Kjell Westö, autor de «Espejismo 38»
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«Espejismo 38»

El 3 de octubre, Nórdica nos presenta al finlandés Kjell Westö y su «Espejismo 38». La Historia como «thriller»

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Conforme avanzaba la primavera y empezaban a abrirse las flores desapareció el canciller alemán de los titulares. Los periódicos escribían más sobre la guerra española y la chino-japonesa que sobre Alemania y Austria. Matilda se sentía más tranquila. En marzo y abril, Hitler copaba las primeras páginas a diario, y eso la llenaba de indignación: detestaba el hecho de que aquel canciller tan feo se llamara como su difunto padre.

Thune parecía animado y contento después de la semana en Estocolmo. También se mostró satisfecho con el modo en que Matilda había atendido el despacho en su ausencia. Le abonó cuatrocientos marcos de paga extra por la segunda mitad de abril, y le dijo que, a partir de ahora, sabía que podía salir de viaje en el futuro dejando en buenas manos las tareas corrientes del bufete.

La mayor parte del tiempo estaban solos en el despacho, Thune tenía a lo sumo un puñado de citas al día. Él estaba en su despacho y Matilda en la antesala, pero se veían y se hacían consultas a menudo. Intercambiaban frases breves cuando él le encomendaba alguna nueva tarea, y se veían cuando ella entraba en el despacho para que le dictara alguna carta o para dejarle las copias de las ya escritas. Se veían cuando ella le preparaba el té y le llevaba la bandeja con la taza humeante y esas pastas británicas con pasas de la marca Ryker’s -a Thune le encantaban y, entre los cometidos de Matilda, se incluía el de procurar que nunca faltaran provisiones- y se la dejaba en la mesa. Se veían cuando Thune se ponía el abrigo y el sombrero para ir al Kämp o al Royal o al Monte Carlo a comer, y se veían cuando él volvía: cuando el almuerzo duraba mucho, podía suceder que llegara algo achispado y estuviera particularmente distraído.

Después del divorcio

A veces tenía la sensación de que Thune casi tomaba impulso para decirle algo. No un comentario trivial, como cuando bromeaba sobre el Gobierno o se congratulaba del buen tiempo o comentaba algo acerca del cliente que acababa de dejar el bufete. Sino algo más importante, algo a lo que hubiera estado dándole vueltas.

Había días tan apacibles y silenciosos que habría sido del todo natural que hubieran conversado un poco más. Sin embargo, dado que Thune no rompía el hielo, Matilda nunca llegó a saber si estaba rumiando algo o no. Thune prefería limitarse a las banalidades. Salvo las contadas veces en que un comentario en apariencia frívolo acerca de algún suceso de actualidad podía contener una pulla más profunda, por lo general irónica.

Eran las ocasiones en las que más lo apreciaba. Como cuando le preguntó qué reflexión provocaba en ella el hecho de que el 99,73 por ciento de los electores votara la misma opción en Alemania y en Austria.

-Me provoca más miedo que reflexión -le respondió Matilda.

-«Genau» -respondió Thune, y sonrió con tristeza, y luego dejó de hablar del asunto.

Tal vez fuera tímido, sencillamente, se decía. Se preguntaba si Thune ya habría conocido a otra mujer después del divorcio. Ella no lo creía, parecía un hombre solo. No tenía ningún dato que le indicara que se relacionara con otras personas aparte de los miembros del Club de los Miércoles, el hombre de negocios Guerásimov, exiliado ruso, y un par de clientes más.

Sólo hombres.

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