MÚSICA

Bob Dylan y el crucifijo de plata

En «Trouble No More», el cantautor muestra su cara más góspel a caballo entre los setenta y los ochenta

Dylan durante una actuación en el Blackbushe Pop Festival en 1978

ÁLVARO ALONSO

El volumen número 13 de las «Bootleg Series» de Dylan golpea como una bofetada en la cara cuando de inmediato hace acto de presencia el brío tanto de la voz del bardo como de la banda de acompañamiento en estas cerca de cien tomas inéditas en directo realizadas en múltiples escenarios de América y guardadas bajo llave durante décadas, en un breve periodo, del 79 al 81, en que los opiáceos corrían sin freno en todos los estratos de la población americana, una sociedad disparada hacia adelante presa de un individualismo salvaje cuando se creía a pies juntillas que el mundo, como anunciaba el entonces «best seller» Hal Lindsey en su libro «The Late Great Planet Earth», andaba a las puertas del apocalipsis.

El modo en que Dylan tuvo su personal epifanía , tras recibir volando un crucifijo de plata durante un concierto en Tempe y metérselo en el bolsillo, y lo que ocurrió en la habitación del hotel horas más tarde, cuando sintió aquel contacto físico, es un hecho confirmado si creemos a Dylan en la entrevista realizada por Karen Hughes en 1980. A partir de ahí, el Dylan «renacido» se lanzó sin freno a llenar sus cuadernos de versos donde las referencias bíblicas, a Daniel, Ezequiel y la Revelación dejaron de ser simbólicas para abrazar sin fisuras el cristianismo . Los fans quedaron en estado de «shock» y la crítica no pudo asimilarlo.

Años después, el propio Dylan lo aclaraba de forma sencilla, diciendo que había introducido la religión y la filosofía en las canciones, su «lexicon», porque él en lo que en realidad creía era en las canciones. Desde fuera, tal hierofanía de trompetas celestiales anunciándole a Dylan la inminente llegada de la vida eterna resultó demasiado, y solo quienes fueron testigos de aquellos conciertos de exaltación góspel pudieron apreciar la fuerza expresiva que el nuevo repertorio, de «Caribbean Wind» a «Solid Rock», iba cobrando a medida que lo trasladaban al directo.

Aún hoy, nos preguntamos cuánto de astucia hubo en el giro que inició con «Slow Train Is Coming», de 1979, siguió con «Saved» y finalizó con «Shot of Love» en 1981, aunque me temo que nunca lo sabremos. Démosle a Mr. Dylan el beneficio de la duda, p ensemos que su renacimiento en la fe cristiana fue auténtico , porque hay que situarse en contexto, una tierra, América, donde las creencias se vuelven fácilmente sincréticas.

Un recorrido por el dial conduciendo por una carretera de Alabama es una experiencia difícil de superar, entre sermones que anuncian el fin, música cajún y abundancia de ignotos grupos de rock cristiano, una variante velada de la vista del público, pero que tiene una larga historia. Y es que de forma indirecta, el enganche musical de Dylan con el rock cristiano es un acercamiento apasionante al rock sureño, el «blues» y el «soul» de los Estados de Louisiana, Tennessee, Nashville y Alabama. Esta es la clave para entender estas grabaciones, con momentos epatantes como «Ain´t Gonna Go to Hell for Anybody», un acercamiento álgido y exaltado al góspel en la entraña eléctrica del rock. Conversiones aparte, l os resultados ahora divulgados son, como no podía ser de otra manera, apoteósicos.

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