La escritora Sarah Waters
La escritora Sarah Waters
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«Los huéspedes de pago», casa sobre Waters turbulenta

Lo carnal y lo criminal vuelven a darse la mano en una novela de Sarah Waters: «Los huéspedes de pago». Una historia con sospechosas manchas en la moqueta que hay que borrar

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Bram Stoker tuvo una gran idea para su «Drácula» cuando teorizó en cuanto a que el vampiro no podía entrar en ninguna casa a no ser que fuese invitado antes por sus moradores. Es decir: no te chuparán la sangre si no pones el cuello primero, y es una jungla ahí fuera; pero luego no te quejes si eres tú quien le abre la puerta a las bestias. Así, no un «abandonad toda esperanza quienes entráis aquí», sino un «sálvese quien pueda si esos consiguen meterse en tu casa».

Y de eso trata «Los huéspedes de pago», de Sarah Waters (Neyland, Gales, 1966), donde el tema de la propiedad y de lo inmobiliario vuelve a tener importancia capital y material.

Waters es una gran narradora de espacios claustrofóbicos donde la presión, que allí se experimenta casi al vacío absoluto, acaba estallando en raptos de convulsionado sexo (por lo general lésbico) y en desenfrenados actos en los que lo carnal suele derivar hacia lo criminal en tramas que parecen urdidas por un Wilkie Collins o unas hermanas Brontë, sin temor a que se los califique con la letra escarlata X y sometiendo la novela histórica y el folletín a las mismas radiaciones que aplicaron gente como John Fowles, A. S. Byatt, Angela Carter, Kim Newman y Joyce Carol Oates en sus novelones góticos y, más recientemente, la Eleanor Catton de «Las luminarias».

Así, hasta la fecha, los «backstages» de «music halls» burlescos y la pensión deprimente de «El lustre de la perla»; los engañosos salones espiritistas de «Afinidad»; y el caserón de campo de «Falsa identidad» (que recientemente ha «viajado» con maestría al Lejano Oriente en esa magnífica y muy libre pero tan fiel adaptación cinematográfica que es «La doncella», de Park Chan-wook).

Camas calientes

A todo ello se suma la cronología marcha atrás sacudida por los bombardeos del «Blitz» en las camas calientes de «Ronda nocturna»; o (acaso su título más logrado hasta la fecha, reinventando la idea del fantasma henryjamesiano y poniendo al día al concepto de narrador poco confiable) la mansión, embrujada o no, de la muy ambigua «El ocupante».

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