LIBROS

José Manuel Caballero Bonald: «Lo de “miembros y miembras” es un disparate mayúsculo»

Es uno de nuestros clásicos en vida, a sus 92 años no da puntada sin hilo y, por supuesto, no tiene pelos en la lengua. Por mucho que sepa de las polémicas mediáticas sobre lo masculino y lo femenino, el sexo de las palabras y hasta de los ángeles

Caballero Bonald con uno de sus poemarios entre las manos, «Desaprendizajes» Rocío Ruiz
Laura Revuelta

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Hay veces en las que una no espera que le cojan siquiera el teléfono. Bien porque el personaje o personalidad al que quieres atiborrar a preguntas es un grande -un clásico en vida, como se dice habitualmente- o tiene ya unos años que merecen un respeto y hasta una veneración. José Manuel Caballero Bonald nació un 11 de noviembre de 1926. De 92 para 93 años. Poeta, novelista, ensayista, articulista, escritor de memorias y hasta ha compuesto alguna letra para el cantaor flamenco El Lebrijano. Premio Nacional de las Letras en 2005 y Nacional de Poesía en 2006. Premio Cervantes en 2012. Pero no es académico de la RAE porque su candidatura fue rechazada en tres ocasiones. Caballero Bonald se está recuperando de una reciente operación, pero no duda en atender a mis curiosidades en forma de pregunta. Breve, conciso en sus respuestas. A veces como fulgurantes sentencias que no dan tiempo a la réplica. Quizá, aforismos o puyas a la totalidad.

-¿Cómo definiría su poesía?

-Pretendo que sea una construcción verbal, un acto de lenguaje. Aparte de que, en poesía, el significado de la palabra siempre debe superar al que figura en los diccionarios.

-¿Y cómo se definiría usted?

-Como alguien que se ha pasado setenta años aprendiendo a escribir.

-¿Con qué se identifica más con un adjetivo, un sustantivo o un verbo?

-Con un adjetivo. El adjetivo es el excipiente de la literatura. Si el adjetivo no funciona, se acabó la historia, todo se queda en verso de almanaque, en prosa administrativa.

-Decía el poema de Machado que su «infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…» ¿Los de Caballero Bonald dónde se sitúan?

-Supongo que entre la costa de Doñana y una viña de Jerez, por ahí van mis recuerdos de infancia. Al menos, los más perseverantes.

-¿Quién conoce mejor a Caballero Bonald?

-Nadie conoce verdaderamente a nadie.

-Nunca ha sido un poeta aislado de la realidad. ¿Cómo ve esa realidad ahora, como poeta y como hombre?

-La veo turbia.

«El adjetivo es un excipiente de la literatura. Si el adjetivo no funciona, todo se queda en prosa administrativa»

-¿Cuáles son sus escritores de cabecera, los que nunca ha dejado de leer?

-Muchos. Sin salir de la lengua española, hay una larga lista de escritores que releo habitualmente: desde Cervantes y Góngora a Juan Ramón Jiménez, Valle Inclán, Onetti, Rulfo, Lorca, Cernuda, Luis Rosales, Octavio Paz, Blas de Otero, Valente…

-¿Y aquellos que le han decepcionado, por los que ha perdido interés y nunca los recuperará?

-Pues todos los que se han quedado en meros copistas de la realidad… A esos los he ido desalojando sin más de mi biblioteca de cabecera.

-En su reciente obra «Examen de ingenios» hace un repaso nada complaciente de muy variados personajes de la vida cultural de este país. ¿Por qué surge la necesidad de este «ajuste de cuentas»?

-Bueno, ese ha sido un libro lento, de lenta maduración. Lo empecé a escribir hace seis o siete años, de manera discontinua, según se me iba ocurriendo alguna semblanza aprovechable del personaje. Yo creo que el libro está bastante bien equilibrado entre la sátira y la parodia, la crítica literaria y la autobiografía…

-En ese mismo libro, los retratos que hace de algunos personajes de este mundo literario y artístico que usted conoce tan bien no tienen desperdicio, por ejemplo Dámaso Alonso o Tàpies...

