Mauricio Wiesenthal, sentado en la butaca de su madre, donde escribe, a la puerta de su casa
Mauricio Wiesenthal, sentado en la butaca de su madre, donde escribe, a la puerta de su casa - INÉS BAUCELLS
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Mauricio Wiesenthal: «Rilke, que era un místico, llama a pensar con el corazón»

El escritor presenta en Acantilado «El vidente y lo oculto», una monumental «biografía heterodoxa» del autor de las «Elegías de Duino»

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«Nací en noviembre, cuando sopla el bora sobre Venecia y comienza la temporada de los esnobs en el Gran Canal». Así se retrata este escritor nacido en Barcelona en 1943 y que hasta hace no demasiado tiempo era un misterio. Dice que desciende de «una vieja familia europea de españoles y alemanes, suecos y daneses, rusos e italianos, judíos, católicos y protestantes», y que algunos de sus antecesores emigraron «desde Rusia a Alemania; otros fueron médicos y diplomáticos en lugares lejanos; y, no pocos, hicieron el viaje atlántico desde Hamburgo a Nueva York, desde Asturias a Argentina o desde Santander a Cuba». En creaciones como «Libro de Réquiems» y «El esnobismo de las golondrinas» ha «destilado 40 años de viajes, lecturas y pasiones».

Dice que nunca metió un barco en una botella, que los juegos de familia le parecen un sucedáneo del incesto, hace cada día una dieta de soledad y cuando más libre se siente es cuando escribe. Y asegura que sabe «resistir», porque eso le permite mantenerse mucho tiempo en la tentación.

Vive en una casa de alquiler en la calle de Rubinstein, en la parte alta de Barcelona, que en realidad es un museo vivo de su vida. Portero de sí mismo, escribe junto a la puerta de la vivienda, en una butaca que fue de su madre, rodeado de libros, memorabilia infinita y de páginas autógrafas de algunos de sus maestros, como su amigo Paul Morand, o Lord Byron. ¿Dónde ha estado todo este tiempo antes de publicar y de darse a conocer, aparte de escribiendo enciclopedias y viajando? Su obra es la de un nostálgico de la gran cultura occidental, de lo sagrado. Por eso ha buscado a Goethe en Weimar, a Mozart en Salzburgo y Viena, a Nietzsche en Sils Maria, a Tolstói en Yasnaia Poliana, a Byron en Venecia, a Keats en Roma… De él se ha dicho, además de ser un adalid de la vida inútil, de la vida que no busca una rentabilidad contante y sonante, sino espiritual, que la compasión forma parte de su forma de estar en el mundo. Hijo de muchos escritores, navega en la estela de nombres como Bécquer o Cirlot, Cervantes y Rilke, Tolstói y Dostoieveski, Chateaubriand y Lawrence Durrell, Cendrars y Somerset Maughan, Morand y Pierre Loti, Goethe y Thomas Mann.

Uno de los que mejor le han radiografiado es Sergi Doria, cuando dijo que los recuerdos para Wiesenthal son como estatuas que intenta recomponer. Acaba de publicar en Acantilado una «biografía heterodoxa» de 1.168 páginas del poeta Rainer María Rilke que le prometió al editor que mejor entendió su manera de estar en el mundo, Jaume Vallcorba, antes de que hiciera mutis de la vida, y que es la biografía espiritual del autor de las «Elegías de Duino», pero también del propio Wiesenthal, que se emociona hasta el umbral de las lágrimas cuando habla de la gran cultura europea, de una aristocracia del espíritu que parece ceniza enamorada.

Los rusos, no hay que olvidarlo, son un imperio enorme. Uno es tártaro, otro buriato, otro viene de las fronteras con Ucrania y Bielorrusia, o de San Peterburgo, y son tan diferentes entre sí... Y los españoles, no lo olvidemos, tenemos una enorme distancia porque -y yo desde luego no lo olvido- somos también americanos. Eso no lo olvido ni lo olvidaré nunca, pese a que a veces me escandaliza pensar que en España se olvida. Porque los paíes de Hispanoamérica y de Latinoamérica son, benditos sean, independientes, pero en mi corazón de español no dejan de ser países que siento como hermanos, países a los que estoy unido por la lengua, por la cultura. Rilke, este hombre del imperio de los Habsburgo, llega a España conociendo solo cuatro cosas de lo que es la España de los Austrias, de la España de los Habsurgo, puesto que él es autrohúngaro. Al venir aquí se da cuenta de que hay algo curioso en este país, y ese país está unido a América. Ese es un país de grandes distancias, aunque él no lo ve, se dedica a hablar del islam, porque cuando está en Andalucía es como el típico turista, pero no se da cuenta de que cuando está en Andalucía, cuando uno está en Sevilla, está en realidad en la capital del descubrimiento. Él no va viendo que nosotros dejamos mucho en América, como América dejó mucho en nosotros, no solo el maíz, el tomate y el pavo. Sin formularlo especialmente, Rilke encuentra en España esa enorme dimensión de un pueblo que va de los judíos al islam, a América, a las selvas del Amazonas, y todo eso lo hace tan grande como Rusia por lo menos.

