Una vista del montaje de la exposición en el Guggenheim Bilbao
Una vista del montaje de la exposición en el Guggenheim Bilbao
ARTE

Luces y «sombras» de Andy Warhol

Quien quiera atajar la figura de este icono del pop desde puntos de vista que se alejan de la visión comercial y frívola que lo rodea, tiene la mejor oportunidad de hacerlo con la serie «Shadows», que se ofrece completa en el Guggenheim de Bilbao

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La «sombra» de Warhol en el arte contemporáneo es alargada. Es fácil encontrar influencias en infinidad de artistas y, en ocasiones, podríamos llegar a pensar que poco queda por ver de su trabajo. Hace justo 35 años, los mismos del aniversario que hemos vivido intensamente la semana pasada en la feria ARCO, exponía en nuestro país de la mano de la galería Fernando Vijande, y ahora, casi como un guiño del destino, podemos ver su serie «Sombras» en el Museo Guggenheim de Bilbao.

«Shadows» («porque están basadas en la fotografía de una sombra en mi oficina», afirmó Warhol), recoge una de las más peculiares series creadas por el norteamericano. Podría incluso calificarse de rara avis dentro de su creación, junto con otros de sus últimos conjuntos, por dos motivos: primero, porque a nivel formal no reproduce mecánicamente las piezas, como era habitual en la mítica Factory, sino que están realizadas de forma original, una a una, por medio de una plancha serigráfica y la aplicación de la pintura por él mismo con una mopa; y, segundo, porque a nivel conceptual está más cercana a la abstracción, y podría parecer que carece de su irreverente ironía por no utilizar un icono de manera tan reconocible o evidente como en general hacía en sus obras.

Decoración de discoteca

Él mismo llegó a afirmar sobre esta serie: «Alguien me preguntó si pensaba que eran arte, y yo respondí que no. La fiesta de inauguración se celebró en una disco. Por eso, creo que podrían considerarse ‘decoración disco’». No sabemos si utilizó en esta afirmación su provocador y hermético rol esquivo, hierático, exasperante, que tanto le caracterizaba, o si realmente hablaba en serio; pero lo que está claro es que utilizó la ambigüedad del asunto intencionadamente para aumentar el misterio que estas piezas nos provoca hoy en día.

Ante esta obra, el espectador podría rescatar y discutir la afirmación de Kuspit en su controvertido e influyente libro « El fin del arte», en cuyas páginas expresaba sin vacilaciones que «la obra de arte sólo puede llegar a la multitud convirtiéndose en un espectáculo, lo cual la hace famosa, que no sacra, por más que la fama sea la forma secular de la sacralidad, es decir, la sacralidad sin lo divino: sin alma (que es de lo que Redon acusaba a Manet de faltarles, y de lo que Warhol y Stella carecen)». Y remata: «La reproducción mecánica es un modo de exposición para las masas, no un medio de expresión, de lo cual incluso Duchamp se dio cuenta», tirando por tierra la validez del discurso warholiano o, incluso, el del propio Jeff Koons, con lo que denominaba «personalidad de “marketing”».

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