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«Echo de menos una pieza de Cervantes por la Compañía Nacional de Teatro Clásico»

El investigador y presidente de honor de la Asociación de Cervantistas publica «La juventud de Cervantes» (Edaf), primera parte de una novedosa biografía que nos sumerge en el hombre de carne y hueso

Lucía Megías es también el comisario de la muestra «Miguel de Cervantes: de la vida al mito», recién inaugurada en la Biblioteca Nacional de Madrid

Madrid Actualizado: Guardar
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En el IV Centenario de su muerte, un Cervantes cercano, bajado del pedestal, con el que podríamos tomar unas cañas, un café -o lo que se tercie-, dialogando de tú a tú, es el que nos presenta José Manuel Lucía Megías en «La juventud de Miguel de Cervantes. Una vida en construcción (1547-1580)», primera parte de su sugerente biografía del autor de «El Quijote», que acaba de publicar la editorial Edaf en una cuidada edición profusa y bellamente ilustrada. Esta entrega aborda desde su nacimiento hasta su regreso del cautiverio de Argel, que supone un punto de inflexión en su existencia. Asimismo, en un epílogo, se trata de la polémica cuestión de la búsqueda de los huesos en el convento de las Trinitarias de Madrid.

José Manuel Lucía Megías, catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense y presidente de honor de la Asociación de Cervantistas, tiene en su haber años de investigación sobre el insigne escritor. Ha publicado varias monografías y comisariado numerosas exposiciones al respecto. La última, «Miguel de Cervantes: de la vida al mito», acaba de inaugurarse en la Biblioteca Nacional de Madrid en un acto presidido por sus Majestades los Reyes. Lucía Megías ha contado con un consejo asesor compuesto por Javier Gomá, José Álvarez Junco y Carlos Reyero, y la organización ha corrido a cargo de la Biblioteca Nacional y la Asociación Cultural Española (AC/C). Podrá verse hasta el 22 de mayo de 2016.

Hay una cita al principio de su libro tomada de «El Quijote»: «Yo sé quien soy». ¿Sabía Cervantes quién era?

Estoy convencido de que sí. Me encanta esa frase. Sobre todo porque hay un doble juego. Un juego que tiene que ver con la frase típica que había en el teatro de la época: «Yo soy quien soy», donde no hay ninguna posibilidad de cambio ni de transformación. Pero si digo «Yo sé quien soy» es un acto de voluntad. Es decir, «yo sé quien soy» y también «sé qué puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia y aun los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías», que es la continuación. Entonces, yo creo que Cervantes sabía lo que ambicionaba ser, precisamente por querer ser algo diferente.

¿Qué quería ser Cervantes?

Lo que tenía muy claro es que no quería ser aquello a lo que le impelía la sociedad por su nacimiento, por su linaje, por las limitaciones de sus orígenes. Él pretendía una existencia de posibilidades. ¿A dónde podía llegar esas posibilidades? Es lo mismo que a dónde pueden llegar los sueños. Uno puede soñar, tener esa voluntad de querer cambiar, pero luego también uno tiene que ser consciente de que no ha de amargarse si no lo consigue. Cervantes, según yo lo siento, tenía la necesidad de no aceptar lo que en cada momento le obligaban a hacer las circunstancias. Inventó un personaje, Don Quijote, que proclama ese «yo sé quien soy». Es un hidalgo pobre, viejo, a quien lo único que le tocaba ya era esperar a la muerte. Pero decide que no. Piensa que todavía tiene una doble vida, la de ser caballero andante. Algo que también Cervantes hará al encontrarse en el final de su trayectoria, al no conformarse con la derrota de sus aspiraciones, y tendrá una segunda vida a través de la literatura, que le ha convertido en el gran mito que es.

¿Con que características principales definiría a Cervantes?

Hay una fundamental: Cervantes fue un luchador, un emprendedor. Realmente es un superviviente, pero no porque simplemente las circunstancias le hayan permitido sobrevivir, sino que luchó con denuedo frente a todo tipo de adversidades, las que provenían de su linaje, las que fue hallando... No transige nunca con que el destino esté ya escrito. Y eso me parece que es una enorme lección que nos da, el deber que tenemos siempre de superarnos como individuos y como sociedad. No nos podemos quedar únicamente con lo que tenemos como si fuera imposible soñar en otras cosas. Tenemos la obligación de soñar y de ir detrás de esos sueños.