¿Pero es como si esa idea de España la hubiéramos perdido por completo, como si nos avergonzara nuestra histroria?

Así es. A mi me avergüenza que sea así. Esto es para mí muy importante. Por eso le doy tanta importancia a la lengua. Viajo todo lo que puedo a América. Por eso me emociono cuando llego a Colombia, a la que amo tanto, a Argentina, y me encuentro que estoy hablando de mis sentimientos con las mismas palabras, y que me están repercutiendo con otros matices, esa misma palabra, pero aumentada en un eco enorme, porque yo la creé, o mis antepasados la crearon, en un lugar como La Mancha, o en un lugar como Córdoba, o en un lugar como La Coruña. Pero sin embargo allí está repercutiendo en el Amazonas o en el Atacama. Y es mi idioma hecho por ellos. Y esto no es una nostalgia imperialista, sino todo lo contrario, y a quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga. Y cuanto tú la llevaste y la llevaron ciertos hombres e hicieron ese esfuerzo también ellos te la devolvieron. Nos enriquecieron. Eso lo tenemos los españoles y si lo perdemos nos hemos empequeñecido de una manera ridícula.

¿Nos hace falta un Rilke?

Más que un Rilke nos hace falta un poeta sencillo, educador, como Dom Sem Tob

Pienso que no es el poeta que más falta nos hace, pienso para mí. Nos haría falta algo más elemental, porque está tan olvidado ese mundo de la autenticidad, de la mística, del arte, de la literatura, de la belleza... Está tan olvidado que estoy pensando que hoy día necesitaríamos poetas que fueran puros educadores, poetas sencillos, casi diría que Don Sem Tob nos hace más falta que Rilke...

¿El mismo Machado?

El mismo Machado. Poetas cercanos que nos enseñen otra vez lo que hemos perdido en este país que quiero tanto.

Estamos enfermos de tontería...

Estamos enfermos de tontería, enfermos de lucubraciones, enfermos de cálculo

Estamos enfermos de tontería, enfermos de lucubraciones, enfermos de cálculo, enfermos de pretendidos filósofos, de pretendidos sabios, y nos falta el pan nuestro de cada día. Me falta que el pan sea pan. Incluso tengo amigos panaderos que cierran panaderías porque me dicen que se importa todo el pan ya precocinado. Nos faltan cosas elementales.

Compuso y completó sus mejores obras, los «Sonetos a Orfeo» y las «Elegías de Duino», en la torre de Muzot, cuando la muerte le rondaba. ¿Cómo se explica esa cristalización final de la poesía que le granjeó un lugar en el Olimpo literario?

Es verdad que lo mejor de su obra lo entregó en los años finales de su vida, cuando la enfermedad (la leucemia) labraba ya en él su surco oculto. No fue fácil para él hacerse su propio idioma, su estilo, su mundo estético originalísimo y personal, incomparable y genial. Esa es la altura que consiguen pocos privilegiados. Probablemente hay que inmolar una vida entera para alcanzar esa fuerza interior. Y por eso su biografía nos resulta tan dramática, tan oscura, tan impura (¡la contradicción de las rosas cuando crecen voluptuosamente junto a las lápidas!- y, al final, se va convirtiendo en un resplandor muy puro, cuando los años de sufrimiento y de combate le van convirtiendo en un poeta grandioso. No olvidemos que Lou Salomé le llamó Rainer (se llamaba René) porque, en alemán, «Reiner» significa «puro».

Como Rilke ha cultivado más la amistad de las mujeres que la de los hombres. ¿Por qué?

Las he cultivado tanto porque me he sentido mejor interpreatado a través de las mujeres.

¿Le leen mejor?

