Stig Sæterbakken, autor de «A través de la noche»
Stig Sæterbakken, autor de «A través de la noche»
QUINTA ESQUINA

Descripción de una culpa

«A través de la noche», del noruego Stig Sæterbakken, desentraña la vida de un hombre que, atormentado por la culpa, comprueba cómo todo se derrumba a su alrededor

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Quizá porque comparte con la literatura lo que ésta posee de instrumento indagatorio, de exhumación del pasado y sus gestos, la culpa ha sido siempre un material narrativo de primer orden. Como la literatura, la culpa arranca a menudo de la incomodidad ante una pregunta cuya respuesta se obstina en esconderse. Podría incluso aventurarse que la naturaleza primordial de la culpa es la de proponer un cuestionamiento, un interrogante, una búsqueda de los motivos que se hallan al principio de un acontecimiento. La culpa posee mucho de obsesión porque está hambrienta de un origen que la explique, porque remontándose en la cadena de causas y efectos dirige su pesquisa hacia el hallazgo de un motor primordial, ese punto de no retorno en el que algo comenzó, cobró forma, esbozó un sentido.

Mármara acaba de publicar una novela extraordinaria, A través de la noche, escrita por un escritor cuya obra permanecía inédita hasta la fecha entre nosotros, el noruego Stig Sæterbakken. La novela de Sæterbakken puede ser contemplada como la descripción de una culpa, como el intento por desentrañar la vida de un hombre que, atormentado por la culpa, comprueba con menos espanto que fatalidad cómo todo se derrumba a su alrededor. No hay mayor novedad en este relato, que cientos de veces antes nos ha sido entregado por la literatura. Lo que hace de A través de la noche un documento asombroso es el procedimiento mediante el que Sæterbakken desmenuza esa culpa hasta convertirla en un retablo contemporáneo del infierno, en el relato de una caída sin esperanza ni consuelo.

Karl Meyer, el protagonista de A través de la noche, es un dentista de mediana edad que goza de cuanto un hombre puede ansiar: una posición económica acomodada, una reputación profesional, una mujer y unos hijos envidiables. Es la marca de agua del hombre que ha visto satisfechas las metas de su vida. Algo, sin embargo, comienza a agrietar esta fachada de felicidad doméstica. ¿Y si las decisiones que en un determinado momento tomó Meyer no hubieran sido las correctas? ¿Y si todo ese edificio de aparente bienestar no fuera otra cosa que un trampantojo, el resultado de una serie de actos supuestamente diáfanos y meditados pero en realidad opacos, inefables, absurdos? Por ejemplo, el amor. ¿Quién garantiza a Meyer que su esposa era la mujer destinada a satisfacerlo de forma plena? ¿Y si ella no fuera más que otra realidad fallida en el recorrido de una vida? ¿Y si ella no fuera más que la prueba del nueve, el epítome hecho carne, de todo aquello que de errado existe en su entorno?

Esta crisis de madurez, por otro lado trazada con singular realismo, al punto de que cualquier lector de cierta edad puede reconocerse en Meyer, dará paso a una aventura extramatrimonial que hace saltar por los aires la vida ordenada del protagonista. De pronto, la pasión por una mujer joven desnuda las mentiras de su vida pasada. Cada conquista ha sido en verdad una derrota; cada logro, una claudicación. Y sin embargo, a medida que Meyer penetra en esta nueva relación, dinamita los puentes con su pasado y se convierte en otro convicto de las segundas oportunidades, penetra también en la evidencia de que tampoco esta nueva decisión es más que una huida hacia adelante, un nuevo hito en la contabilidad de una vida fracasada desde el inicio. ¿Será, pues, que cualquier acto que ejecutemos, cualquier determinación que tomemos, la opción escogida ante cualquiera de las encrucijadas que la vida dibuja ante nosotros no hace sino conducirnos a una habitación inhóspita, a una negativa inesperada, al tormento abrasador de la culpa, esa piedra de molino en torno a la cual Meyer, y con él todos los hombres, giramos alrededor de un centro que de forma súbita adivinamos vacío?

El acto de Meyer, su decisión de abandonar su hogar, tiene un corolario infausto. Un día, en un ataque de rabia, melancolía o simple, humana estupidez, su hijo adolescente roba una botella de aguardiente y las llaves del coche de su madre. Después se estrella contra un camión y se convierte en un amasijo de carne, en un cuerpo que ha dejado de ser alguien para convertirse en algo: chatarra orgánica, detrito, pura pudrición. La muerte del hijo es una errata indeleble. Aunque nadie, explícitamente, acuse a Meyer por este desenlace, el mecanismo de la culpa lo oprime sin remedio. ¿Y si Meyer no hubiera tentado a la suerte cuando decidió flirtear con una mujer joven y disponible? La novela penetra entonces en otra dimensión, literalmente aterradora, en la que Sæterbakken rinde un homenaje inverso al Stalker de Tarkovski. Si en la película de Tarkovski existía una habitación que satisfacía los deseos de los hombres, en la novela de Sæterbakken existe una casa que tiene el poder de enfrentar al hombre con sus peores miedos, con sus más terribles fantasmas, con los escenarios definitivos de su desdicha. Las últimas cien páginas de la novela, que narran la búsqueda desesperada de esa casa y el hallazgo de los demonios de Meyer, regalan al lector la certeza de que Sæterbakken, de forma inequívoca, alcanzó a perpetuar ese inagotable misterio que es la gran literatura.

Sæterbakken publicó A través de la noche en Noruega en el año 2011. Fue su última obra de ficción. Poco después, el 24 de enero de 2012, a los 46 años de edad, se suicidó. Si A través de la noche es un testimonio, es un testimonio abrumador. Si A través de la noche es un testamento, es un testamento aterrador. Pero sea un testimonio o un testamento, no tengo duda, ninguna duda, de que A través de la nochees una obra maestra.

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