Claro, claro. El barroco es una etapa gloriosa en la historia de España y tenemos que reivindicarla. No mostrarnos negativos ante nuestro pasado. Pero al mismo tiempo de ser gloriosa, es de continua transformación, de mudanza, en donde nada era inequívoco. Ni incluso el noble que tenía un buen linaje o una familia importante podía estar seguro de que contaba con el favor del rey o que se encontraba en el lugar correcto cuando tenía que estar allí. Tenemos que aprovechar y no limitarnos a decir qué mala suerte, qué época nos ha tocado. Vivimos también una fase de oportunidades. Es algo que en la suya Cervantes supo ver muy bien. Que no era un periodo cuadriculado, sino que las épocas de construcción, entrañan oportunidades para aquellos que quieren mirar más allá de lo que sucede en el día a día.

En esa vida de superviviente, ¿cuáles son las principales dificultades a las que tuvo que enfrentarse?

Hablaría sobre todo de dos grandes dificultades. Por un lado, circunstanciales: donde nace, en qué familia, con un padre al que su sordera le impide un desarrollo profesional que hubiera favorecido que los hijos lo continuaran, con pobreza a su alrededor. Por otro, unas dificultades de destino. Un destino que a veces es favorable, y sabe aprovecharlo. El hecho de que Cervantes estuviera en Italia cuando se está preparando la batalla de Lepanto puede ser positivo para un emprendedor, una persona que quiere hacer unos cambios porque está en el lugar adecuado. El cautiverio de Argel, que no busca, fue un quiebre total en su vida. Todo el mundo sabía el peligro de que le apresaran cuando se embarcaba en el Mediterráneo. Cervantes jugó con el destino, y supo extraerle, incluso en ese cautiverio, en una situación muy adversa, sus ventajas.

Algunos pueden considerar que bajar a Cervantes del pedestal es irreverente...

En absoluto. Muy al contrario. Convertir el bronce y el mármol de Cervantes en músculo, piel, sudores, en vida a fin de cuentas, me parece que es el mejor homenaje que le podemos rendir precisamente en esta conmemoración de los 400 años de su muerte. Rescatar al hombre, que para mí es un héroe, aunque sin ese halo mítico de una conducta perfecta. No se trata de buscar en un espejo la perfección, sino de buscar al ser humano que es capaz de sobrevivir en esas circunstancias tan difíciles. Y hacerlo, además, sin atacar a los demás ni hacer la maldad. Para mí Cervantes es un buen hombre, una persona que persigue el bien propio, pero también el de los demás. De no ser así, no habría sido capaz de crear un personaje como Don Quijote. No le habría salido, por mucho que hubiera tenido la destreza literaria.

¿Ve a Cervantes, pues, «en el buen sentido de la palabra, bueno», si recordamos la apreciación de sí mismo que estampó Antonio Machado en su célebre «Retrato»?

Sí, sí. Quitarle lo mítico no es algo negativo, no es de ninguna manera rebajarlo. Considero que era necesario recuperar a un Cervantes de carne y hueso, con sus defectos y vitudes, que camina por las mismas calles que sus coetáneos, que no es excepcional, aunque finalmente sea el autor de una obra única, extraordinaria. El mármol es muy bonito, proporciona gusto a la vista y a los sentidos. Pero es muy frío. Quería rescatar a un Cervantes con el que podamos dialogar. Con el de mármol, no nos sentaríamos a tomar unas cañas, un café, porque qué haríamos ante esa inmensidad. Nos sentiríamos pequeñísimos. En cambio, con el Miguel de Cervantes de carne y hueso, nos podríamos sentar para aprender, pero de tú a tú, que es también la intención del libro.