-A mí me parece que todos los retratos, incluso los poco halagüeños, están escritos con esmero. Me complace admitirlo.

«El hecho de que haya más hombres que mujeres en el buen camino de la poesía no es ningún desnivel prefabricado»

-Nuestro crítico literario, José María Pozuelo, en relación a este libro y a usted, escribió que «no hay escritor que me recuerde más a Góngora, por ese desdén hacia lo consabido o al tópico excesivo». ¿Está de acuerdo? ¿Le agrada que le comparen con Góngora?

-Qué más quisiera yo… Esa comparación me honra, cómo no. Pozuelo es muy generoso. Y muy competente.

-Hablando de retratos, ¿cómo le gustaría que le retratara la posteridad?

-Me gustaría no figurar en la nómina de los mediocres encumbrados, que es hoy por hoy una epidemia.

-¿Caballero Bonald piensa o ha pensado mucho en esa posteridad?

-Sí, en algo de eso he pensado, incluso sin ninguna moderación. La posteridad es un vértigo de lo más apetecible… Como decía Bergamín, ya me siento un escritor póstumo, y eso incluso me alivia de abatimientos…

-¿Ha ganado muchos premios y reconocimientos, alguno le queda que le gustaría tener o, por el contrario, Caballero Bonald no es un hombre de premios y lisonjas?

-Los premios son lo que son: un adorno subalterno cuyo interés es directamente proporcional a su dotación económica. Y detesto la lisonja.

«Me gustaría no figurar en la nómina de los mediocres encumbrados, que es hoy por hoy una epidemia»

-Me atrae de modo muy poderoso el flamenco; antes más que ahora. Me fascina esa situación límite a que aspira el flamenco genuino, es decir, ese cante enigmático, impredecible, que sigue fiel a un instinto musical que viene de muy lejos.

-¿Cuál es el último acontecimiento o noticia que le ha dejado perplejo, asombrado para bien o para mal de la condición humana?

-No sé, quizá lo que últimamente más me ha llenado de asombro, dentro de la vida cotidiana española, sea el desbordamiento mediático en torno al asesinato de ese niño en Almería. Las cadenas de televisión, las emisoras de radio, los periódicos, todos a una, se han dedicado hasta el agobio a revisar una y otra vez, cada día, cada hora, las circunstancias del asesinato. ¿A qué viene todo eso?

-¿Aún se sorprende Caballero Bonald o ha perdido la capacidad de asombro?

-Me asombro con facilidad, ya le digo, y ahora más… Si no me asombrara es porque habría renunciado al pensamiento crítico. Y yo me justifico con eso.

-No me gustaría cansarle, solo unas preguntas más. ¿Lee a poetas jóvenes? ¿Me podría destacar alguno?

-Leo a los poetas jóvenes, claro, y releo a mis poetas predilectos de siempre, o sea, que no leo para nada a los inmovilistas... Hay tres o cuatro poetas jóvenes de los que me siento muy cerca. Son los que andan buscándole nuevas ramificaciones al simbolismo.

-¿Qué piensa acerca de esa polémica sobre la discriminación de las mujeres en la poesía? ¿Me da un nombre de mujer poeta que destacaría?

-Lo de la paridad me parece un artificio de lo más frívolo. El hecho de que haya más hombres que mujeres en el buen camino de la poesía, no es ningún desnivel prefabricado. Es una evidencia. Además, ¿qué sentido tiene separar por géneros la buena poesía?

-La última: ¿las palabras, la lengua, el idioma… tienen sexo o son neutras?

-Las palabras son masculinas o femeninas, según su naturaleza. Lo que me parece inaceptable, aparte de ridículo, es esa tendencia ya generalizada a ignorar por sistema el plural genérico masculino. Ese plural genérico masculino viene del latín, de la evolución simplificadora de la lengua, pero se conoce que la suspicacia está haciendo estragos en este sentido. Por ahí se llega a disparates mayúsculos. Por ejemplo, a lo de «miembros y miembras» o a lo de ¡«portavoza»!… Hay que joderse…

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