ARTE

Marco Godoy: «Prefiero ser “afectivo” a “efectivo” con mis obras»

Tras cinco años labrándose un buen currículum en el extranjero, Marco Godoy vuelve a (su) Madrid con importantes proyectos. En ellos continúa indagando sobre el poder y sus persuasivos hilos

Marco Godoy, en Matadero Madrid, plató de su vídeo para «La distancia que nos separa» Óscar del Pozo
Javier Díaz-Guardiola

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Ríe cuando le recuerdo que es el chico de moda: Acaba de clausurar un «Proyecto Estrella» en la galería Max Estrella , mientras prepara individual en la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid (desde el 25 de enero) y formará parte de «Generaciones» d e La Casa Encendida (desde el 2 de febrero). Él prefiere seguir indagando en el poder como ficción y sus múltiples manifestaciones («hasta un ferretero te demuestra su superioridad cuando te corrige porque no te sabes el nombre de una escarpia», bromea). Cinco años ha estado Marco Godoy (Madrid, 1986) fuera, en los que dio el pelotazo con «Reclamar el eco», en el Palais de Tokyo (París), apadrinado por Matadero-Madrid, donde ahora conversamos.

¿Qué le trae hasta aquí?

En Matadero , estoy grabando el vídeo con el que acaba el recorrido de la exposición de la Sala de Arte Joven. Ese proyecto se llamará «La distancia que nos separa», comisariado por Ana García Alarcón.

¿A qué distancia se refiere?

De lo que se trata es de representar cómo se construyen las fronteras, no sólo las físicas. Me interesa apuntar cómo muchas de ellas son ficciones, ya que el poder en sí es una ficción y toda la legalidad en torno al mismo juega con esos parámetros.

Detalle del vídeo de Marco Godoy para la Sala de Arte Joven

Es fácil definir qué es una frontera física, ¿pero qué mecanismos intervienen en la elevación de esas otras mentales?

En el vídeo, hay un momento en el que el actor pregunta: «¿Cuál es la distancia entre el salario más pequeño y el más abultado?». No hay respuesta a esa pregunta. ¿Y cuántos centímetros hay entre tu ideología y la mía? Hay muchas formas de denotar poder. Acabo de volver del Reino Unido y allí he descubierto que hay formas muy educadas de ser racista. Fórmulas sutiles que al final marcan una división, que te hacen sentir por encima, o a un lado y no en otro.

¿Me puede poner un ejemplo?

Cuando en una discoteca eres rechazado sólo por la ropa que llevas. Y esos mismos códigos, ojo, se repiten en el mundo del arte, y tienen que ver con grupos de empatía, de forma que sus integrantes funcionan como en una tribu urbana. Entre países se dan construcciones jerárquicas. En España todo el mundo sabe cómo se llama el presidente francés, pero casi nadie sabe quién gobierna en Portugal. Estos comportamientos se construyen con la Historia y los heredamos sin cuestionarlos.

«Más allá de la crítica, una obra ha de ser concebida como forma de aprender del pasado, entender el presente e imaginar el futuro». ¿Eso es otra forma de asumir el arte político?

Sin duda. Pero también hay que tener en cuenta que dentro del arte político hay un montón de prácticas, y autores sin intencionalidad política y con contenidos muy potentes. Si soy sincero, no me interesa la visualización del conflicto en una obra. Para eso ya tenemos las imágenes de los medios. Siempre me planteo cómo alejarme lo máximo de ellas.

Eso nos llevaría a hablar de la dicotomía ética y estética.

Lo que ocurre es que hablar de «arte político» es como intentar matar moscas a cañonazos. Las formas de abordarlo son inabarcables. A mí lo que me importa es hablar de cosas que me afectan. Si son muy abstractas y no tengo conexión con ellas, me cuesta. Estos lenguajes cuentan también con sus propias contradicciones. No creo que podamos cambiar nada de golpe desde el arte, pero sí me parece importante ir erosionando ciertos pensamientos.

Propuesta de Godoy para «Generaciones 18», en La Casa Encendida

Usted hace más hincapié en los conceptos de «efectividad» y «afectividad» de la obra.

En el entorno activista y del arte político, se suele poner el acento en la efectividad del trabajo. Para mí, todo tiene que ver más con la afectividad. Quizás hay que hablar menos en términos ideológicos y más en términos de empatía. En el fondo es lo mismo, porque los términos ideológicos ya no nos pertenecen, se relacionan con lógicas muy superiores. Soy consciente de que si alguien entra en la sala tengo como mucho cinco minutos para «estar con él». Pero si hay algo que me preocupa por encima de todo son «las imágenes que faltan». Y no es que yo las vaya a encontrar, pero si intento entender un conflicto como la crisis migratoria o la Guerra Civil, sé que hay imágenes que es necesario reconstruir sin que yo haya podido verlas. Mis trabajos son ejercicios en esa dirección.

Habla de la existencia de «ficciones necesarias» que el poder usa para mantenerse y que usted contrapone con «nuevas ficciones», con vídeos.

El poder en sí no es ficción. Si yo tengo un bate y te amenazo, eso no es ninguna ficción. Sin embargo, si yo quiero que me obedezcas en el tiempo, no valdrá con que te enseñe el bate todo el rato: te acabarás rebelando. ¿Cómo legitimar esa posición? ¿Cómo convencerte? Hay métodos, escenografías, códigos y materiales para conseguirlo. Y algo de mágico les rodea porque a lo largo de la Historia siempre han funcionado. El poder es listo: no deja de crear nuevas estrategias, en las que nosotros seguimos cayendo.

Porque dan seguridad...

Eso es. Todo eso son ficciones que ordenan y, sobre todo, aportan cierta calma. En cierta manera, te gusta incluso que exista esa autoridad. El problema es que si queremos salir de eso sin acudir a la violencia –porque yo no me veo ahí– la respuesta es lo visual. La herramienta más efectiva para negociar esas estrategias es el vídeo.

«Lo que aún queda por hablar», serie que llevó a Godoy a Max Estrella

En el fondo, las suyas son estrategias parecidas a las del poder: conocer al enemigo para no asustarlo y persuadirlo.

Pero una cosa es poder y otra «empoderamiento». Ojalá fueran las mías estrategias de empoderamiento. Darme cuenta de que cualquier protocolo es una escenografía me hace respetarlo menos. Por lo menos, me hace ser más crítico. Un trabajo artístico no es un lugar para posicionarse, sino una oportunidad para organizar y reorganizar informaciones.

Cinco años fuera... ¿Salir es una necesidad o una obligación del artista español?

Es una opción personal. Hay que irse si te cuadra. Tienes que encontrar tu sitio, que irse tenga sentido. Eso fue lo que pasó conmigo. Mi trabajo tiene mucho que ver con España y me parecía importante que se entendiera en otros contextos. También estuve en Chicago y, pese a la distancia, me di cuenta de que estábamos leyendo lo mismo en Madrid. La globalización nos ha pillado a todos.

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