El camino fue casi inevitable. Mi primera especialidad fue la literatura artúrica medieval. De ahí era obligado pasar a los libros de caballerías en el Siglo de Oro. Y, naturalmente, desde estos al «Quijote». Me enamoro del «Quijote». Y de pronto uno se da cuenta de lo que conoce de las obras literarias que ha estudiado tanto, sobre las que ha conversado mucho con colegas, pero también de lo poco que sabe de la persona que está detrás. Comienza mi interés por acercarme más a Cervantes, y compruebo que como todos he empezado a conocerle por el mito. Con la idea de hacer esta biografía, me planteo que debo dar una visión diferente. Solo el mito ya no me vale. De pronto empiezo a quitar capas, a adentrarme. Me va fascinando el hombre al que conocía como en brochazos y no con la pincelada fina que se merece.

¿Cuántos tomos tiene previstos?

Dos más. Al comenzar a escribir la biografía vi que la información sobre Cervantes era una montaña que daba un poco de miedo escalar y estructurar adecuadamente. Pero al final encontré una razón de ser para esa división. Hay tres Cervantes. El Cervantes de juventud, que estudio en este primer volumen, que es un Cervantes en construcción, seguramente muy típico de la época. Si se quedara aquí, en 1580, estaríamos contando la biografía de miles de personas muy parecidas. El segundo tomo abarcará hasta 1605, cuando publica la primera parte de «El Quijote». Será la parte más política, porque va a ser la Corte la que le proporcionará unidad. Así, la aspiración de Cervantes a conseguir un puesto en América, que va a ser como el sueño nunca cumplido, y luego el trabajo que logra como recaudador de impuestos. El tercero engloba desde 1605, con unos años muy oscuros de los que sabemos poco, hasta su muerte en 1616, y la publicación póstuma al año siguiente de su novela «Los trabajos de Persiles y Sigismunda». Este es el periodo más personal, dedicado a construir una obra de excepción, y en el que aparece la segunda parte de «El Quijote» en 1615.

¿En la inmensa documentación que ha manejado consultó la singular biografía de Fernando Arrabal, bastante heterodoxa, titulada «Un esclavo llamado Cervantes»?

Me parece que es una lectura personal de alguien que no quiere rescatar a la persona, sino más bien a través del personaje, de su mito, hablar de sí mismo. El mito te permite una proyección de tu tiempo, o de ti mismo en la figura que lo alimenta. Por otro lado, en efecto, resulta ciertamente heterodoxa, y lo que yo he querido presentar no es un Cervantes heterodoxo, sino centrarme en él en cuanto ser humano de carne y hueso. Y realizar paralelamente un proceso de deconstrucción de los datos que se han ido acumulando a lo largo de los siglos. Sobre cada dato me preguntaba: dónde nace, de dónde procede, quién lo consignó por vez primera..., pues también tenemos que ser conscientes de que el mito se ha ido construyendo con variaciones en cada época. La parte de la juventud que trato en este primer tomo es la menos conocida y la más sorprendente porque habitualmente se ha reflejado por encima, con cuatro brochazos. Hay capítulos que iba reescribiendo, pues a medida que consultaba más documentación me daba cuenta de que la idea previa no era correcta. Por ejemplo, la cuestión de su primer oficio. Cuando llega muy joven a Madrid no era un muchacho que solo quería formarse y escribir versos. Tenía que buscarse la vida. Por eso en su estancia en la Academia de Juan López de Hoyos, más que afianzar sus conocimientos humanísticos, pretendía conseguir una formación práctica para alcanzar un trabajo como escribano, secretario de una casa nobiliaria, en una Corte cada vez más burocratizada.

En la obra recoge usted aspectos curiosos. Por ejemplo, no nos imaginamos a Cervantes con gafas...

No olvidemos que no contamos con un retrato auténtico del físico de Cervantes. Hay, como señalo en el libro, mil rostros para un mito, pero ninguno para un hombre. Más allá de la descripción de sí mismo que hace en el prólogo a las «Novelas ejemplares», la única real aparece en una carta de Lope de Vega, su gran adversario, que domina los corrales de comedia. Fechada en 1612, Lope se refiere a las gafas de Cervantes sin perder ocasión de lanzarle una pulla. Dice Lope: «Yo leí unos versos con unos anteojos de Cervantes que parecían huevos estrellados mal hechos».