He sido mejor conocido, y mejor leído. Recibo esa compañía y esa comprensión más de las mujeres que de los hombres. Por eso digo que la mirada de ellas es distinta. Eso que decíamos. La cultura de ella les lleva a fijarse en todos esos detalles que los hombres atropellamos con facilidad, atropellamos con nuestra prisa, con nuestra condición hormonal, rápida. Nosotros somos todavía herederos de esa vieja evolución.

Ha diferenciado netamente el amor («un deseo de entregarse, propio del espíritu y de la eternidad») del querer (que es «sólo una voluntad de poseer»). ¿Es uno de los rasgos definitorios de Rilke, su entrega al amor, su desdén a querer, y ser querido?

Sí, realmente es así, lo que pasa es que él no llega. Yo le di vueltas a la palabra querer, a la palabra amar... Él entra siempre con el amor. Existe tambien la voluntad en Rilke, como en Schopenhauer. Yo creo que tenemos que reivindicar la palabra amor porque tiene unos componentes de generosidad, de nobleza, de belleza, que no tiene la palabra querer.

Su condición de «Don Juan trasnochado», incapaz de comprometerse, que seducía y abandonaba sin cesar, ¿ha contribuido a ensombrecer su imagen, a hacerla más ingrata? ¿Podemos relacionar su «incapacidad de amar» con, como señala hacia el final del libro, el horrible pensamiento de que la persona amada dificulta la comprensión absoluta del amor»?

Lou Salomé y Marie von Thurn se daban cuenta de que Rilke era «incapaz de amar»

Sus mañanas de «rancio donjuán» nos parecen hoy, transcurridos los años, el resultado dramático de su propia inestabilidad psíquica: una consecuencia fatal de su carácter temeroso y esquivo. En el amor, Rilke nos ha dejado esa figura angustiada y no siempre noble; exactamente lo contrario de la imagen pasional y valiente que distinguía a los románticos. Lou Salomé y Marie von Thurn, las mujeres que mejor le comprendieron, se daban cuenta de que era «incapaz de amar» porque tenía su vida -y su libido- comprometidas en otra «meta». Sólo se entregó a su propia misión; o sea a su obra.

¿Se definiría como su admirado, y criticado también, RMR, como un antimoderno?

Sí, ahí sí, porque ese ya es mi drama. Cuando entro en mi dolor sí que lo tengo claro...

¿Pero no un reaccionario?

Eso, que es muy distinto. Reaccionario es alguien que reacciona ante algo que ve y se pone en el lado contrario. Yo es que no veo lo que ocurre, en el sentido de que no me complace, no me identifico, no lo siento espontáneamente, no nace de mí. Nacen otro tipo de cosas, con toda sinceridad, dichas de otra forma. Por eso no puedo más que formularlas, decirlas, y como escritor, esto sí, pretendo ser sincero, y pretendo decirlas a costa de que yo mismo me escandalizo, porque cuando yo mismo me releo pienso: «Mauricio, has dicho esto, y te hubiese convenido decir justamente lo contrario». Pero el antimoderno, por eso me viene muy bien esa definición, es el que bebe de Chateaubriand, que fue mi gran maestro, y que me enseñó que muchas de las cosas importantes están en el «Ancien Régime», y eso marca mucho al antimoderno. Para quitar patrañas, para quitar monsegas, para hacer justicia, toda la limpieza que hizo Voltaire, que hicieron limpieza de la barbarie... Pero cuidado, que a veces cuando se hace una operación puede pasar como cuando los antiguos curanderos que para curar una hernia se llevaban los testículos. Hay que tener cuidado al vaciar. Creo que en la Revolución Francesa hubo un momento dorado, como en muchas revoluciones... Si yo hubiese estado en la Cuba de Batista hubiese estado con Castro en la sierra, pero un minuto más tarde estaría sentado a la diestra de Dios Padre haciéndole pequeñas objeciones. Ese es el antimoderno, ese es Chateaubriand, que claro que está con la Revolución Francesa, pero hasa el momento en que aquello se convierte en algo tan sangriento, tan horrible. El pueblo mismo de París estaba al final harto de todo lo que había sido el odio de Robespierre. Hay cosas que los hombres no podemos olvidar. Ese es el mundo en el que yo me siento un antimoderno, y por eso pienso que todo aquello que Chateaubriand reivindica, aquellos pequeños objetos que estaban en las vitrinas de nuestras abuelas, aquellas reliquias, aquellas palabras que ponías en un librito... ¿Y si estuviese ahí el secreto del mundo? El lenguaje de los que hablamos con el corazón se parece mucho a veces al lenguaje de los que hablan con la razón. Si yo hablase con un científico acostumbrado a la física moderna de estos temas, le preguntaría: ¿y usted no cree maestro que el secreto del universo puede estar en una pequeñísima partícula?

