LIBROS

Ignacio Martínez de Pisón: «Las épocas convulsas son muy atractivas para un escritor»

El autor de «Derecho natural» nos propone en «Filek» (Seix Barral) una «novela sin ficción» -en la línea de su «Enterrar a los muertos»-, sumergiéndonos en la historia de un estafador que embaucó a Franco con un singular «invento»

El escritor zaragozano Ignacio Martínez de Pisón
Carmen R. Santos

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Desde que se dio a conocer en 1984 con «La ternura del dragón», Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) ha ido consolidándose como uno de los escritores más sólidos de la actual narrativa española . Entre sus títulos se encuentran «Nuevo plano de la ciudad secreta»; «Carreteras secundarias» -llevada al cine por Emilio Martínez Lázaro-; «María bonita»; «El tiempo de las mujeres» ; «Dientes de leche» y « Derecho natural ». Se ha hecho acreedor de numerosos galardones, como el Premio de la Crítica en 2011 por «El día de mañana», y tres años después obtuvo el Nacional de Narrativa por « La buena reputación ».

En 2005 publicó «Enterrar a los muertos», una extraordinaria muestra de la denominada «novela de no ficción» o «novela sin ficción», donde investigaba el aciago destino de José Robles (1897-1937) , traductor de, entre otros, el norteamericano John Dos Passos , a quien le unió no solo una relación profesional sino también una amistad. Precisamente fue el autor de la célebre e innovadora novela «Manhattan Transfer» el que llamó la atención sobre la misteriosa desaparición de Robles ante la red de mentiras que se tejieron sobre ella. Republicano y simpatizante del socialismo, José Robles fue detenido por agentes del Partido Comunista español (PCE) y entregado a los servicios secretos soviéticos, que le torturaron y asesinaron . Martínez de Pisón bucea en su trágica historia y nos ofrece un apasionante y muy documentado libro.

Iguales características destila su última propuesta, «Filek» (Seix Barral), donde vuelve a la fórmula de «no ficción». Ahora el personaje, bien distinto al de José Robles, es el estafador Albert von Filek, que engañó con un mágico «invento» -una gasolina sintética compuesta de agua y extractos vegetales- incluso a Franco.

-Conoce al personaje a través de la biografía de Franco, de Preston. ¿Qué le atrajo primeramente?

-Desde el punto de vista literario, los estafadores son siempre interesantes. Si además se trata de un estafador que consigue engañar a Franco en la etapa más atroz de la dictadura, el interés es aún mayor. Yo daba por supuesto que una figura así habría sido ya objeto de la curiosidad de algún investigador, pero no era así. Nadie había intentado averiguar más cosas sobre él, de modo que me puse a buscar en archivos y hemerotecas y enseguida vi que había un material fascinante.

-¿Cómo ha sido el proceso de documentación? Señala que ha visitado muchos de los lugares por los que pasó Filek...

-Como todo estafador, Filek era un hombre que se esforzaba en no dejar rastro. Y la propia naturaleza de su estafa hizo que el régimen de Franco, que había quedado en evidencia por culpa de un timador de chicha y nabo, echara tierra sobre el asunto. Pero es imposible borrarlo todo y a través de diferentes archivos he podido seguirle la pista y reconstruir su itinerario por los países en los que tuvo problemas con la justicia, pero sobre todo por España, donde vivió entre 1931 y 1946. En Madrid cambiaba frecuentemente de domicilio. Durante una época vivió cerca del Registro de la Propiedad Industrial, que era donde engañaba a sus víctimas con las patentes de sus supuestos inventos. Después de la guerra, en su etapa de prosperidad, vivió en el barrio de Salamanca, seguramente el menos perjudicado por los bombardeos.

-¿Ha tenido que rellenar huecos, vacíos en la historia real? ¿Cómo lo ha hecho?

-La documentación llega hasta donde llega y ni un milímetro más. Pero es verdad que a partir de esa información puede uno aventurar conjeturas. Cuando lo hago, siempre se lo hago saber al lector: ojo, esto es probable que ocurriera pero no lo puedo demostrar. Por ejemplo, el encuentro de Filek con otro supuesto inventor de gasolina sintética que por aquella época circulaba por España. Ocurrió en la cárcel Modelo. Coincidieron los dos en la misma galería de la prisión justo antes de que al otro se lo llevaran a fusilar a Paracuellos. ¿Cómo no creer que dos tipos así en unas circunstancias como ésas no llegaron a hablar?

«Filek fue también un perdedor. Su etapa de prosperidad gracias a su estafa fue muy breve»

-¿Es Filek un pícaro, en la estela de nuestra gran novela picaresca?

-Por muy austriaco que fuera, se comportaba como el clásico pícaro de la tradición española. No dejaba escapar una ocasión de robar. Se iba sin pagar de los hoteles y, de paso, si podía, le hurtaba el abrigo a algún huésped. Su vida itinerante se explica precisamente porque en todos los sitios por los que pasa va dejando pufos. Esa errancia es muy propia también de los pícaros clásicos.

-¿Cuáles serían los rasgos más relevantes de Filek? ¿De alguna forma se ve impelido a actuar así por supervivencia?

