LIBROS

Josep Pla, vencedor vencido

Destino publica notas inéditas del Josep Pla más descarnado, en las que combina su catalanismo más radical con críticas al franquismo y dudas sobre la vigencia de su propia obra

Jaime G. Mora

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Viajó por las principales capitales europeas cuando en España viajar era excepcional. Trabajó como corresponsal en París, Berlín o Estocolmo. Viajó a Nueva York, a la Unión Soviética, a Cuba… Le pese a quien le pese, Josep Pla (Palafrugell, 1897; Llofriu, 1981) fue uno de los intelectuales más solventes en España del siglo pasado, y su obra, que abarca seis décadas y más de 30.000 páginas, lo acredita como una de las mejores firmas de la literatura española. Le pese a quien le pese, incluso al propio Pla, quien en la posguerra se caló una boina, se retiró al Ampurdán y se hizo pasar por un payés cuarentón sin mundo, un aldeano más que, con los años, se entregó al whisky y a su «Obra completa». Cada vez le fue costando más salir de casa, si no le encargaban alguna crónica de viaje.

Lo del whisky y su grafomanía vale, pero el disfraz de payés no colaba. Francisco Umbral no era el único que en la foto de Pla «muy arregladito sentado en el rincón de un diván a rayas» que ilustraba su artículo semanal en «Destino», donde escribió semana a semana durante 36 años, veía al «Pla europeo, francés, barcelonés, dandy, finisecular, que ahora se está haciendo divertidamente reaccionario, como todos los viejos, lo cual le ha costado quedarse sin algunos premios, y que hubiera sido el mejor ornato humano, literario y mediterráneo de la Real Academia Española».

Después de una juventud en la que simpatizó con Mussolini y coqueteó con el catalanismo separatista, y también con Primo de Rivera y el franquismo, desencantado con el periodismo tras no ser nombrado director de «La Vanguardia», Pla optó por alejarse de los ambientes elitistas. «Nunca he hablado de política –escribió–. Es decir: he hecho constantemente oposición no hablando de política. En los tiempos que me ha tocado vivir, no podía hacer nada más. Nunca he sido un héroe –que quede bien claro».

Desde su impostura, Pla exhibía un cinismo que le hacía escribir el mundo sin afectación : esa aparente sencillez estilística e intelectual que en realidad escondía una profunda soledad moral que lo llenaba de dudas sobre la vigencia de su obra. «Mucha gente me considera un cínico crudo, puro y total. Todas las personas que me conocen y me han tratado un mínimo (muy pocas) saben que soy un ingenuo empedernido», decía.

A Pla lo que le ocurrió es que se dio cuenta pronto de que «la felicidad no es más que una decepción razonable». Pasó de hacerse todas las ilusiones posibles a despreciarlas por la sombra del fracaso. «Nada me hace ilusión. Cuando me hablan de la felicidad, la cursilería de la palabra hace que me parta en dos de la risa. Lo ideal es hacerse todas las ilusiones posibles y no creer en ninguna. Decepcionante, deprimente, qué se le va a hacer».

Estas reflexiones del escritor ampurdanés habían permanecido inéditas hasta la fecha, 36 años después de su muerte, y han salido a la luz gracias al empeño de Destino de reeditar y recuperar la obra de Pla. En esta ocasión se trata de « Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas », una edición a cargo de Francesc Montero , que recupera la que hubiera sido la segunda parte de las «Notas dispersas». Son textos escritos en los años 50 y 60, una colección de aforismos, anotaciones de lecturas, ensayos, impresiones inmediatas, cosas vistas, recuerdos personales, obsesiones persistentes… Puro Pla. El mejor Pla.

El estilo de «Notas dispersas» está en sintonía con el universo «El cuaderno gris», o las posteriores «Notes per a Sílvia» y «Notes del capvesprol». Sobre esas notas, Pla y su editor, Josep Vergés , que se empeñó en promocionar al autor como hacía con Delibes o Cela , tenían puestas altas expectativas. «El libro, en ciertos aspectos, será extraordinario», le escribió Vergés al escritor catalán en una carta. Por la correspondencia que ambos mantuvieron, se sabe que al principio tenían previsto ordenar de forma cronológica los dos volúmenes, pero finalmente la segunda parte nunca salió publicada. Algunas de las anotaciones pensadas para las segundas «Notas dispersas» se incluyeron en «Sílvia» y «Capvesprol» para burlar la censura.

En «Hacerse todas las ilusiones posibles» está el Pla más descarnado, con líneas que tachó la censura –la referencia a España como un «pantano de mierda de enormes dimensiones»–, con referencias sexuales –«¡La edad en la que corría todo el día con el pito bajo el brazo! ¡Qué tragedia!»– y con un catalanismo radical que no mostraba en sus escritos públicos.

«Cataluña ha vivido sometida a España durante siglos. Estos siglos de dominación han conllevado un largo esfuerzo para desenraizar al catalán de su autenticidad, de su manera de ser», escribe. «Se puede conquistar con un arrebato. Colonizar implica inteligencia, España». Partidario del franquismo en sus orígenes, Pla fue un vencedor vencido.

Por las páginas de las segundas «Notas dispersas» pasean figuras políticas y empresariales como Josep Tarradellas o Manuel Ortínez , con quienes trataba, así como artistas de la altura de Salvador Dalí o Joan Fuster . La reclusión de Pla en su masía fue más moral que social, pues allí recibía todo tipo de visitas, y no dejó de leer a autores como Proust, Spinoza o Voltaire. Estaba suscrito a la revista «The New Yorker», la cumbre del elitismo literario.

En un diálogo reproducido en el libro, seguramente el boceto de algún relato, el autor hace decir a un personaje que, «en realidad, todo el mundo fracasa, pero al final». Su interlocutor le responde: «Yo fracasé anticipadamente, al principio». Pla intentó hacer creer que él fracasó anticipadamente. Y puede que con el paso de los años él lo llegara a creer así. La vigencia de su obra lo desmiente.

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