Ha declarado que en sus sentimientos e ideas es absolutamente sincero, pero que cuando escribe es más sutil. ¿Es la sinceridad una virtud en la literatura?

Probablemente no, puesto que tenemos una larga tradición de escritores que se han basado en la impostación estética, en una falsificación de su propio modo de ser. Lo que ocurre es que hay una serie de escritores con los que yo me siento identificado, entre ellos el viejo Tostói, que llegamos a ser gruñones y a veces antipáticos porque sobre todo con el paso de los años creemos sobre todo en la sinceridad. Ponemos incluso por delante del maquillaje estético una verdad cuando es una verdad sincera, y esto nos convierte en unos escritores extraños.

¿En qué medida siguen siendo valiosas las enseñanzas de Tolstói y la compasión de Dostoievski?

Dostoievski me hizo ver aquello tan bello de elegir entre Cristo y la verdad a Cristo

Total. Para mí son totales. De manera infinita, de manera absoluta. Teniendo una parte de sangre judía, soy religioso, soy cristiano, pero llego a una idea religiosa que es una idea elaborada a partir de mi propia vida. Por eso mis maestros son siempre maestros que me han parecido maestros auténticos que me marcaron ciertos detalles en los que tenía que fijarme y fijar mi mirada, y una vez seducido por eso que tenía que mirar, esos maestros me lo hicieron ver. Por eso ahora cuando leo leo distinto, y pienso que el libro es un relicario sagrado, que te hace ver ciertas imágenes, que cuando vas apresurado no ves. Y ahora los ojos se me van detrás, y bendido sea ese Tolstói gruñón, en que la mitad de las cosas que dice no me interesan, pero me interesa que él me hizo ver cuatro cosas. O Dostoievski, que me hizo ver aquello tan bello, que si me dijesen que Cristo no era la verdad entre Cristo y la verdad elegiría a Cristo. Estos son mis maestros. Elijo al hombre que realmente da la mano a los demás, a las personas que han dado algo, que trabajan por algo, que siembran algo, sean peor vistos o mejor vistos por la sociedad, sean más guapos o más feos. Son gente que son los que a mí me acompañan porque hubo unos maestros que me hicieron verlo.

En el «Libro de Réquiems» decía que habría que fundar un Estado del Dolor para todos aquellos hombres que no tengan otra nacionalidad que el sufrimiento. ¿Es el dolor y la injusticia parte de nuestra condena, de nuestro destino inevitable?

Sí, llego a la conclusión, y ahora hablo muy personalmente, porque a veces me han dado golpes gratuitos y tremendamente injustos, y por eso estoy convencido de que existe la maldad. Es por eso que una de las cosas que más me escandalizan es cuando hay gente que dicen que no existe la maldad, igual que existe la bondad y la he conocido. Igual que existe la generosidad gratuita y la he conocido. Pero he conocido la maldad gratuita, no la respuesta a un golpe. Esa maldad gratuita, que vio Rilke, que es la de los verdugos, la maldad profesional, la he sufrido. Es por eso que yo creo que es muy importante la búsqueda en el corazón de otras formas de ver la vida. Entre los antiguos había sabios que buscaban la pobreza. Porque la pobreza no es un mal en sí, es un mal lo que hemos hecho con la pobreza, la sociedad capitalista moderna actual: la hemos convertido en una cosa antiestética y hasta peligrosa, porque los pobres viven hacinados, porque los pobres viven sin seguridad. Cuando yo hablo de la pobreza hablo de una pobreza que pueda ser preservada, y que tendría que ser preservada porque no es más que sencillez. Es porque debe haber un mundo para los que no tienen grandes ambiciones, porque algunos no tenemos grandes ambiciones materiales, y ese mundo tendría que ser preservado como fue preservado en la Edad Media, en los conventos. Bendita sea Santa Teresa, San Juan, San Francisco de Asís. No dejo de citarlos en mis libros, porque eran gentes que preservaban la pobreza, y la preservaban para encerrar a unas cuantas almas más o menos trastornadas como yo y que decidían que ahí iban a encontrar su tesoro, y no creo que haya argumentos racionales para negarme una cosa que es persona: que no tengo esa ambición de la riqueza. Por eso busco ese Estado del Dolor, que es ese convento, ese santuario, donde se puedan preservar los seres que no ambicionan todas esas cosas que el Estado moderno reparte. No me han dado jamás una beca, no me han dado jamás nada, me han dado la amistad de mis amigos, y con eso tengo de sobra. Me han dado muchos palos porque tengo pinta de rico, y si Dios me da más años tendré pinta de viejo marqués. Ese es el mundo que me ha tocado vivir, por eso creo en un Estado del Dolor donde se preserve el mundo de los que quieren mantenerse de acuerdo con sus sentimientos, con sus ideas. Un Estado aislado del diablo.

