ARTE

Mary Cassatt y el catálogo de las invisibles

En arte, todo lo que no sea de primera categoría está condenado al olvido, o cómo ahora se dice, a la invisibilidad. Es el caso de la pintora Mary Cassatt, a la que el museo Jacquemart-André de París dedica una retrospectiva de dudosa utilidad

Detalle del pastel «Madre e hijo» (1914)

JOSÉ MARÍA HERRERA

Hay en el feminismo, como en toda ideología igualitaria, una tendencia a considerar las cosas desde el punto de vista de la tierra prometida y no desde el mundo donde nos encontramos. La justa reclamación de ciertos derechos, convertida en visión del mundo, se transforma en dogma y solución final, y ahí arraigan la beatería y la estupidez. Esta última inclinación, la más paritaria que existe, es la causa de que haya hoy tanta gente persuadida de que la excelencia artística es una cuestión política y no de talento , como si este no fuera nada por sí mismo, al margen de las condiciones sociales, el sexo o los principios de la moral.

Detrás de ello una media verdad : la de que las obras femeninas fueron siempre menospreciadas. Para falsar este dogma bastaría con recordar que en el siglo XVIII ningún artista alcanzó la cotización como retratista de Rosalba Carriera . Que la Historia se haya olvidado luego de ella y ahora ni siquiera aparezca en los catálogos de las invisibles, se debe simplemente a que, pese a su éxito, nunca fue una artista de primera.

Al sótano o al desván

Algo similar le ocurrió a otras. Celebramos hace poco la exposición que dedicó el Museo del Prado a Clara Peeters , pintora estimada en su tiempo, aunque a nadie se le ocurriría compararla con Caravaggio , quien también fue olvidado hasta que lo recuperó el siglo XX. Sé que decir estas cosas es arriesgarse a escuchar grititos de indignación en las sacristías de la corrección política, pero hay que hacerlo porque si permitimos que todo sea reducido al común denominador de la política de género no habrá manera de distinguir las obras excelsas de las que no lo son , las artistas de genio, Artemisia Gentileschi , de las vulgares como Mary Cassatt , de la que vamos a hablar a continuación. En arte, todo lo que no sea de primera categoría está condenado al olvido, o cómo ahora se dice, a la invisibilidad. El mercado o la política pueden mantener cierto tiempo a flote obras menores, pero su destino es acabar en los sótanos o los desvanes.

El aire pasteloso, inofensivo y simplón que fueron adquiriendo sus obras echaron a perder su talento y la convirtieron en una artista menor

Mary Cassatt (1844-1926), de la que acaba de inaugurarse en el museo Jacquemart-André de París una gran retrospectiva, fue con Marie Bracquemond y Berthe Morisot una de las tres grandes damas del impresionismo. Hija de una rica familia de Pittsburgh, comenzó a estudiar pintura a los quince años y se trasladó a París para completar su formación con veintidós.

Alumna de Gèrôme , solía acudir a diario al Louvre y trabajar allí codo con codo con la legión de mujeres que se ganaban la vida haciendo copias de las obras maestras. Tras el estallido de la guerra franco-prusiana, en 1870, regresó a Estados Unidos, donde encontró más admiradores que clientes y el rechazo –machista, diríamos ahora– de su padre, que no deseaba para su hija un camino tan incierto económica y moralmente como el del arte. Afortunadamente para ella, despertó el interés del arzobispo de Pittsburgh , quien le hizo varios encargos (copias de Correggio) gracias a los cuales pudo viajar de nuevo a Europa y sostenerse por sí misma.

La fortuna volvió a sonreírle en 1872 al participar con éxito en el Salón de aquel año. Aunque las críticas fueron positivas , aprovechó para reivindicar un mejor trato hacía las mujeres artistas, a su juicio menospreciadas a causa de su sexo. El choque con el «establishment» la acercó a los pintores más rebeldes del momento , los impresionistas. Su preferencia por la pintura al aire libre, los colores puros, la pincelada suelta y los motivos de la vida cotidiana la sedujeron por completo.

Había que pagar el alquiler

Lamentablemente, la pintura impresionista se vendía mal y Mary prefirió renunciar a la radicalidad estética de sus admirados colegas y seguir produciendo obras convencionales para pagar el alquiler. Gracias a ello, los críticos la miraron con mejores ojos que a sus compañeros varones: Degas, Sisley, Caillebotte, Renoir , Monet... El éxito que obtuvo, fruto de su pragmatismo (los artistas que conocieron la pobreza y el fracaso quizá llamarán a esto de otra forma), le permitió seguir viviendo bien de su trabajo y alcanzar una visibilidad que ya hubieran querido para sí artistas muy superiores, Cezanne o Van Gogh , por ejemplo. El aire pasteloso, inofensivo y simplón que fueron adquiriendo sus obras echaron a perder su talento y la convirtieron en una artista menor.

Degas , con el que mantuvo una estrecha amistad, la retrató en la década de los ochenta como una mujer frustrada , mostrando con aire resignado al espectador los naipes que llevaba en la mano, como si hubiera perdido la partida del arte. Ella, dolida, le retiró la palabra durante algún tiempo, pero Degas no se equivocó: había fracasado. Quienes acudan al espectacular museo Jacquemart-André –un bello palacio que bien merece la visita– podrán comprobarlo. No hay nada especialmente valioso en la pintura de Cassatt. Si algo la ha sacado del olvido de viejos salones donde yacen sus obras desde hace un siglo es una cosa coyuntural, política, algo baladí cuando se es capaz de aprender algo mirando una obra de arte.

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