Joyce con Sylvia Beach, la primera editora de «Ulises
Joyce con Sylvia Beach, la primera editora de «Ulises
LIBROS

Una lectura de «Finnegans Wake», de James Joyce

El Cuenco de Plata publica por primera vez en español esta obra del autor irlandés. Una traducción cercana a lo perfecto

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Leer «Finnegans Wake», de James Joyce, es un ejercicio para gente valerosa, dispuesta a enfrentar las resistencias y las dificultades; gente con alguna capacidad poética y con un sofisticado sentido del humor. No tengo esas cualidades pero ya voy por la página 289 del libro. Y estoy contento. Lo había intentado antes con la versión inglesa y la francesa pero sin el menor éxito. No era capaz de superar los primeros párrafos. Ahora pienso que llegaré al final. Un final que ya he leído.

Gracias al argentino Marcelo Zabaloy con la ayuda de Eugenio Conchez, disponemos al fin de una versión española completa -se habían traducido algunos capítulos- y tengo la firme opinión de que ha hecho una labor muy cercana a lo perfecto, muy compenetrada con la maldad, la humanidad y la perversión del autor.

Como era de esperar, las críticas al «Finnegans Wake» cubren todas las posibilidades de juicio entre la pura desfachatez y la inmensa excelsitud; y aunque parezca imposible todas ellas tienen algo de razón y de sentido. Es posible pasar, en un corto espacio de tiempo, de la admiración a la indignación y del asqueamiento al deleite. En esa especie de paradoja reside también su atractivo.

Un clavo ardiendo

¿Por qué escribe Joyce una obra que muy pocos seres humanos van a ser capaces de «aprehender»? La respuesta es que no hay respuesta válida o que pueden existir muchas, y entre ellas, la de que su objetivo era superar -y lo logra- las dificultades de penetración e interpretación que ofrecía el «Ulises». A lo mejor le irritó intelectualmente que apareciera mucha gente afirmando -casi siempre con falsedad- que comprendían todos los símbolos, todas las intenciones, todos los recovecos joycianos, y decidió ofrecerles una novela sin ningún asidero, ni siquiera un clavo ardiendo, en el que sostener la mente. Algo similar piensa Umberto Eco: «Parecía que Ulises representaba el intento más atrevido de dar una fisonomía al caos».

Lo único que hay que hacer es remangarse las mangas y el ánimo y dar buena cuenta, poco a poco, de un libro que nos va a sacar de las casillas habituales de un parchís convencional y aburrido y nos conducirá, contra nuestra voluntad, a otras casillas nada cuadriculadas, deformes por esencia, desestructuradas a conciencia y evaporables. Beckett lo explica mejor cuando asegura -y yo le creo- que las palabras de Joyce «están vivas, se abren paso a empujones hacia la página, brillan, arden y se extinguen».

Es mucho más que lo que sucedió en el mundo de la pintura -y en todas las demás artes- cuando se dio el salto a la abstracción, un salto cuántico que se ha vuelto ferozmente irreversible. El ser humano necesita superar, periódicamente, todos los límites. La palabra no puede ser la excepción.

«Finnegans Wake» y «Ulises» terminan de la misma forma. En el dulce seno del amor

Se debe descubrir algo importante, que es lo que siempre sucede cuando se empieza por el final. «Finnegans» y «Ulises» terminan de la misma forma, exactamente igual. En el dulce seno del amor. Pasen y vean.

Final de «Finnegans Wake»: «Sí. ¡Llévame, papito, como lo hiciste en la feria de los juguetes! Si lo viera ahora inclinarse sobre mí bajo unas alas blanquiabiertas como si viniera de los Arkangels, me hundiría muerta a sus pies, humblimemente dumpisa, sólo para adorarlo. Sí, tid. Es ahí dónde. Por primera vez. Pasamos a través del pasto trasilencio de los arbustos para. ¡Shtquiénes! Una gaviota. Gaviotas. Llamados lejanos. ¡Llegando, lejos! Termina aquí. Nosotros entonces. ¡Finn, again! Toma. ¡Persuaameente, mimimasmí! Hasta tusmilenvíos. Lps. Las llaves a. ¡Dadas! Una vía una sola una última una amada una larga».

Flor de la montaña

Final de «Ulises»: «…y el mar el mar carmesí a veces como el fuego y las gloriosas puestas de sol y las higueras en los jardines de la Alameda sí y todas las extrañas callejuelas y las casas rosadas y azules y amarillas y los jardínes de rosas y de jazmines y de geranios y de cactos y Gibraltar cuando yo era chica y donde yo era una flor de la montaña sí cuando me puse la rosa en el cabello como hacían las chicas andaluzas o me pondré una colorada sí y cómo me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como otro y después le pedí con los ojos que me lo preguntara otra vez y después él me preguntó si yo quería sí para que dijera sí mi flor de la montaña y yo primero lo rodeé con mis brazos sí y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis senos todo perfume sí y su corazón golpeaba loco y sí yo dije quiero sí».

Hay que empezar por lo tanto esta aventura sabiendo que acaba donde acaban todas las cosas. En la entrañable maravilla de la debilidad humana. Y de paso, un paso bueno, nos ayudará a entender -aunque no del todo- las convulsiones actuales de una humanidad que quiere cambiar y no sabe hacerlo pero lo hará. Sí. Lo haremos. Sí.

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