«American Gothic», de Grant Wood
«American Gothic», de Grant Wood
ARTE

Londres bendiga a América

«América después de la caída», en la Royal Academy de Londres repasa la evolución de la pintura en Estados Unidos en la década de los años 30 del pasado siglo. Una muestra irregular, con graves ausencias, pese a los centros implicados

LONDRES Actualizado: Guardar
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Tras su paso por el Museo de l´Orangerie, la Royal Academy of Arts inauguró recientemente en Londres la exposición «América después de la caída». «América» es Estados Unidos; la «caída», el crack del 29 y «después» significa literalmente después, o sea, la década de los 30, período en que fueron ejecutadas todas las obras de la muestra. Aunque es cierto que el sueño americano estuvo por aquel entonces a punto de convertirse en pesadilla, hablar de «caída» quizá sea exagerado. Un crítico británico, con el excelente humor de que solían hacer gala sus compatriotas cuando aún no habían decidido pasar a la post-impotencia, ha sugerido, por eso, un título más preciso: «Antes de que Jack comenzara a gotear».

Jack, claro, es Jackson Pollock, Jack «the dripper», el goteador (no confundir con «the ripper», el destripador).

Lo más recomendable para evitar el pánico estético que puede provocar en el espectador exigente una muestra tan desigual como esta es acudir a ella con espíritu histórico o periodístico, es decir, sabiendo que lo que va a ver tiene mucho más interés a la hora de entender o definir lo americano que por su intrínseco valor artístico. Afortunadamente, en cada una de las tres salas mal ventiladas y llenas de público donde se exhiben los cuarenta y cinco cuadros de la exposición, figura una obra señera (icónica, se dice ahora): «New York Movie», de Hopper, «American Gothic», de Grant Wood, y «Cow´s skull with calico roses», de Georgia O´Keeffe. Alrededor de ellas giran otras más o menos acertadas que responden al plan de escrutar la vida americana en aquellos difíciles años.

De Nueva York a Gotham

La primera sala describe la existencia en la ciudad industrial. Estamos en la época dorada de Rockefeller y el sindicalismo americano. Acaba de estallar la crisis, y Nueva York, símbolo del optimismo americano, está transformándose en Gotham. Las obras aquí exhibidas van desde la reverencia al poder de la ciencia y la técnica para producir paraísos de hierro y cemento (alguno seguro que se acordará de la Trump Tower), a la crítica social, ejemplo de la actividad artística de los enemigos del sistema, apoyados entonces por el Estado gracias al «New Deal» de Roosevelt. La pintura que probablemente sintetice mejor esta contradicción entre la esperanza constructivista y los tiempos modernos a lo Chaplin es «Dance Marathon», de Evergood, un óleo saturado de colores hirientes que representa a parejas de homosexuales reventados por el cansancio bailando en una pista de circo mientras la mano de la muerte agita sobre sus desfallecidas cabezas el billete que los mantiene en movimiento.

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La segunda sala representa la otra gran corriente de la pintura americana de los treinta: el tradicionalismo. La Gran Depresión, esa catástrofe financiera provocada por la codicia desmedida de la sociedad capitalista, impulsó a algunos a buscar las perdidas esencias patrias en el pasado, el mundo rural o la naturaleza. El resultado de esta búsqueda, con pocas excepciones, suele ser presuntuoso y abrumadoramente aburrido. La evocación patriótica de un mundo ideal, fundamento de una supuesta identidad a la que retirarse en momentos de crisis, puede que funcione política o electoralmente, no estéticamente.

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