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Pintada «abertzale» en Hernani - José Ignacio Lobo Altuna
LIBROS

«Patria», la novela de las víctimas

Con «Patria», Fernando Aramburu ha escrito su mejor novela. Pero no solo. También ha escrito la gran novela sobre los últimos cuarenta años del País Vasco y el terrorismo etarra

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En tiempos distintos, a cada escritor le llega el momento de entregar su gran novela. Tiene publicadas Fernando Aramburu varias importantes y nadie ponía en duda desde hace varios años que es uno de los mejores autores españoles. Pero «Patria» es otra cosa. Es más que una buena novela. Cuando la cierra, el lector piensa que es la novela que hacía tiempo tenía que escribirse. Y que lo tenía que hacer un escritor vasco. Porque una de las condiciones decisivas de «Patria» es que está escrita con amor a su pueblo. De ese amor deja huella en el cariño puesto en el modo de reproducir algunas frases en euskera, o en la manera en que se va refiriendo a personajes, al paisaje, los ambientes distintos del villorrio o de San Sebastián, la lluvia pertinaz que se describe casi como si se añorase olerla.

Solo alguien que ama mucho su patria vasca puede abordar una novela como esta.

Es la más dura que se haya escrito sobre ETA y el mal llamado conflicto. Ha sido escrita con la lucidez de una distancia necesaria, los años de vida en Alemania de su autor, pero también porque parecen llegados el momento y la responsabilidad de proyectar un cuadro más completo y totalizador que el que había ofrecido en su formidable libro de cuentos «Los peces de la amargura» (2006). En ese volumen y en algún cuento aislado de un libro posterior, como el magnífico «Chavales con gorra», emergían por vez primera las víctimas, los familiares de asesinados, tantos y tantos que vivían con miedo su silencio u otros cómplices que simplemente no querían mirar. Aquellos relatos, y por eso eran buenos, eran mucho más elocuentes por lo que dejaban sin decir que por lo que decían.

Rostros del dolor

El lector vivía esos silencios y miedos de las gentes y asistía asqueado a las complicidades de los discursos políticos o religiosos, pero aquellos cuentos quedaban como teselas de un mosaico que algún día tenía que dibujarse como cuadro, si no completo, sí desarrollado con suficiente generosidad. Eran, pues, esbozos de una totalidad que estaba pidiendo una novela, una gran novela, para que lo que en los cuentos era sugerencia, fuese aquí lo que hace grande esta narración: está repleta de historias con matices; los dolores tienen rostro; las desgracias, nombres y vidas que podemos seguir con pormenor.

Las seiscientas cincuenta páginas de esta novela abordan casi cuarenta años de desarrollo de la lucha armada de ETA. Asistimos, así, tanto al nacimiento de la organización terrorista como a la complicidad creciente de todo el pueblo, que es lo que destruye la vida de dos familias amigas de una aldea innombrada pero pequeña de las cercanías de Donostia. Lo primero que literariamente tiene importancia en estas páginas es que el terrorismo, y toda la Historia de esa comunidad rota, no son abstracciones.

El lector lo va viviendo en las criaturas que pueblan «Patria»: tanto en el enloquecido fanatismo de Miren y de su hijo Joxé Mari, en el que un instinto primario y arcaico pero colectivo anida y lo justifica, como en las víctimas: el empresario apodado el Txato, o su mujer, Bittori, que van viendo cómo el pueblo les niega el saludo; los silencios de la panadería cuando la esposa del señalado entra; por no mencionar la obligación que los jóvenes tenían contraída en su pandilla de ser «abertzales» y de participar de esa locura heroica.

La serpiente y el hacha

Aparece en «Patria» casi todo de esos cuarenta años; no faltan referencias al PNV, a la Iglesia y sus complicidades, al GAL, a Zabala, al asesinato de Gregorio Ordóñez o al atentado de Hipercor, los nombres de muchos etarras conocidos y otros tantos de víctimas. Pero Aramburu ha evitado que sea un libro en el que las ideas puestas en juego o los conflictos surgidos en asesinos y víctimas se le comieran lo importante: poder explicar narrativamente cómo pudo concebirse y anidarse una serpiente y un hacha que llenaron el País Vasco de muerte, y hacerlo de manera que sea una historia en la que cada idea de las expuestas estuviera encarnada, tuviera rostro.

La estructura literaria elegida es la de ciento veinticinco breves capítulos, que funcionan cada uno como pequeños cuentos, en los que vas asistiendo, no en el orden en que sucede, pues son frecuentes los saltos hacia atrás, a la vida de todos los miembros de ambas familias, las formadas por dos matrimonios, el de Txato y Bittori (las víctimas), y el de Joxian y Miren, los padres de Joxé Mari, que se hace militante de ETA y llega a participar en el asesinato del mejor amigo de su padre. Dos familias totalmente rotas. Los cuatro padres, los cinco hijos implicados y la vida lateral de las parejas de cada uno.

Locura colectiva

La novela recorre con pormenor diferentes formas de administrar el dolor y sufrir las consecuencias de la fertilización ideológica de una locura colectiva que ha obligado a toda una sociedad a vivir la tragedia de una sinrazón que cobra cuerpo en las vidas de personajes memorables. El último gran matiz que la novela añade como sustento de su trama, y que la convierte en su apuesta moral, es la cuestión de la posibilidad y necesidad del perdón.

Fernando Aramburu ha conseguido lo más difícil: evitar la equidistancia (nada de condescendencia hay aquí hacia lo que es crimen y terror) y, sin embargo, saber decir a todos, a víctimas y asesinos, desde dentro. Para un buen novelista no hay ideas, hay criaturas que las viven o sufren. Por eso la novela es la única fuente de discurso capaz de llegar donde un libro de Historia, por bueno que sea, no llega. Contar la locura de ETA era literariamente importante. Y hacerlo con tal maestría solo estaba al alcance de un novelista que sintiera lo ocurrido en el País Vasco como herida propia.

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