ARTE

Joan Brossa, el antiartista total

Acaba de abrir sus puertas en el MACBA de Barcelona una retrospectiva sobre Joan Brossa que lo muestra como un artista total que, sobre todo, creó mediante la palabra

«Tinter abocat» (1969)

JAVIER MONTES

Joan Brossa , como Joseph Beuys, fue un artista de instinto eminentemente teatral , y por algo ambos fueron fervientes wagnerófilos: los dos tuvieron muy claro, desde estilos completamente diferentes, que lo fundamental del artista moderno era la «puesta en escena» total, sin descuidar el libreto, la dramaturgia, la escenografía y el vestuario. Supo cultivarse como personaje y como obra reconocible: tuvo una imagen de marca (en lugar del sombrero del alemán, el pantaloncillo corto, la camisa por fuera, los zapatones con calcetines subidos), y lo que es más importante: un convincente «relato» de esos que ahora, como si fuera una novedad, nos dicen que resultan imprescindibles cuando se quiere encandilar y enfervorizar a un público (vaya descubrimiento).

Epifanía en la guerra

El mito fundacional de Beuys se situaba durante la guerra, cuando el famoso accidente de avión y el fieltro y la grasa curativos de las tribus tártaras que supuestamente lo rescataron. También Brossa, de forma menos épica, situaba su epifanía en la Guerra Civil española , donde combatió del lado republicano. Lo contaba en la excelente entrevista con Vicente Molina Foix para su libro La edad de oro : «Me pasó un día en las trincheras. Estaba yo de observación y alguien me llamó. Me levanté y acudí a la llamada, y entonces cayó un mortero en mi puesto. Busqué pero no había nadie que me hubiese llamado. La explosión me dejó todo negro, y estuve oliendo a quemado una semana entera. Cuando llegué al hospital una enfermera dijo al verme “Más te valía haber muerto”. Yo pensé que estaría destrozado, hecho un Boris Karloff. Pero luego se vio que todo lo que tenía en la cara era tierra, y, excepto una lesión en el ojo por una piedra, estaba bien».

En la confitería de Sarrià, de la mano de Foix, Brossa se inició en el dominio de las formas poéticas

El contraste con Beuys es revelador: el descenso a los infiernos, la resurrección de en- tre los muertos, cobra en el caso de Brossa un tono chusco, divertido, r econociblemente tremendista e ibérico , que en el fondo es muy de agradecer. Nos muestra a un artista total que crea, sobre todo (y en ese sentido se orienta la expo que ahora le dedica el MACBA ) mediante la palabra: que cuenta una historia ininterrumpida a través de sus poemas, de sus objetos, de sus piezas teatrales, de sus acciones performativas y de los infinitos híbridos, cruces y juegos entre todas ellas.

Y no es casualidad que en la áspera Barcelona de la posguerra inmediata sus tres figuras tutelares fuesen un poeta, un pintor y un botiguer (es decir, un maestro en el arte de la venta y la creación de productos): el poeta-pastelero J. V. Foix , el inmenso Joan Miró , y el hábil galerista Joan Prats . En la confitería de Sarrià, de la mano de Foix, Brossa se inició en el dominio de la palabra poética y del rigor de la forma: gracias a él cultivó la estimulante fusión, que le es tan propia, entre contenidos nuevos y formas tradicionales: sonetos, sextinas y odas que Brossa dinamita desde dentro.

La tercera dimensión

Pronto, a su vez, dinamita la propia poesía buscándole «una tercera dimensión », dándole cuerpo y carne en sentido literal, tiempo, sustancia y distancia: el teatro de Brossa, lo performativo , las accions espectacles que ya en los años cuarenta se adelantan en Barcelona a lo que se haría en la escena happening del Nueva York de los cincuenta.

Al principio en «piezas» monologadas en las que le interesa claramente la actitud y la enunciación del personaje tanto como las palabras enunciadas. Después, enriqueciéndose gradualmente con todos los recursos que lo teatral (entendido al modo beuysiano e incluso al wagneriano, pero siempre en clave mediterránea) ponía a disposición para modular esa palabra: el argumento y el suspense; el slapstick y los títeres de cachiporra; los trucos y la prestidigitación de transformistas de provincias como el mítico Fregoli , el verdadero alter ego , Fantomas de su panteón particular, trasunto y destilación de su idea del artista como maestro de la fuga; la metamorfosis y la alquimia de las palabras transmutadas en actos.

La poesía de Brossa es en ese sentido parapoesía , y es a la poesía en sentido convencional (y autoritario) lo que son al teatro esos géneros parateatrales que tanto le interesaron: el cabaret, el café cantante, el estriptís, el circo, la revista de variedades: un desbordamiento gozoso, una explotación hasta sus últimas consecuencias de sus posibilidades y también de sus fallas, de las grietas por las que se cuela la epifanía de lo incompleto , lo aproximado, el juego sin reglas fijas y justo por eso siempre renovado. De ahí al guión de cine había solo un paso, y quedan para los archivos las películas firmadas por él y filmadas por Portabella o por Frederic Amat, ya tras su muerte.

El lenguaje poético y el lenguaje teatral , en Brossa, se funden y se condicionan: la raíz surreal se tiñe de un uso jugoso y siempre sorprendente de lo cotidiano, de los giros coloquiales de una lengua viva y viperina. La poesía visual encuentra su correlato en las palabras-objeto que recitan sus perso- najes y sopesan los lectores de sus antipoemas. Desde el relato fundacional a cada uno de sus fonemas, todo aspira a ensamblarse en una brossiana -y, por tanto, irónica e higiénica- obra de arte total .

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