Cervantes tuvo la suerte de encontrarse con muchas personas que le ayudan. Por ejemplo, en su juventud, un personaje a rescatar es Pedro Laínez, joven poeta que le introduce en los círculos literarios y académicos del momento. Le abre una visión del mundo que no habría pensado. O las personas que conoció en Roma, en Argel. A Cervantes muchas personas le abrieron los ojos. Me lo imagino como una esponja. Todo le interesaba. Es muy significativo y sincero al decir en «El Quijote», cuando va por la Alcaná de Toledo, que leía todo, incluso los papeles rotos de las calles. Tenía una gran curiosidad. Hasta por los detalles más pequeños.

¿Conoció a Shakespeare?

No llegaron a conocerse personalmente, por mucho que nos gustaría que en una de las embajadas británicas hubiera aparecido Shakespeare. Tampoco Cervantes conoció el teatro del autor de «Romeo y Julieta», que en ese instante era menor en importancia y trascendencia que el que se hacía en los corrales de comedias de Madrid, con piezas de Lope, Calderón... Parece ser que Shakespeare sí leyó la primera parte de «El Quijote», lo que no es extraño, pues la literatura en español era universal en ese momento. Hay una gran diferencia en relación con el lugar que ocupan en el universo literario. Shakespeare es un triunfador ya en su época, domina la escena inglesa. No ocurre así con Cervantes. El triunfador sería Lope. Pero eso le permite realizar una obra más novedosa, más experimental que la de otros autores, lograr el principio de la novela moderna.

En su famoso canon, Harold Bloom sitúa a Shakespeare en el centro, pero aborda muy insuficientemente a Cervantes...

Lo que pasa con Harold Bloom es que resulta el último ejemplo de lo bien que se lleva el «marketing» en el mundo anglosajón. En otro orden de cosas, solo hay que pensar lo que ha sucedido con los indios norteamericanos. Si cualquier otro pueblo hubiera hecho un genocidio así, habría sido vilipendiado. En cambio, son héroes. Los propios compañeros de Shakespeare, de su compañía, se dieron rápidamente cuenta, a su muerte, que lo podían convertir en un producto comercial. Lo mitifican. A Cervantes le ha costado mucho más tiempo alcanzar esa misma posición.

¿La exposición que usted ha comisariado en la Biblioteca Nacional tiene también ese sesgo de bajar a Cervantes del pedestal?

Sí, también se juega con esa idea. Por eso se titula «Miguel de Cervantes: de la vida al mito». Hacemos un viaje a los 400 años y vemos cómo se ha ido construyendo el personaje, el mito. Pero está muy presente el hombre. Un hombre que hoy tiene mucho que decirnos. Y el viaje no es solo para contemplar el pasado. Nos preguntamos: ¿y ahora qué?, ¿qué queremos nosotros? De ahí que haya un apartado en la muestra que es la pervivencia y la proyección en el futuro. Sabemos de dónde viene Cervantes, sabemos más del Siglo de Oro, de cómo se ha ido elaborando su imagen. Pero ahora que tenemos todo esto, decimos: ¿para qué? Queremos proyectar un nuevo cervantismo, acentuar los valores que encierra Cervantes: el valor del diálogo, el de la libertad, el de aceptar al otro como parte de una unidad. Y algo fundamental como es el valor de la lucha, de la supervivencia. Ese ejemplo de que las circunstancias de la vida, por muy adversas que sean, siempre hay que superarlas para poder continuar vivo.

El problema de la búsqueda de los huesos no es un problema en sí, sino para qué se buscaron, máxime dada la circunstancia de que prácticamente había un 100 por 100 de posibilidades de encontrarlos. No hubo un plan sobre qué hacer cuándo se hallaran. No estábamos, por ejemplo, en el caso de Velázquez. Creo que si se hubiera tenido en cuenta a los historiadores, a los investigadores, se podría haber ahorrado mucho tiempo y mucho dinero. Y se habría podido plantear qué hacer después del hallazgo para tributar a Cervantes el homenaje que se merece.

