MÚSICA

Joan Matabosch:«El escándalo no se debe buscar ni tampoco temer»

En la temporada del bicentenario del Teatro Real, su director artístico Joan Matabosch analiza el presente y futuro del coliseo madrileño, y su papel como institución cultural

Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real Javier del Real
Stefano Russomanno

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Hace cuatro años Joan Matabosch asumía la dirección artística de un Teatro Real convulsionado por la polémica etapa de Gerard Mortier . Sin renegar de su ideario, Matabosch ha sabido limar asperezas y encara ahora su temporada más ambiciosa, la del bicentenario de la colocación de la primera piedra del Teatro Real y la de los veinte años de su reapertura.

-¿Ha planteado esta temporada como algo especial?

-La doble efeméride del Teatro Real merece que la temporada sea especial. No tanto en su concepción, que pone el acento en la ampliación del repertorio y esto no debería tener nada de excepcional, como en el hecho de que algunos de los títulos son poco imaginables en una temporada «normal». Por ejemplo, el estreno en España de «Die Soldaten», de Zimmermann, que es un acontecimiento mayúsculo; o la recuperación de un título tan inhabitual como «Gloriana», una de las grandes óperas de Britten, que cayó en desgracia el mismo día de su estreno por no limitarse a ser un homenaje inocuo a la primera Reina Isabel que sirviera de glorificación de la segunda.

-Usted vino a sustituir a Gerard Mortier, quien protagonizó una etapa de enfrentamiento al mando del Real

-Cuando me pidieron suceder a Mortier en la dirección artística dejé muy claro que yo no era la persona adecuada si lo que querían era un bandazo radical en sentido opuesto. Dije, y lo mantengo, que iba a respetar lo fundamental del legado de Mortier, su concepción genuinamente artística de la ópera: se trata de un arte y no de un simple espectáculo o de un producto de entretenimiento. Y como obra de arte tiene que ser divulgada, favoreciendo que el público comprenda y proyecte sus sentimientos en la forma artística, más allá de limitarse a recibir el impacto placentero de los sentidos. Otra cosa es que personalmente me sienta alejado de la táctica de provocación mediática y sistemática que tanto le gustaba a Mortier. Más que seducir a los reticentes, su actitud contribuyó a dividir al público en dos bandos irreconciliables.

-¿Es más rentable encender fuegos o apagarlos?

-Un teatro no debe buscar el escándalo de la misma forma que no debe tener ningún miedo de provocarlo. En la ópera, a veces hay que encender fuegos porque ese fuego se encuentra en los temas que allí se expresan. Muchas de las obras que se programan fueron en su día escandalosas. Es muy probable que si la fuerza expresiva que logra el espectáculo es equiparable a la que tuvo en su día la obra, se genere un escándalo. Pero no porque éste sea el objetivo, sino porque el teatro ha tenido la valentía de proponer la obra con toda su crudeza y su capacidad de interrogarnos.

-¿Es la ópera, como algunos vienen afirmando, un género en crisis?

-Quizás sea conveniente recordar que hace tres décadas en España era imposible llenar un teatro con tres representaciones de «La flauta mágica», mientras que esa misma ópera, la temporada pasada, llenó hasta la bandera el Teatro Real con catorce representaciones. Eso son los datos. Lo demás es apelar a un pasado mitificado, muy bonito pero que nunca ha existido. Desde el año 2013 al 2017, el Teatro Real ha pasado de tener 12.000 a 21.000 abonados. Ya querrían muchos esa crisis. Otra cuestión es que la ópera tenga que ser rescatada del monopolio de las élites sociales y de los viejos aficionados.

-¿De qué manera?

-Hace falta fomentar que la ópera sea menos una afición que un hábito cultural. Con todo el respeto por los aficionados, desde luego. Se trata de lograr que quienes invierten su ocio en leer, asistir a conciertos, teatro, exposiciones o cine, no puedan dejar de lado la ópera. Me interesa que los teatros de ópera sean realmente instituciones de cultura, de arte.

-Para dirigir un teatro de ópera, ¿es importante ser buen gestor como buen melómano?

-Se necesita todo. Es fundamental que te apasione lo que estás haciendo; es importantísimo saber, al margen de lo que te apasiona, qué tiene sentido hacer en un sitio concreto y en un momento concreto. Me pueden apasionar cosas que no tiene sentido hacer en Madrid porque se han hecho hace poco o ya se han hecho bien. Tiene sentido saber cuáles son las asignaturas pendientes, lo que puede provocar que el teatro esté haciendo una aportación cultural importante a la comunidad y a la evolución del gusto colectivo.

-Algo que se mide sobre todo en el medio y largo plazo.

-Para construir un proyecto sólido, un teatro tiene que saber dónde encarrilarse. Irse de un lado a otro en cuanto a la orientación estética y a las prioridades no es bueno. Instituciones como el Teatro Real son grandes transatlánticos: cuando los colocas en una dirección, tienes que aguantar el tipo.

-¿Cuáles son los principales retos a los que se enfrenta el Teatro Real?

-El Teatro Real ha alcanzado una situación envidiable desde el punto de vista de la gestión y ha salido reforzado de la crisis gracias a haber tenido la inteligencia de reinventarse en el momento de los recortes. El modelo está funcionando pero es muy frágil si no se apuntala con la famosa ley de mecenazgo que todo el mundo de la cultura está reclamando desde hace años. Funcionará durante el bicentenario, pero no está muy claro lo que pueda suceder después.

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