-Tenía un gran poder de persuasión. Él contaba que, en cierta ocasión, haciendo experimentos en su país, una probeta con agua de un río local se había inflamado espontáneamente. Si luego llegó a España era, según él, porque el agua del río Jarama tenía exactamente las mismas características químicas que ese río austriaco, lo que le había permitido desarrollar ese carburante suyo en el que entraba una proporción de agua de entre el setenta y el noventa por ciento... Que esta historia tan fantasiosa se la creyeran tantas de sus víctimas indica que era capaz de convencer a cualquiera casi de cualquier cosa.

-Al final, internado en un campo de concentración, ¿no tiene quizá algo de víctima?

-Por lo menos, de perdedor. Pasó la Guerra Civil en cárceles republicanas acusado de actividades de espionaje que no había cometido y, ya en la posguerra, se convirtió en un «preso gubernativo» del franquismo, alguien a quien se encerraba en cárceles y campos de concentración sin pasar por el juzgado. De los quince años que vivió en España, casi la mitad estuvo prisionero en centros penitenciarios, y el periodo en el que disfrutó de prosperidad gracias a su estafa fue muy breve. Lo dicho: un perdedor.

«En las novelas con ficción se busca verosimilitud. En las de sin ficción, veracidad. Me gustan ambos tipos»

-Antes de a Franco, quiso vender su «invento» a otros, por ejemplo a Largo Caballero, pero no lo consiguió...

-Lo intentó dos veces con el Ministerio de la Guerra: una cuando el ministro era Gil-Robles y la otra con Largo Caballero. Pero alguien debía de haber por ahí que sabía que Filek no era más que un estafador. Luego, cuando salió de las cárceles republicanas, su pasado como estafador se había olvidado y él se había convertido en un excautivo, por lo que en cierta medida formaba parte de la aristocracia del régimen, como los excombatientes, los alféreces provisionales, los camisas negras de Falange...

-¿Qué hizo especialmente Filek para convencer a Franco?

-En la cárcel había conocido a Serrano Suñer y, sin duda, se valió de esa relación para abrirse puertas. Una de esas puertas le llevó a Felipe Polo, cuñado también de Franco y secretario privado suyo. Dando muy pocos pasos, había conseguido llegar nada menos que hasta la jefatura del Estado.

-Es curioso que nadie le advirtiera. Sobre uno de los ministros del dictador, José Larraz López, usted apunta que contenía la risa cuando en los consejos de ministros se hablaba de la gasolina de Filek...

-Se estaba poniendo en marcha el proyecto de la autarquía económica, un proyecto que Larraz, ministro de Hacienda, no compartía. Según Franco, España podría autoabastecerse con sus propias materias primas. La única que le faltaba era precisamente el petróleo, que de forma providencial le llegó de la mano de Filek. Eso explica en parte la credulidad de Franco y sus allegados. Supongo que Larraz no fue el único ministro que se dio cuenta de que aquello era una estafa y que, a pesar de todo, se callaba en los consejos de ministros. Pero es que no debía ser fácil llevar la contraria a Franco y a los ministros militares que seguían ciegamente sus indicaciones.

-«Filek» está en la misma línea que «Enterrar a los muertos». ¿Calificaría estas obras como «novelas sin ficción»?

-Es la denominación que se está generalizando, y me parece correcta: utilizar las técnicas y procedimientos del novelista pero renunciar a la «inventio», que tradicionalmente se había considerado uno de los rasgos específicos de la novela.

-¿Qué le seduce especialmente de esta fórmula?

-En realidad, me gustan tanto las novelas «con» como las novelas «sin» ficción. En cada caso se establece un pacto diferente con el lector. En las primeras se busca la verosimilitud; en las segundas, la veracidad. Para proteger esta veracidad hay que descartar por completo lo inventado o imaginado: un solo gramo de esto bastaría para contaminarlo todo.

-Un patrón cultivado últimamente, por ejemplo, por Javier Cercas -entre otros títulos, en el último, «El monarca de las sombras»-, o por Jorge Volpi en «Una novela criminal», y que goza del favor del público...

-Ocurre también con el último Goncourt, Éric Vuillard, y con otros autores de otros países y otras tradiciones. Pero no creo que sea algo novedoso. Hace ya décadas que literatura, Historia y periodismo se amalgaman en diferentes formas y proporciones. De hecho, cada vez hay más historiadores que utilizan recursos propios de los novelistas y más novelistas que se enfrentan a su trabajo con espíritu de historiadores. Pero no podía ser de otra manera. Si la literatura ha de ayudarnos a interpretar la realidad que nos rodea, es normal que invada el territorio de los historiadores.

«Hace ya décadas que literatura, Historia y periodismo se amalgaman en diferentes formas y proporciones»

-Algunas de sus novelas se ambientan en la Transición, y Filek vive en momentos convulsos, como José Robles en «Enterrar a los muertos». ¿Las épocas inestables dan mucho juego literario?

-Somos producto de nuestro pasado y, en especial, de ciertos momentos clave en los que se decidió el destino de nuestra sociedad. La Guerra Civil, de la que fue víctima José Robles, y la Transición, que viví como adolescente, son, sin duda, dos de esos momentos. Y, aunque en distinta medida, ambos fueron convulsos, lo que en efecto los hace muy atractivos para un escritor.

-¿Está ya escribiendo un nuevo libro?

-«Filek» me ha dejado algo empachado, y todavía no sé muy bien cuál será mi nuevo proyecto. Pero no tengo prisa. Publiqué un libro el año pasado -«Derecho natural», y acabo de publicar otro. Puedo tomarme un pequeño descanso.

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