Con la conmemoración de los 400 años también hay una queja de que no se ha hecho debidamente ni a tiempo...

La Asociación de Cervantistas ya en el 2010 propuso al ministerio un programa que empezase en el 2013 y terminara en 2016. Para llegar con todo engrasado. Pero no ha habido una voluntad política de convertir esta celebración en algo mucho más especial, como país, como lengua española, apostar más firmemente por la dimensión universal que podía tener. No es la celebración de Santa Teresa o de El Greco, por supuesto necesarias y magníficas, pues la de Cervantes implicaba algo más y no se dieron cuenta. Con tiempo se hubiera podido planificar, no solo la exposición, llevamos dos años en ello, o otras numerosas actividades en marcha. También diseñar un proyecto de que es lo que se quiere dejar cuando acabe 2016. Esto falta. Ya pasó en 2005, cuando se conmemoró la publicación de la primera parte de «El Quijote», donde tampoco se planificó lo que se quería dejar de permamente. Y la verdad es que han persistido muy pocas cosas. Parece que siempre todo se queda un poco en fuegos artificiales. Por ejemplo, hemos perdido una oportunidad de oro de haber hecho un programa de fomento de la lectura a gran escala. Con tiempo, con materiales, con apoyo a los docentes. También me resulta muy fallida la programación teatral que al respecto se está haciendo. Cervantes es un gran dramaturgo, aunque, lamentablemente, no se representasen sus obras porque no entraba en el grupo de dominio del teatro. Ahora estamos viendo acercamientos escénicos en los que, por muy meritorios o bienintencionados que sean, no se escucha la propia voz del Cervantes dramaturgo, otras están por encima de la suya. Parece que el propio mundo de la escena se ha creído el error de considerarle mal autor de teatro, que los buenos eran Lope, Calderón. Resulta bastante incomprensible que la Compañía Nacional de Teatro Clásico no haya programado ninguna pieza de Cervantes este año. Lo echo de menos. Habría sido el momento y su obligación. Me entristece que en el Teatro de la Comedia haya una representación de «Hamlet», pero ninguna obra de Cervantes. Además, una cosa no quita la otra. ¿Se imagina usted que esto pasara en Gran Bretaña? Ningún inglés lo entendería. En este IV Centenario de su muerte, habría que haberlo reivindicado también como el gran dramaturgo que es. Y no es que se trate de comparar con lo que están haciendo los británicos con Shakespeare. Entre otras cosas, porque no lo sabemos con exactitud. Aunque saben vender muy bien. Ya en enero de 2016 David Cameron anunció el año Shakespeare.

Está encajada. Pero habrá que esperar a diciembre del 2016 a ver qué se ha hecho. Veremos qué queda, pero pienso que hemos perdido la oportunidad de convertir este IV Centenario en verdadera piedra de toque, en algo diferente. Para que la Marca España con la Marca Cervantes hubiera tenido una mayor proyección internacional. Difundir el español como elemento lingüístico, pero también económico, político... Como antes le decía, lamento que no se haya hecho un programa ambicioso de fomento de las letras, de la lectura, sobre todo en el ámbito educativo. Se van a hacer cosas en las escuelas, porque Cervantes convoca, pero no hay un plan nacional con el que hubiéramos podido plantar semillas.

¿Al final, el mejor homenaje a Cervantes, como a cualquier escritor, es leerlo? ¿Cómo animaría usted a ello?

Naturalmente, leerlo es el mejor tributo. Y en el caso de Cervantes, aparte de su genialidad literaria, leerlo te hace mejor persona. Te muestra un universo de mil lecciones, la del diálogo, la de comprender y ponerte en el lugar del otro... Cervantes escribió para su público, pero hoy, tantos siglos después, sigue teniendo absoluta vigencia y sus asuntos son completamente actuales. «El Quijote» -aunque no solo haya que leer este libro, las «Novelas ejemplares» son deliciosas- es, además, muy divertido. Si no te ríes, no lo estás leyendo adecuadamente. Cada uno debe hacerlo en la versión que mejor le cuadre. Es decir, no estoy en contra de las versiones con lenguaje actualizado, como la reciente de Andrés Trapiello.  

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