que está muy idealizada. Y se topa con la chica real. Eso literariamente siempre funciona, genera empatía. La diferencia entre la expectativa y lo que termina pasando siempre es interesante.

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