Una de las fotografías de Steve Pyke que acompañan a la prosa de O'Grady
Una de las fotografías de Steve Pyke que acompañan a la prosa de O'Grady
LIBROS

Una luz que desaparece

Toda una vida cabe en «Sabía leer el cielo». La huida de Irlanda, el regreso, la vejez. El exilio y el peregrinaje

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Los relatos de emigración constituyen la memoria mitificada del pasado, de un ayer que llega roto, como el fragmento de un mosaico, desconchado por el paso de los años. Con el tiempo –y la distancia– los perfiles se difuminan, los rostros se endulzan o se agrian, el silencio adquiere una densidad especial, misteriosa, nostálgica. En su prólogo a « Sabía leer el cielo», John Berger subraya que «el silencio de lo no dicho siempre funciona subrepticiamente junto con otro silencio, que es el de lo indecible. Lo que no se dice en un momento puede decirse en otra ocasión. Pero lo indecible no puede decirse nunca o quizá en una oración, y eso lo sabrá Dios, no yo».

Este hermoso libro, construido sobre la fotografía en blanco y negro y una contenida prosa poética, gira precisamente sobre la necesidad de defender la memoria frente a ese doble silencio. Su autor, Timothy O’Grady, escribe desde la melancolía de quien ha visto cómo sus raíces –y las de su sociedad y su cultura– se han desgajado para siempre. Se trata, por tanto, de una literatura ceñida a la pérdida y acosada a su vez por la necesidad de encontrar un hilo de sentido, de preservar lo no dicho, de atreverse a pronunciar lo indecible.

Tres asaltos

Al poco de empezar el libro, leemos lo que el protagonista había aprendido a hacer en la Irlanda de su niñez: «Sabía remendar redes. Techar con paja. Construir escaleras. Tejer una cesta con juncos. Entablillar la pata de una vaca. Cortar turba. Levantar un muro. Pelear tres asaltos con Joe en el ring que papá instaló en el granero. Sabía bailar. Leer el cielo. Armar un tonel para caballos...». Al final, después de muchos años fuera de su tierra, regresa, viudo y envejecido, para descubrir cómo ese mundo ha desaparecido para siempre. Entre ambas estaciones, la de partida y la de llegada, transcurre un libro de prosa fragmentada e hiriente, como la memoria.

El protagonista, cuya voz recorre «Sabía leer el cielo», es un hombre bravo y luchador, educado en los ritos del duro paisaje irlandés: las largas letanías de lluvia y barro, los campos de vacas, los dedos manchados por el trabajo. La religión, el pub y la música conforman una liturgia específica, la arquitectura sentimental en la que se cimenta su mundo.

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