El poeta polaco Adam Zagajewski expresó en una ocasión su temor a que Europa se convierta en un museo del mundo, de la humanidad. ¿Cree algo parecido de la vieja Europa?

Sí, no sólo un museo del mundo sino un parque temático donde todo es más falso que Judas, donde las figuras son de plástico. El plástico va usurpando la realidad de las cosas. Todo es un como si. Por eso cuando hablo con mis amigos jóvenes y les hablo de los lugares y de los cafés por donde pasaba de la cultura europea cuando vuelven me dicen: «Mauricio, ya no está, ya no existe, ha cambiado». Todo es lo que falta de nuestra vieja cultura europea, en gran medida destrozado por nosotros los europeos.

Ha dicho de Europa que es un continente que ha cometido errores y crímenes inimaginables, pero también ha trabajado por preservar la dignidad y los derechos humanos. ¿Nos falta ecuanimidad para apreciar lo valioso y nos sobra eurocentrismo tanto para fustigarnos como para enaltecernos?

Eso sin duda, eso es verdad. Nosotros hemos hecho cosas muy bellas, porque forma parte de nuestra historia europea desde el comienzo, hasta lo que se nos critica, desde nuestra Edad Media. Es verdad que en esa época se cometieron crueldades y salvajadas inauditas, pero también había hombres que llevaban la fe, la educación. Ha habido gente que ha hecho cosas grandiosas en nuestra Europa, las hemos tenidos en nuestra Ilustración, cuando se luchaba para evitar supercherías y que a la gente se le contasen mentiras. Todo eso lo hemos dado los europeos. Pero lo que pasa es que a todo eso se superpone la idea de que la política y el Estado forman la parte fundamental de la vida y de la sociedad, y esa parte acaba siendo vedaderamente desagradable. Porque igual que hay Estados que secuestran las relgiones hay estados que secuestran los sentimientos. De modo caemos en ese mundo de cálculo.

¿Cuánto le desasosiega la llegada y las penurias de los que huyen de las guerras en Siria, de la represión en Eritrea, de la falta de futuro en Somalia, y se enfrentan a la fortaleza Europa?

A mí me preocupan mucho porque soy además hijo de emigrantes. Y lo tengo además tan claro porque mi abuelo vino a España cuando creó su casa de litografía porque la Reina María Cristina, que era alemana, había dicho que eran bienvenidos los alemanes que tenían conocimientos del mundo de la impresión.

Torcuato Luca de Tena trajo la primera rotativa de Alemania.

Cuando veo a los emigrantes que vienen veo a mi abuelo. Démosles nuestra cultura

El emigrante cuando llega a un pueblo, no solo el emigrante económico que viene expulsado, o por una guerra, ese emigrante moral viene a integrarse a una sociedad, a una cultura, que para él tiene valores mejores para él y para sus hijos, para su familia. A mí me interesan los emigrantes que van a ser luegos nuevos europeos. Yo soy español. Soy muy español y tengo un nombre que es alemán y judío. Soy por lo tanto hijo de emigrantes y soy muy español, y en mí no encontrarás ni un poquitito de infidelidad a lo que es mi patria, y cuando digo patria no digo nación, digo mi patria, que es la patria española, que es mi lengua. Mi abuelo encontró aquí refugio, se casó luego con una madrileña, y mi padre se casó con una cántabra que era medio andaluza. Por lo tanto cuando veo a esos hombres que vienen en algunos de ellos veo a mi abuelo, y pienso: mañana van a ser españoles. Démosles nuestra cultura, nuestros valores, nuestra historia de América, lo que hemos hecho para que lo continúen. Me da igual cómo se llamen, me da igual el color de piel que tengan. Igual que fueron generosos con los míos y quiero ser generoso con los que vienen.

