CINE

«David Lynch: The Art Life», nunca volverás a casa si estuviste en «Twin Peaks»

Para el que calienta motores ante el estreno de la tercera temporada de «Twin Peaks», el documental sobre la vida de su autor, «David Lynch: The Art Life» es parada obligatoria. No para entenderlo mejor, sino para regodearse en su universo

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Cuando Enric Ros y Raquel Crisóstomo me pidieron un texto para el libro «Regreso a Twin Peaks» (Errata Naturae, 2017), enseguida pensé en unas notas sobre la serie encontradas en el ordenador de Serge Daney, que jamás llegó a elaborar y que se publicaron, tras su trágica muerte, desnudas y fragmentarias. En ellas lo incompleto y lo póstumo se mezclaban con unas apreciaciones sobre la televisión que me parecieron valiosas porque insistían en el fracaso del cine, a principios de los 90, a la hora de representar y forjar rituales de carácter nacional, algo que unos años después hicieron « Los Soprano», «Perdidos», «The Wire», «Mad Men» o «True Detective», para entonces con carácter internacional gracias a la red.

Aquellas notas de Daney, sin embargo, me parecieron un buen punto de partida por lo que anticipaban, al quedar pendientes de un mañana que nunca tuvo lugar y que quizás refuercen su sentido o propongan uno nuevo cuando se estrene la tercera temporada de «Twin Peaks», el 21 de mayo.

Una muerta muy viva

Si jugamos a sintetizar la serie, podemos concluir que trata sobre la imagen de una muerta a la que sólo nuestros miedos mantienen con vida. Si jugamos a sintetizar la película «Twin Peaks: Fuego camina conmigo» (1992), que Lynch dirigió a modo de venganza cuando fue apartado de la serie tras su menguante audiencia durante la emisión de la segunda temporada, podemos concluir que trata sobre una imagen a la que se le proporciona una segunda vida sólo para volver a matarla, casi como en «Vértigo», de Alfred Hitchcock. Ya puestos, si jugamos a sintetizar el universo creativo de David Lynch, podemos concluir que trata sobre nosotros, sus cómplices, los espectadores que lo hemos colocado en un pedestal a pesar de no entender sus propuestas, de su imprevisible oscilación entre lo bello y lo siniestro, y a pesar del humor friqui con el que parece reírse de nuestra seriedad intelectual.

En el documental « David Lynch: The Art Life» (2016, Jon Nguyen, Olivia Neergaard-Holm & Rick Barnes), el artista ya mayor observa al artista adolescente, sin responder a las preguntas del presente con indicios del pasado, tan sólo intentando establecer un inicio en la cronología de su obra.

Quien busque a Lynch convertido en enigma descifrado, mejor que se abstenga de ver la película

Las imágenes, algunas provenientes de filmaciones caseras, siguen siendo nítidas pero su sentido profundo continúa pospuesto, como si ver jamás vaya a solucionar nuestras dudas pese a la madurez con que lo hacemos a medida que pasa el tiempo. Al artista intempestivo lo suplanta uno sereno capaz de enfrentarse a los elementos más perturbadores de su vida temprana porque ya no necesita máscaras. No hay miedos ni coartadas en la película, y Lynch parece aceptar sus propias contradicciones sin temor a ser juzgado: sus tentativas a ciegas en el mundo de la pintura y al rodar sus primeros cortos, la ayuda de ciertas amistades gracias a la cuales encontró su camino, la inexplicable rebeldía que le separó de unos padres comprensivos, sus coqueteos con las drogas y las malas compañías, y el primer matrimonio y su precoz paternidad cuando aún no tenía ingresos.

Quienes deseen encontrarse a Lynch convertido en enigma descifrado, mejor se abstienen de ver la película; quienes tienen claro que a él únicamente lo disfrutan los astronautas que orbitan en torno a su planeta creativo sin esperar respuestas, no deberían perdérsela. Tampoco deberían perderse la tercera temporada de «Twin Peaks» quienes hayan disfrutado de las dos primeras, porque saben que con ella tendrán la oportunidad de recuperar una conversación que antaño se escenificaba en la calle, con los amigos y compañeros de trabajo, y hoy se realiza en redes sociales con desconocidos. La posibilidad de continuar aquel diálogo a través de medios diferentes dejará claro que la serie no fue cualquier cosa y quizás lo cambió todo al convertirse en un fenómeno que abarcaba terrenos muy heterogéneos, capaz de unir las fuerzas de artistas plásticos, escritores o filósofos en una guerra común, hablando el mismo lenguaje, sin jerarquías.

Campo de batalla

A Laura Palmer (Sheryl Lee) la mató su padre (Ray Wise), que era un canalla que había abusado de ella desde su infancia. Desvelar esa infamia, propia de las sección de sucesos de un periódico, apenas tiene importancia en la serie. Todos sus personajes son en el fondo enigmas y «Twin Peaks» es un campo de batalla en el que combaten el Bien y el Mal. Por eso el detective (Kyle MacLachlan) da tantas vueltas y encuentra pistas de maneras tan esotéricas, quizás para recordarnos que mientras intentamos entender algo nos hundimos inexplicablemente en el tiempo y en el espacio, a la manera de los personajes de W. G. Sebald, sin entender ya nada a no ser ciertos nombres que se niegan a desaparecer y ciertos ritos que siguen repitiéndose en la actualidad pero con otro significado o sin él, como si en lugar de seguir una línea en nuestras investigaciones nos moviésemos en círculos donde estamos condenados a repetir las mismas atrocidades sólo porque ignoramos cuándo se escenificaron por primera vez y quiénes fueron los cómplices que las hicieron posibles.

¿Somos nosotros quienes hemos hecho posible la tercera temporada de «Twin Peaks»? ¿O fue la serie la que nos ha convertido en lo que somos y ahora regresa para proponernos un nuevo cambio? «To Be Continued...»

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