Exposición de fotografía en el interior de las cúpulas, sede del evento
Exposición de fotografía en el interior de las cúpulas, sede del evento - Pío Guerendiáin
ARTE

Encuentros de Pamplona, ¿vanguardia o prospectiva?

Isidoro Valcárcel Medina vivió los Encuentros de primera mano. Y así los recuerda, sin nostalgia

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En los Encuentros de Pamplona, en 1972, yo tuve conciencia por primera vez de que la música era un arte del tiempo, y la tuve gracias al concierto de John Cage.

Considérese que el grado de información del que disponíamos los nativos era enormemente limitado y en aquel lugar se habían reunido personajes de los que, en muchos casos, desconocíamos su existencia e incluso su trabajo.

Si cuando se presenta una circunstancia como la que da lugar a este texto se acude a la memoria, y así el recuerdo subsiste, es porque hubo una realidad. De ese modo, también allí confirmé mi sospecha de que la poesía se mueve y lo hace por doquier, ya sea por las calles del mundo, como quería Carlos Ginzburg...; o por los aires, como preferían Gómez de Liaño y Javier Ruiz. También me percaté, cosa curiosa, de lo vistoso que resulta correr a trío, como se le ocurrió a Robert Llimós...; y no digamos de lo revulsivo que termina siendo un señor estático, sentado en cualquier sitio en el que haya un asiento, y esto me lo demostró Equipo Crónica.

Aunque pudiéramos imaginar que todas aquellas formas de expresión eran posibles, nunca supimos tenerlas a nuestro alcance sin viajar, y eso es lo que ocurrió por la acción mancomunada de José Luis Alexanco, Luis de Pablo, la familia Huarte y el grupo Alea. Vivía yo aquellos momentos como un extranjero en casa, sorprendido por la realidad, fantaseando con la evidencia.

El concepto de concepto

Fue allí donde entreví claramente el concepto de concepto en los reflejos de Timm Ulrichs...; y la seducción de la armonía inalterada, gracias a la monotonía de Steve Reich y a la reiteración rítmica de Laura Dean...; o el desquicie voluntarioso al que llevaba la conferencia interestelar de Luc Ferrari, tan distinto del casi amoroso tropiezo de las llamadas que aconsejaba Lugán.

No podré olvidar la enseñanza de los ciudadanos cuando arramblaron con mi montaje, plantado en su paseo favorito...; o el estupor de la otra destrucción forzada, la de las cúpulas de Prada Poole, por alguna razón que no se supo bien.

Y cómo entender el esperpéntico comportamiento de la censura tanto en un sentido como en otro, del que resulté beneficiado y perjudicado...; incluso ciertos «disgustos» de algunos artistas, ciertos brotes de «honor herido», me enseñaron lo que no se debe hacer, porque el camino de la responsabilidad empieza mucho antes.

Personalmente, me sentí más afectado por su carácter simplificador que por su naturaleza rupturista

¡Qué importa que todo aquello fuera consecuencia de una incultura congénita! Pero incluso las cosas que nos eran conocidas y casi habituales sonaron allí con una resonancia novedosa. Piénsese en los Zaj, cuyo concierto suelo contar con frecuencia a los que se lo perdieron...; o en Javier Aguirre, cuyas imágenes sentaron precedentes sacados de la simple cercanía.

Y en semejante tesitura, íntimamente incrustada en aquella época, permanece la vivencia de las intervenciones de Horacio Vaggione y Eduardo Polonio, tan en órbita y tan fuera de timbre...; algo así como los recitales literarios que, en el margen del lenguaje, lanzaba Lily Greenham a la reverberación opaca de la cúpula...; el mismo neumático lugar en el que se explayaba la poesía visual y fonética que, desde entonces, ocupa tantos espacios en mis aficiones.

Allí, en aquel ambiente insospechado, tal vez tuve la sensación de cosas que, sin ocurrir realmente, me dejaron la huella de lo que ha pasado...; es lo que me aqueja con todo lo mucho que, habiendo sucedido, no abarqué a contemplar: Como si lo hubiera visto.

Comportamientos

Un caso artístico, sí, pero simultáneamente un acontecimiento social y, por ende, personal. Tales como aquellos conciertos de músicas arcaicas y lejanas que sonaban, para mí, a progresistas (indias, iraníes, vietnamitas)...; o los montajes plástico-líricos fuera de cualquier catálogo, aunque dentro de toda sospecha (Kosuth y Leandro, On Kawara y Plaza).

Visto desde ahora, los Encuentros fueron más una prospectiva sobre el arte que una vanguardia catalogada del mismo arte. Que fueran o no conclusivas las obras o manifestaciones que allí tuvieron lugar importa poco cuando lo que se ha descubierto con el paso del tiempo es que su simple acontecer ha servido muchas veces ya sea para despejar el camino, ya sea para cancelarlo; pero en cualquier caso, para señalar un comportamiento.

Personalmente, me sentí más afectado por su carácter simplificador que por su naturaleza rupturista; quiere decirse: más esclarecedor que conclusivo. La vanguardia está bien siempre que no se convierta en permanente, porque lo importante es saber hacia dónde va.

Lo que se vio en Pamplona (permítase decirlo a alguien que lo recuerda con absoluta veneración) estaba en gran parte consolidado, pero los que de Pamplona aprendieron han sabido echar por otra senda, la cual, curiosamente, garantiza la justeza de su recuerdo.

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