¿Por qué dice que el viaje es una forma de desorden y por lo tanto el estado perfecto para crear?

Porque el viaje para mí es no sé cuándo salgo y no sé cuándo vengo. El viaje fue para mí toda la vida el ir a la aventura, sin tener un programa hecho. A la gracia de Dios, por eso es el espacio perfecto para crear. Cualquiera que hace cualquier cosa con atención se da cuenta de que no es él mismo quien lo hace. Es un misterio. Es alguien que te va llevando, como te lleva el viento cuando navegas. El viento va cómo sopla. Ese vivir a la aventura es una creación ya de por sí. Cuando viajo voy a lo que Dios quiera, y ese a lo que Dios quiera es igual que cuando escribo, y por eso a veces escandalizo. Ese a lo que Dios quiera es el sentido del viaje, es la rosa de los vientos.

¿Es la escritura la mejor forma que tiene de rezar?

Si para rezar utilizo la voluntad naufrago. Cuando creo, cuando sueño voy haciendo mi propia oración

Si, precisamente por eso. Porque si para rezar utilizo la voluntad naufrago, porque cada vez que intento rezar con una fórmula entonces llega un momento en que me distraigo, pierdo concentración, o alguna parte de la fórmula no es la que me está saliendo del corazón. Sin embargo cuando creo, cuando leo, cuando pienso, cuando sueño voy haciendo mi propia oración, porque voy hablando de lo que creo, de lo que íntimamente me duele, me alegra. Está todo unido, porque hay alegría alegría, hay lágrimas... Porque trabajo desde la emoción.

¿Le da miedo la muerte?

Hoy día no. Y he dudado un segundo por otra cosa. Hay muertes que merecen la pena, como los que mueren tratando de salvar a alguien. La muerte está dada, la muerte está asumida. Tuve dos enfermedades graves, tuve un infarto, y un aneurisma de aorta. Yo creo que un hombre debe luchar con la cabeza alta hasta el último segundo, y debe morir luchando, y si puede ser luchando por otro, mejor.

¿Cómo quiere  ser recordado?

Como soy despistado, saludo a veces a gente que creo conocer y no conozco. Probablemente los que me saludan se equivocan también. Y por eso creo que el colmo de la felicidad es que los que te saluden te reconozcan de verdad, y que los demás te olviden.  

¿Por qué tiene tan mala fama el esnobismo?

Qué esnobs las golondrinas: pasan el invierno en Egipto y el verano en París

Es muy curioso. Ahí fue escandaloso cuando publiqué ese libro, «El esnobismo de las golondrinas». Eso se lo había oído a Paul Morand, a quien traté mucho. Con Paul Morand recuerdo que un día estábamos sentados en la Closerie des Lilas, en París, y pasó una golondrina, y me dijo: «Mauricio, qué esnobs la golondrinas que se pasan el invierno en Egipto y el verano en París». Y entonces pensé que era un gran título para un libro, «El esnobismo de las golondrinas». Y recuerdo que en Inglaterra se ponía en los expedientes de los alumnos que no eran nobles, pero que pretendían estudiar en una universidad donde solo podían estudiar los aristócratas con pedigrí. Me pareció perfecto para esta época que abjura tanto de los aristócrtas con pedigrí. Yo también abjuro de ellos. Aristócrata se es cuando se lleva dentro y cuando no por muchos títulos que te hayan dado o hayas comprado mejor olvidarlos. El que vale es el que llevas dentro, el que te sale del alma, del corazón. Por eso pensé, qué bonito el esonobismo de las golondrinas, y me acordé de Thackeray y «El libro de los esnobs». Y así me puse a escribir la historia de mis viajes por el mundo, que he hecho en todo tipo de transportes, a veces en primera y otras en tercera. Yo he vivido así toda mi vida: unas veces he estado abajo y otras he estado arriba.

¿Quién es Mauricio Wiesenthal?

Yo lo que soy sin duda es un curioso. Disfruto más cuando me enseñan que cuando intento dar una charla. Por lo tanto soy un aprendiz de muchas cosas, porque tengo una facilidad enorme para dejarme seducir, para que me enseñen algo. Cuando veo que alguien está haciendo un espectáculo de algo a mí me atrae. Luego soy sobre todo un indagador, un hombre que quiere conocer, un enamorado de lo que puede significar la vida.

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